Reino taifa de Córdoba (<1031-1070>)
Situación
Resumen
El golpe de estado que dio Muhammad II al-Mahdí contra el califa Hisham II en 1009 desató una profunda crisis política en el califato de Córdoba que fue acompañada de graves disturbios en la propia capital. Ello provocó que al-Andalus sufriera una gran inestabilidad que dio paso a un período de más de dos décadas de guerras civiles (fitna) y la fragmentación política del califato en forma de reinos de taifas.
Córdoba, hasta 1031, había continuado siendo la capital de los distintos califas que reinaban sobre un al-Andalus anárquico y dividido en reinos que no controlaban. En ese año, los notables de la capital decidieron abolir el califato, que había derivado en una ruina política, y deponer al último califa omeya Hisham III al-Mutaad. El vacío de poder que provocó esta acción fue resuelto por aquellos notables constituyendo una especie de corporación municipal (yamaa), que decidió dar el poder a la personalidad más destacada de la capital, Abú l-Hazm Yahwar.
Abú l-Hazm Yahwar (1031-1043) pertenecía al importante clan árabe de los Banu Yahwar integrado en la gran familia de los Banu Abi Abda, que habían llegado a la Península a mediados del siglo VIII. Se habían instalado en Córdoba y de entre sus miembros salieron visires y mandatarios de varios califas. El mismo Abú l-Hazm había sido secretario de Abd al-Rahman ben Abi Amir Sanchuelo y visir con Sulayman al-Mustain, por lo cual el califa bereber Alí ben Hammud lo había encarcelado. En 1023 encabezó la rebelión de los cordobeses que consiguió expulsar al califa hammudí al-Qasim ben Hammud.
En 1031 recibió de la yamaa el mandato de gobernar la nueva taifa, y lo hizo con la condición de que actuaría en triunvirato con Muhammad ben Abbas y con Abd al-Aziz ben Hasan, elegidos por él mismo entre sus parientes o allegados. Era un hombre ingenioso, reservado y muy capaz en la gestión. Desempeñó el poder evitando cualquier parecido con el turbulento periodo anterior y soslayando cualquier título, prerrogativa o boato califal. Restableció el orden cívico, enderezó la economía, regularizó los impuestos y licenció las tropas bereberes para reemplazarlas por una milicia ciudadana.
En 1035, Abú l-Hazm reconoció al falso califa Hisham II encumbrado por Muhammad ben Ismail ben Abbad, régulo de Sevilla, a pesar de que debía saber que Hisham II había muerto en 1013. Seguramente lo hizo por no frustrar la ilusionada credulidad de las gentes y porque había un califa hammudí en Málaga al que oponerse. Pero cuando el régulo sevillano quiso que el falso califa se instalara en el alcázar cordobés, Abú l-Hazm no lo consintió y decidió suprimir su reconocimiento al personaje. Pero antes necesitó enfriar las ilusiones de los cordobeses, y para ello envió una embajada a Sevilla con el encargo de comprobar la veracidad del pretendido califa. Cuando la delegación regresó sin pruebas de la autenticidad de Hisham II, Abú l-Hazm retiró su reconocimiento en 1039.
Abú l-Hazm realizó una abundante labor de mediación para resolver los conflictos entre algunos reinos de taifas: entre otros, en 1038, intercedió por los prisioneros que tomó Badis de Granada en su enfrentamiento con Zuhayr de Almería; medió con éxito en las confrontaciones entre los reinos de Sevilla y Badajoz; y favoreció que su capital recibiera refugiados de otros reinos.
Murió en 1043 y no designó heredero haciendo honor al carácter no monárquico de su gobierno.
Abú l-Walid Muhammad al-Rasid (1043-1063) era hijo de Abú l-Hazm y obtuvo el poder por mandato de la yamaa, seguramente debido al prestigio de su padre. Tomó el título honorífico de al-Rasid y continuó la política que había llevado su antecesor manteniendo el mismo funcionariado. Entre otras actuaciones, anuló la confiscación de propiedades de los que habían tenido que huir de Córdoba durante la guerra civil y las devolvió a sus antiguos dueños; redujo el poder de algunas instituciones cuyos jefes se habían extralimitado en sus funciones, como los de la policía; y protegió a algunos destacados intelectuales de su tiempo. Nombró canciller al historiador Ibn Hayyan, gracias a lo cual este tuvo acceso a documentos que le permitieron redactar gran parte de sus obras, fundamentales para el conocimiento de la historia de al-Andalus.
Durante su mandato, la seguridad interior estuvo amenazada por partidarios de resucitar el califato omeya. Estos intentaron encumbrar a un hijo del efímero califa al-Murtada, al que Abú al-Rasid se vio obligado a expulsar de Córdoba. En el exterior, la amenaza venía de las apetencias expansivas de los reinos de Sevilla y de Toledo.
Abú al-Rasid nombró visir a Abú l-Hasan ben al-Saqqa, persona de origen humilde que llegó a acaparar casi todo el poder, y que fue asesinado en 1062 por Abd al-Malik, hijo y sucesor de Abú al-Rasid, seguramente instigado por al-Mutadid de Sevilla que ambicionaba apoderarse de la taifa de Córdoba.
Abú al-Rasid continuó los esfuerzos iniciados por su padre para mediar en las disputas entre algunos reyes de taifas, siendo destacable la paz que consiguió restablecer, tras una larga guerra, entre Sevilla y Badajoz en 1051. También al-Rasid, como su padre, acogió en Córdoba a distintos reyes destronados de al-Andalus, generalmente víctimas del expansivo reino de Sevilla, como: Muhammad ben Yahya y Fath ben Jalaf de Niebla, Abd al-Aziz de Huelva y Saltés (aunque hay fuentes que afirman que se refugió en Sevilla) y al-Qasim ben Hammud de Algeciras, entre otros.
Abú al-Rasid tenía dos hijos que rivalizaban en sucederlo. Para suavizar el enfrentamiento entre ambos, encargo al primogénito, Abd al-Rahman, los asuntos financieros y al menor, Abd al-Malik, los militares. Este, desde su situación de fuerza, y contando con la preferencia de su padre, accedió al poder a pesar de sus escasas cualidades.
En 1063, Abú al-Rasid enfermó y se retiró del poder. Fue sucedido por su hijo Abd al-Malik. Se desconoce la fecha exacta de la muerte de Abú al-Rasid, aunque la más probable sea la de 1065.
Abd al-Malik al-Mansur (1063-1070) era hijo de Abú al-Rasid y fue su sucesor en el mandato de la taifa. Había conseguido el poder, disputándoselo a su hermano mayor Abd al-Rahman, gracias a disponer del control del ejército y a la complacencia de su padre. Contrariamente a la costumbre de sus antecesores tomó varios títulos honoríficos: du l-Siyadatayn (el de las dos soberanías), al-Mansur bi-llah (el victorioso por Dios) y al-Zafir bi-fadl Allah (el triunfador por el favor de Dios).
Los cronistas describen negativamente su ejercicio del poder: según ellos actuó como un tirano y un opresor, se rodeó de gentes sin escrúpulos y descuidó la gobernación de la taifa. Con él cundió la corrupción, los desmanes y la inseguridad.
Abd al-Malik rompió la neutralidad que mantuvieron sus antecesores ante los conflictos de otros reinos, cuando envió tropas para ayudar a los reinos de Carmona y de Ronda contra el de Arcos; y aunque esta acción no fue la causa, sí avivó las apetencias de Toledo y Sevilla por ocupar Córdoba. En 1066, al-Mamun de Toledo hizo un pacto con al-Mutadid de Sevilla por el cual el toledano entregaba al sevillano el reino de Carmona, que le había sido cedido anteriormente por su régulo, a cambio de ayuda para tomar Córdoba. La cesión se hizo, pero al-Mutadid no cumplió, ni tampoco lo hizo su sucesor al-Mutamid. Ante aquel incumplimiento, en 1070, al-Mamun decidió tomar Córdoba y se presentó ante sus murallas con un ejército. Abd al-Malik sólo contaba con unos doscientos jinetes y tuvo que pedir auxilio a al-Mutamid. Este le envió tropas que rechazaron a los toledanos, pero cuando las tropas sevillanas se percataron de la debilidad de Abd al-Malik, lo depusieron y proclamaron la soberanía de al-Mutamid de Sevilla. Este entregó el gobierno de la ciudad a su hijo y hayib Abbad Siray al-Dawla.
Abd al-Malik y su familia fueron desterrados a la isla de Saltés, donde sólo sobrevivió un mes, muriendo en julio de 1070.
Desde 1070 a 1075, Córdoba estuvo bajo el dominio del
reino de Sevilla, y desde 1075 a 1078 bajo el poder de Toledo. En ese año
Sevilla recuperó Córdoba para perderla más tarde, en 1091,
ante los almorávides.
Sucesos contemporáneos (durante todos los reinos de taifas)
Reyes y gobernantes coetáneos (sólo en la España cristiana)
León: | Reyes de León. Vermudo III (1028-1037). --------------- Unión con Castilla desde 1037 a 1065. Alfonso VI (1065-1072). |
Reyes de Castilla y León. 1ª unión. Sancha con Fernando I "el Magno" (1037-1065). 1ª separación desde 1065 a 1072. |
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Castilla: | Condes de Castilla. (Independiente de hecho de León). Mayor (1029-1035) y Sancho III "el Mayor", rey de Pamplona (1029-1035). Reyes de Castilla. Fernando I "el Magno" (1035-1065). --------------- Unión con León desde 1037 a 1065. Sancho II "el Fuerte" (1065-1072). |
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Navarra: | Reyes de Pamplona. Sancho III "el Mayor" (1004-1035). |
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Aragón: | Condados de Aragón y Sobrarbe. ------- Unidos a Pamplona hasta 1035. |
Unión de Sobrarbe y Ribagorza. Gonzalo (1035-1044). --------------- Anexión a Aragón en 1044. |
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Condado de Ribagorza. Mayor (h.1022-1025). ------- Unido a Pamplona desde 1025 a 1035. |
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Reyes de Aragón. Ramiro I (1035-1063). |
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Cataluña: | Condes de Pallars-Sobirá. Guillermo II (1010-1035). |
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Condes de Pallars-Jussá. Ramón III (1010-1047). |
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Condes de Cerdaña. Wifredo II (988-1035). |
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Condes de Besalú. Guillermo I "el Gordo" (1020-1052). |
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Condes de Ampurias. Hugo I (991-1040). |
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Condes de Barcelona. |
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Condes de Urgel. Armangol II (1011-1038). |