Resumen

El segundo reinado del califa Yahya ben Alí terminó cuando, en junio de 1026, Jayran y Muyahid, señores de Almería y Denia, en connivencia con los cordobeses, expulsaron de Córdoba a su representante, el visir Abu Chafar. Pero estos señores, ante la imposibilidad de acordar la restauración de un poder estable, se marcharon con sus tropas dejando la ciudad sumida en la anarquía.

La situación era tan grave que una minoría de la alta burguesía, siempre pasiva hasta aquel entonces, decidió, aprovechando que los elementos subversivos de la población habían perdido su influencia, hacer un último intento llamando a un príncipe omeya para ofrecerle el califato. Encabezaba esta minoría un hombre de gran personalidad, Abu l-Hazm Yahwar. Pero esta vez, decidieron que, antes del ofrecimiento, el candidato fuera reconocido por todos los señores de los diferentes territorios, incluidos los cordobeses.

Después de muchas consultas eligieron a Hisham ben Muhammad ben Abd al-Malik, hermano mayor de Abd al-Rahman IV al-Murtada, el que fuera califa opositor al hamudí Alí ben Hammud. Hisham, que vivía hospedado por el señor de la taifa de Alpuente en su castillo, al noroeste de Valencia, fue proclamado califa en junio de 1027 y adoptó el título honorífico de al-Mutadd bi-llah (el que confía en Allah), pero no tuvo prisa en tomar posesión del trono y continuó viviendo en Alpuente. Por fin, en diciembre de 1029, se presentó en Córdoba con una impedimenta tan sencilla que causó una pobre impresión en los cordobeses.

Hisham al-Mutadd se mostró tan incapaz como sus inmediatos predecesores. Nombró como chambelán o primer ministro, con plenos poderes, a un personaje ambicioso e intrigante que había sido tejedor llamado Hakam ben Said. El nuevo califa se dedicó a disfrutar de todos los placeres que le ofrecía su nueva vida. Placeres que le suministraba con gran entusiasmo su chambelán. Además, Hakam cubrió con jóvenes libertinos e incompetentes los empleos de la administración.

Para resolver el problema de escasez del Tesoro, Hakam recurrió a expedientes ilegales que motivaron las protestas de los juristas, pero el chambelán los acalló con graves amenazas.

La impopularidad de Hakam fue creciendo y los intentos de la alta burguesía de privarlo de los apoyos que había buscado no surtieron efecto, ya que eran descubiertos y sancionados sus inductores. Finalmente, Abu l-Hazm Yahwar y los representantes de las grandes familias tuvieron que recurrir a promover un levantamiento de la población que tenía por objeto entronizar a un joven perteneciente a la familia de los califas omeyas llamado Umayya ben Abd al-Rahman. A este joven se le había prometido subir al Poder si destronaba a Hisham al-Mutadd y se libraba de Hakam.

Umayya reclutó a sus secuaces de entre una parte de la tropa, descontenta por no haber recibido su soldada, y con ellos tendió una emboscada al chambelán cuando se dirigía a palacio. Hakam resultó muerto y su cabeza, clavada en una pica, fue paseada por toda Córdoba. Era finales de noviembre de 1031. A continuación, Umayya con sus sicarios y la plebe asaltaron el palacio para saquearlo. Pero Abu l-Hazm Yahwar impuso su autoridad consiguiendo detener el saqueo. Además, logró convencer a la muchedumbre de que entregar el poder a otro omeya sería labrar nuevamente su desgracia. Con ello, logró que el levantamiento acabara sin derramamiento de sangre. El chasqueado Umayya fue conminado a desaparecer bajo amenaza de muerte.

Al día siguiente, Abu l-Hazm y los notables comunicaron al destronado califa que tenía que abandonar Córdoba. Hisham al-Mutadd, después de leves protestas, salió de la ciudad y se refugió en Lérida donde murió en 1036.

Hisham III al-Mutadd fue el último califa de Córdoba y con él desaparece el califato.

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