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Enrique III "el Doliente"
Rey
de Castilla y León (1379<1390-1406>1406)
Genealogía
Su reinado
Enrique III, llamado “el Doliente” por su naturaleza enfermiza, nació en Burgos en 1379 y era hijo de Juan I, rey de Castilla y de León, y de Leonor, hija del rey Pedro IV “el Ceremonioso” de la Corona de Aragón. Entre los encargados de su educación estuvieron el obispo de Tuy (Pontevedra) Diego Anaya y Maldonado, que más tarde sería arzobispo de Sevilla; el obispo de Cuenca Álvaro de Isorna; y el mayordomo real Juan Hurtado de Mendoza, que fue su ayo.
En septiembre de 1388, cumpliendo los pactos suscritos aquel mismo año en Bayona (actual Francia) entre su padre y el frustrado pretendiente inglés al trono de Castilla duque de Lancaster, el infante Enrique se casó en Palencia con su prima segunda de quince años de edad, Catalina, hija del duque y nieta del difunto rey Pedro I de Castilla y de León. Ambos recibieron el recién creado título de “Príncipes de Asturias”. Con ello, la dinastía usurpadora de Trastámara quedaba unida a la dinastía legítima del difunto rey Pedro I, y se ponía fin a la querella por la legitimidad que dio paso a la guerra civil fratricida mantenida entre 1366 y 1369 por los reyes hermanastros Pedro I “el Cruel” y Enrique II “el de las Mercedes”.
En octubre de 1390, Enrique III fue proclamado rey con urgencia tras la repentina muerte de su padre al caerse de su caballo. Se hizo así porque el arzobispo de Toledo Pedro Tenorio, que acompañaba al rey, ocultó unos días el fallecimiento simulando que los físicos lo estaban atendiendo. Tiempo que aprovechó para enviar cartas a los señores, prelados y villas contando lo sucedido y pidiendo lealtad al heredero. Así logró evitar que, antes de la proclamación, se produjeran alborotos por los que querían apoderarse de la gobernación de los reinos, entre los que se encontraban los parientes del rey.
Debido a que los reinos estaban en una situación muy difícil y con el tesoro exhausto después de las guerras contra Portugal, era necesario para gobernarlos el nombramiento de una regencia por tener el rey once años de edad. Con ese fin se convocaron Cortes en Madrid para la segunda quincena de noviembre. Allí llegaron, para asistir a la asamblea y a los funerales del difunto rey, el arzobispo de Toledo y los maestres de Santiago y de Calatrava, Lorenzo Suárez de Figueroa y Gonzalo Núñez de Guzmán, respectivamente, después de que ambos se jurasen en Ocaña (Toledo) mutuo apoyo.
En la primera semana de noviembre, el arzobispo de Toledo reunió un consejo con los pocos, pero suficientes, nobles y procuradores de las ciudades que habían llegado para proponer que, basándose en las “Partidas” de Alfonso X “el Sabio”, se nombrase una regencia de una, tres o cinco personas, que él encabezaría. La propuesta fue rechazada porque se consideró que no había personas apropiadas para esa regencia. Durante aquella reunión, Pedro López de Ayala, cronista y alcalde mayor de Toledo, informó del testamento que había hecho el difunto Juan I en 1385, que guardaba Pedro Tenorio, cuyos términos eran del agrado del arzobispo. Pero también fue rechazado porque Juan I había defendido en las Cortes de Guadalajara de 1390, en contra de su propio testamento, la fórmula de una regencia amplia integrada por representantes de todos los estamentos del reino. Pocos días después, con la presencia de casi todos los convocados y con el desagrado de Pedro Tenorio, se acordó que fuese llevado a las Cortes la propuesta de creación de un Consejo de regencia que actuase como una delegación de dichas Cortes. Mientras tanto, los procuradores que iban llegando presentaban su obediencia al niño-rey. Pero otros caballeros convocados, entre los que se encontraban Fadrique, duque de Benavente y hermanastro del difunto Juan I; y Pedro, conde de Trastámara y sobrino del difunto rey Enrique II, no acudieron. Más tarde lo harían después de que el niño-rey aceptara sus condiciones de conservar todos sus privilegios, títulos y propiedades.
En enero de 1391, ciento veintitrés convocados a Cortes se reunieron en la iglesia de San Salvador de Madrid. Desde el principio se formaron dos bandos irreconciliables: uno dirigido por el arzobispo de Santiago, que defendía la formación de un Consejo de regencia amplio; y otro, más fuerte, de los parientes del niño-rey encabezados por el duque de Benavente y el conde de Trastámara, que acaudillaba el arzobispo de Toledo. Estos tres personajes exigían, apoyándose en las Partidas, ser los tutores del rey. Pero las Cortes no aceptaron los argumentos jurídicos aportados por Pedro Tenorio y decidieron nombrar un Consejo de regencia integrado por veinticuatro miembros: dos prelados, Pedro Tenorio y Juan García Manrique, arzobispo de Santiago; nueve nobles, el duque de Benavente; el conde de Trastámara; Gonzalo Núñez Guzmán, maestre de Calatrava; Pedro López de Ayala; Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de Santiago; Pedro Suárez de Quiñones, adelantado de Asturias y León; García González Herrera, mariscal; Alvar Pérez de Osorio; y Ruy Ponce de León; y trece procuradores de las ciudades y villas. Se fijaron e impusieron al Consejo estrechas condiciones para el buen desarrollo de sus funciones. Entre ellas se le impedía: nombrar corregidores, alcaldes o jueces en las villas a no ser por petición de los vecinos; mandar matar, lisiar o desterrar a persona sin juicio; alargar los pleitos, acallar a los litigantes para que no fueran escuchados; conceder el perdón a los homicidas; imponer tributos que no hubiesen sido otorgados en Cortes o Ayuntamientos; y hacer la guerra sin el acuerdo del reino. Por otra parte, el Consejo respetaría las hermandades establecidas con autoridad del rey; mandaría labrar moneda de buena ley ajustándola a la moneda vieja; y guardaría las ligas o alianzas pactadas por los reyes anteriores. Pero el gran número de consejeros y su disparidad de intereses condenaban al fracaso, desde el principio, al Consejo.
A principios de febrero, los regentes empezaron a jurar sus cargos. Solamente Pedro Tenorio, que no había digerido su derrota, se negó a jurar alegando defectos jurídicos. Aunque lo hizo una semana más tarde, para no caer en impopularidad por manifestar que el procedimiento para nombrar el Consejo no era el correcto, cuando los demás regentes le exigieron que expusiera sus argumentos en la plaza pública ante los ciudadanos.
El enfrentamiento que surgió en el seno del Consejo entre Pedro Tenorio y el arzobispo Juan García Manrique, que lo encabezaba, hizo que el primero fomentara una alianza de parientes del rey integrada, entre otros, por: el duque de Benavente; Alfonso de Aragón, marqués de Villena; el conde de Trastámara; y la reina Leonor, hermana de Juan I que no quería volver junto a su esposo Carlos III de Navarra con la excusa de recibir vejaciones. El grupo sería liderado por el conde de Noreña Alfonso Enríquez, hermanastro del difunto rey Juan I, que estaba encerrado por orden de éste en un castillo de Pedro Tenorio. Para seguir su plan, el arzobispo de Toledo, que quería desvincularse del encarcelamiento, consiguió del Consejo que el conde fuera trasladado a un castillo perteneciente al maestre de Santiago. Una de las primeras actuaciones del grupo de los parientes del rey fue la de enviar gente armada a la iglesia en donde se reunía en Consejo para intimidarlos. También, el duque de Benavente, que había abandonado la corte por un enfrentamiento con el arzobispo de Santiago, intentó introducir tropas en Madrid, pero al no conseguirlo, volvió a sus posesiones. Por su parte, el arzobispo de Toledo abandonó Madrid y se instaló en Alcalá de Henares (Madrid) desde donde escribió cartas a los reyes aliados de Castilla, al papa cismático de Aviñón (actual Francia) Clemente VII, a los tutores nombrados en el testamento de Juan I, a las ciudades y a las demás fuerzas políticas castellanas, para manifestar que el Consejo de regencia era ilegal; y para demostrarlo les envió copias del testamento de Juan I.
En marzo, durante las sesiones de las Cortes, se produjo un vacío de autoridad en los reinos debido a los enfrentamientos en la cúpula del poder. Ello propicio la aparición de motines de toda índole en ciudades y villas que iban, sobre todo, contra los judíos. Muchas de estas acciones eran provocadas por predicadores fanatizados, como fue el caso del provisor (especie de vicario) de la iglesia de Sevilla Ferrán Martínez, que ya había conseguido a finales del año anterior, cuando era arcediano de Écija (Sevilla) la destrucción de las aljamas (juderías) de su ciudad y de Alcalá de Guadaíra (Sevilla). El arzobispo de Toledo, reconocido protector de los judíos, consiguió que el Consejo enviase cartas conminatorias ordenando que cesaran las violencias a las juderías. Pero éstas continuaron y sólo se consiguió la destitución del provisor. La situación fue aprovechada por los enemigos del Consejo para acusarlo de incapacidad para mantener el orden y falta de autoridad. Ante la situación de insurrección, el arzobispo de Santiago intentó negociar con el arzobispo de Toledo enviándole una embajada a Alcalá de Henares. Pero fue un fracaso porque Pedro Tenorio rechazó cualquier oferta al continuar apoyándose en argumentos jurídicos y en las “Partidas”. Además, contaba con poderosos aliados como, entre otros: el duque de Benavente, el conde de Trastámara, el marqués de Villena, el conde de Niebla, el maestre de Alcántara y Diego Hurtado de Mendoza, sobrino de Juan Hurtado, que le proporcionaban tropas.
A primeros de abril, una segunda embajada, esta vez a Toledo, exigió que el arzobispo volviese a Madrid; pero también fracaso cuando Pedro Tenorio pidió seguridades ante una supuesta conspiración contra él. Pocos días después, una tercera embajada tampoco obtuvo resultados positivos porque el Consejo pedía que el arzobispo acudiese a Madrid con el testamento, a lo que el arzobispo se negó.
En los últimos días de abril, el Consejo decidió clausurar las Cortes después de que se votaran, entre otros asuntos, los subsidios, la devaluación de la moneda blanca con un cambio de seis blancas por un maravedí y dieciocho por un real de plata, y ratificaran el Consejo de regencia que tendría una vigencia hasta octubre de 1395 cuando el niño-rey cumpliese los dieciséis años de edad.
A mediados de mayo, el Consejo de regencia abandonó Madrid para instalar a Enrique III en la segura fortaleza de Segovia. Allí, el conde de Trastámara se pasó al bando del arzobispo de Santiago cuando exigió al Consejo, y le fue concedido, el nombramiento de condestable (jefe del ejército) que ostentaba el marqués de Villena. Con el conde, también cambió de bando la reina Leonor de Navarra.
Mientras tanto, los embajadores de los diferentes reinos fueron llegando para asistir a los funerales y apoyar al Consejo. Entre ellos acudió el obispo de San Ponce, legado del papa Clemente VII, que se ofreció al Consejo como mediador en una cuarta entrevista a celebrar en Buitrago (Madrid) entre Pedro Tenorio y Juan García Manrique, pero nuevamente la embajada fracasó cuando el arzobispo de Toledo exigió que primero se disolviera el Consejo y después presentaría en las Cortes la disyuntiva de respetar el testamento de Juan I o aplicar las “Partidas”. A pesar de que las súplicas de entendimiento fracasaban poniendo de manifiesto su debilidad, el Consejo envió una quinta embajada a Pedro Tenorio que se encontraba en Illescas (Toledo), y que estaba integrada por el conde de Trastámara y el maestre de Santiago. Tampoco se consiguió resultado positivo alguno. La verdadera razón de su negativa se puso de manifiesto cuando a los pocos días, el arzobispo de Toledo unió sus tropas a las del maestre de Alcántara, Martín Yáñez, y a las del duque de Benavente en Talavera (Toledo).
En junio, las rivalidades en el Consejo de regencia se trasladaron a los ayuntamientos de las ciudades generando enfrentamientos y luchas nobiliarias entre familias rivales. Fue el caso de Sevilla, donde la familia del conde de Niebla y la del señor de Marchena se enfrentaron por una cesión del cargo de alguacil mayor de la primera familia a la segunda, dando lugar a una crisis de autoridad en la ciudad que fue aprovechada por las turbas sevillanas, excitadas por Ferrán Martínez, para asaltar la aljama y producir una matanza de unos cuatro mil judíos. Los progroms (linchamientos) se propagaron rápidamente por muchas ciudades de las actuales provincias de Sevilla, Córdoba y Jaén. También las aljamas de Toledo, Cuenca, Madrid, Burgos y Logroño sufrieron matanzas.
En julio, el Consejo se trasladó a las proximidades de Valladolid para obtener ayudas en la comarca. La guerra civil estaba a punto de estallar, pues también el arzobispo de Santiago comenzaba a levantar tropas y ofrecía mercedes para obtener partidarios.
En agosto, ante la grave situación, el concejo de la ciudad de Burgos tomó la decisión de actuar como mediador y trasladó al Consejo de regencia un acuerdo que invitaba a los bandos rivales a suspender sus querellas y acudir a unas nuevas Cortes en Burgos para resolverlas. Al darse cuenta la reina Leonor de que el poder pasaría a los procuradores de las villas si la nobleza acudía dividida a aquellas Cortes, se erigió en mediadora para llegar a una reconciliación. Para conseguirla, el arzobispo de Santiago estaba dispuesto a hacer concesiones, no así Pedro Tenorio que había conseguido reunir un poderoso ejército. Al final, después de varias reuniones infructuosas, comprendió las razones de la reina Leonor y accedió a una entrevista de reconciliación en Perales (villa, hoy inexistente, cercana a Valladolid). Allí, ambos bandos aceptaron el testamento de Juan I, pero ampliándolo con el duque de Benavente, el conde de Trastámara y el maestre de Santiago. Es decir, estaría compuesto por: los tres anteriores, el marqués de Villena, el conde de Niebla, el alférez mayor, los arzobispos de Toledo y de Santiago, y el maestre de Calatrava, junto con los seis buenos hombres de Burgos, Toledo, León, Sevilla, Córdoba y Murcia. Por tanto, la “concordia de Perales” eliminaba a casi todos los procuradores de las ciudades, pero el nuevo Consejo de regencia tendría que ser refrendado por unas nuevas Cortes que se celebrarían en Burgos y que comenzarían en octubre.
En septiembre, el arzobispo de Santiago y el maestre de Santiago pusieron en libertad al conde de Noreña para que pudiera entrar en el Consejo de regencia en una proyectada ampliación, y así contrarrestar la influencia del duque de Benavente. Este hecho provocó el descontento de los parientes del rey.
A mediados de diciembre, después de varios retrasos, se pudo celebrar la primera sesión de las Cortes de Burgos. La primera discrepancia se manifestó cuando el arzobispo de Santiago pidió que para elegir el Consejo de regencia se mantuviese el testamento de Juan I con la entrada, si hubiera ampliación, del conde de Noreña; pero sus contrarios se opusieron porque querían atenerse a lo acordado en Perales. Era una lucha entre los dos bandos nobiliarios para conseguir el máximo de votos en el futuro Consejo. El duque de Benavente se opuso al arzobispo y Pedro Tenorio se mantuvo al margen. Para evitar discordias, el tercer estado impuso que las Cortes decidieran en una votación secreta. Nuevamente la reina Leonor maniobró para unir a los nobles convenciendo al duque de Benavente con una nueva propuesta; pero ya era tarde. Unos días antes de la votación, se produjo el asesinato en Burgos de un caballero partidario del conde de Noreña; la sospecha de la autoría del crimen recayó sobre partidarios del duque de Benavente, quien perdió toda credibilidad para ser un futuro regente del reino. El suceso marcó la decisión de los procuradores del tercer estado, que decidieron mayoritariamente mantener el testamento original de Juan I, con lo que el duque de Benavente quedaba fuera del Consejo. Ello supuso el alza del poder de las ciudades y por tanto, en opinión de la nobleza, una amenaza directa al poder real. El duque de Benavente asumió la decisión y, airado, se retiró a sus dominios en Benavente (Zamora).
Concluidas las Cortes en marzo de 1392, el Consejo envió embajadores a la frontera de Portugal, cerca de Ciudad Rodrigo (Salamanca), para negociar la renovación de la tregua con aquel reino, que estaba cercana de concluir. Después inició su trasladó a Segovia. Por el camino, aprovechando la muerte del alcaide de la fortaleza de Peñafiel (Valladolid), el arzobispo de Santiago nombró alcaide a su partidario Diego López de Stúñiga.
En mayo, el arzobispo de Toledo exigió que, para cumplir con el testamento, se reincorporasen al Consejo el marqués de Villena y el conde de Niebla, que no asistían por diferentes motivos; y, si no acudieran, permitir que él usara sus votos para equilibrar las votaciones. Con la respuesta negativa de ambos nobles, Pedro Tenorio pidió al duque de Benavente que volviera a la corte para formar una alianza que incluía al conde de Trastámara.
En junio, el niño-rey Enrique III entró en Segovia. Inmediatamente, los partidarios del arzobispo de Santiago forzaron al alcaide de su fortaleza a ceder la alcaidía al mayordomo real Juan Hurtado de Mendoza. Este hecho encontró la oposición del bando de los familiares del rey con el duque de Benavente a la cabeza, que ya estaba preparando un ejército y una alianza con el rey Juan (Joao de Avís) I de Portugal. Estas noticias incidieron negativamente en las negociaciones para la tregua, ya que los castellanos sólo consiguieron una prórroga de dos meses en lugar de una más larga debido a las exigentes peticiones portuguesas. Para resolver el problema, la reina Leonor, ejerciendo de mediadora, llevo la Consejo la propuesta del duque de Benavente de matrimoniar con su prima Leonor, hija del conde Sancho, que llevaba una dote muy importante. La petición fue aceptada, pero el duque se retractó y rompió nuevamente con el Consejo e intentó negociar un matrimonio con una hija del rey portugués. Ante aquella grave situación: con una tregua a punto de acabar y un duque militarmente muy potente, cuyas posesiones se encontraban en la misma frontera, el Consejo optó por negociar con el duque a través de Pedro Tenorio, que sólo pudo hacerles llegar la desconfianza que el Consejo inspiraba al duque. Este recelo se plasmó en Zamora cuando el duque introdujo pequeños grupos de tropas en su castillo, que le era fiel, con la oposición del concejo de la ciudad, partidario del Consejo, que cerró las puertas de la muralla y llamó a los habitantes y al maestre de Calatrava para, junto con sus tropas, asaltar el castillo.
A finales de octubre, el arzobispo de Santiago se instaló con el niño-rey y los regentes en Medina del Campo (Valladolid) para controlar Zamora y los movimientos del duque, que se había trasladado, con un poderoso ejército, a las cercanías de Toro (Zamora). En diciembre, ante una casi inevitable guerra, el Consejo volvió a llamar al arzobispo de Toledo para que mediara ante su aliado el duque de Benavente. Pero éste, apoyado en la fortaleza de su ejército, se negó a negociar.
En diciembre, Muhammad VII, nuevo emir del reino nazarí de Granada, con el pretexto de las incursiones de almogávares cristianos en su territorio, atacó con un poderoso contingente de tropas la comarca de Lorca e incendió Caravaca (ambas en Murcia), obligando a la población de ésta última a refugiarse en el castillo. A su regreso, con abundante botín, la expedición nazarí fue sorprendida y derrotada por las tropas castellanas. A pesar de este incidente, la tregua se mantuvo.
En enero de 1393, el Consejo, como último recurso decidió ofrecer su propia disolución y poner la regencia en manos de Juan Hurtado de Mendoza y de los procuradores de las ciudades. Pero el duque no aceptó y decidió recurrir a las armas para apoderarse de Zamora; actitud que le valió la deserción de varios de sus capitanes.
En febrero, el duque se dispuso a tomar la ciudad, pero las tropas del maestre de Calatrava se lo impidieron y el duque de Benavente, derrotado, tuvo que abandonar sus tierras al tiempo que Enrique III y los regentes entraban en Zamora en medio de un gran recibimiento. Todo ello tuvo como consecuencia que Pedro Tenorio, aislado en el Consejo, anunciase su regreso a la diócesis de Toledo, siempre y cuando se cumpliesen las promesas realizadas, como la de compensar económicamente al duque y permitirle volver a sus señoríos, con la obligación de prestar auxilio militar al rey siempre que fueses necesario; nombrar almirante de Castilla a Diego Hurtado de Mendoza y camarero mayor a Juan Fernández de Velasco. El Consejo sólo aceptó la petición referente al duque. Decisión que no satisfizo a Pedro Tenorio. Ante unos rumores de que el arzobispo pretendía organizar una revuelta con Fernández de Velasco, el Consejo ordenó encerrarlos en el castillo de Zamora. Posteriormente, cuando fueron liberados mediante entrega de rehenes, el arzobispo de Toledo pronunció un entredicho (prohibición del uso de santos oficios y/o sacramentos) y excomunión sobre la corte y las diócesis de Zamora, Palencia y Salamanca.
En la primavera de aquel año, el arzobispo de Santiago estaba en la cima del poder. Había evitado la amenaza de guerra con Portugal firmando una tregua por quince años, aunque bajo condiciones desfavorables, había anulado políticamente a Pedro Tenorio y dominado a casi todos sus enemigos. Para completar su política, viajó a Tordehumos (Valladolid) donde, con una oferta económica muy sustanciosa, convenció al duque de Benavente para que regresara a la corte al lado del niño-rey.
En julio, el obispo de San Ponce, actuando nuevamente de legado papal, volvió a Burgos y levantó el entredicho y la excomunión dictados por el arzobispo de Toledo. Como consecuencia de ello, Enrique III tuvo que comprometerse a reparar los perjuicios hechos a Pedro Tenorio. Con ello, parecía, erróneamente, que se terminaban las luchas entre las fuerzas políticas castellanas.
En agosto, durante una reunión del Consejo en el monasterio burgalés de Las Huelgas, Enrique III, alentado por sus consejeros Diego López de Stúñiga y Juan Hurtado de Mendoza, decidió asumir el gobierno dos años antes de lo estipulado y sin el consentimiento de las Cortes. Puede que la causa de esta decisión fuera el deterioro del prestigio del gobierno del arzobispo de Santiago, que con sus actuaciones había menoscabado la autoridad de la monarquía, había provocado el descontento por el reparto de prebendas entre sus aliados y porque los nobles habían comenzado a unirse para ir contra él. El arzobispo no puso ninguna objeción a la entrega del poder, limitándose sólo a pronunciar un discurso defendiendo su actuación. Pero con la declaración de mayoría de edad nada cambiaba, porque el Consejo de regencia estaba dispuesto a seguir gobernando junto al rey. Tras la comunicación al reino del fin de la minoría, se convocó a los procuradores de las ciudades para celebrar en diciembre Cortes en Madrid.
En septiembre, Enrique III tomó posesión del señorío de Vizcaya firmando sus fueros en Bermeo (Bilbao). Para sufragar aquella actuación, cobró servicios sin acudir a las Cortes. Éstas se abrieron en diciembre y obviaron debatir esa actuación, consiguiendo sólo que el rey jurase que no recibiría nuevos impuestos sin el consentimiento de aquellas. Después ratificaron los acuerdos realizados por el Consejo de regencia en política exterior: alianza con Francia, apoyo al papa de Aviñón, cumplimiento de los acuerdos con el duque de Lancáster, apertura de las relaciones comerciales con Inglaterra y las treguas prorrogadas con Portugal, También concedieron sustanciosas rentas a la reina Leonor y a los condes de Trastámara y de Noreña en compensación de las que les habían anulado. Antes de terminar el año, como consecuencia probablemente de la aparición de la peste, las Cortes se clausuraron.
Durante los primeros meses de 1394 fueron incorporándose al Consejo del rey un grupo de fieles a Enrique III sin títulos que ejercían el poder a través de los oficios en la corte; entre ellos estaban: Juan Hurtado de Mendoza, Diego López de Stúñiga, Ruy López Dávalos, Pedro López de Ayala, Juan Fernández de Velasco, Diego Hurtado de Mendoza y Lorenzo Suárez de Figueroa. Frente a ellos se situaron los parientes del rey, que no aceptaron su marginación del Consejo. Para evitar la confrontación, el Consejo había optado en aquellos meses por la conciliación apoyándolos en sus pleitos; como fue el caso del conde de Niebla al que se le confirmaron sus privilegios para que pudiera restaurar su autoridad en Sevilla, o la reconciliación con Pedro Tenorio. Aun así, los parientes de rey, que no renunciaban a ejercer el gobierno del reino, intentaron formar una liga auspiciada por la reina Leonor, los condes de Trastámara y Noreña y el duque de Benavente. El Consejo, para resolver el conflicto, les envió al mariscal Garci Gonzáles Herrera con una generosa propuesta de reconciliación que no sólo no fue aceptada, sino que en Lillo (Toledo) constituyeron la liga en una reunión a la que asistieron el arzobispo de Santiago y el infante Juan, hijo bastardo del difunto Pedro I de Portugal, que estaba exiliado en Castilla. A continuación hicieron un llamamiento para levantar tropas, que fue contestado de la misma forma por el Consejo. Pero la falta de un liderazgo y de un plan de acción dejo a la liga con poca capacidad de acción.
En abril, la tregua con el reino nazarí de Granada estuvo en peligro de romperse cuando Martín Yáñez de la Barbuda, maestre de Alcántara, influenciado por un ermitaño visionario que le profetizaba grandes victorias, informó al rey que preparaba una expedición contra los musulmanes. El rey, el maestre de Santiago y otros jefes de la frontera intentaron detener el disparatado ataque, pero no lo consiguieron. Ante ello, el Consejo ordenó al duque de Benavente y a los condes de Noreña y Trastámara que se unieran al rey con las tropas que pudieran reunir. Esta orden les permitió reunir un potente ejército que ya no era necesario, porque el maestre de Alcántara acababa de ser derrotado y muerto por los granadinos en la Vega de Granada.
En mayo, ante la amenaza que suponía aquel ejército, Enrique III salió de Toledo con mil seiscientas lanzas hacia Illescas. Allí esperó al marqués de Villena, que presionado por Juan I de Aragón y Carlos III de Navarra, venía con mil quinientas lanzas. Rápidamente se constituyó una liga alrededor del rey en la que entraron, entre otros, Pedro Tenorio, el maestre de Santiago y Juan Hurtado de Mendoza. Pero una serié de desencuentros hizo que el marqués de Villena abandonara la liga y volviera a Aragón. A pesar de ello, la corte continuó su marcha hacia Valladolid. Allí tuvieron noticias de que: el duque de Benavente estaba en Cisneros (Palencia) con seiscientas lanzas y dos mil peones; el arzobispo de Santiago estaba en Amusco (Palencia) con quinientos caballos y mil infantes; el conde de Noreña continuaba levantando tropas en Asturias; la reina Leonor se encontraba refugiada en Roa (Burgos), y no se sabía la cantidad de tropas que el conde de Trastámara levantaba en Galicia. A pesar de su potencia, los rebeldes aceptaron negociar la paz evidenciando así la debilidad de su unión.
En junio, uno tras otro acudieron los rebeldes a Valladolid, y con la excepción del conde de Noreña y de Leonor de Navarra, prestaron y firmaron la sumisión al rey. Al día siguiente se firmó un tratado de paz y ayuda entre Castilla y Navarra. En el mismo acto, Enrique III prometió solemnemente entregar a la reina Leonor a su marido Carlos III, bajo la garantía de que recibiría buen trato.
También en ese mes, los jurisconsultos de la Universidad de París, a petición del rey Carlos VI de Francia, emitieron un dictamen para resolver el problema que estaba causando desde 1378 el Cisma de Occidente en la Iglesia católica, y como consecuencia en los reinos cristianos europeos, con la existencia de dos papas en dos sedes distintas: Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón. El dictamen proponía tres soluciones que se aplicarían sucesivamente si fracasaba la anterior: la primera era la vía cessionis que consistía en que ambos papas debían renunciar voluntariamente para que los cardenales supervivientes del Colegio del difunto papa Gregorio XI eligieran otro papa; la segunda era la vía compromissi que abogaba por un juicio arbitral de mediadores propuestos por ambas partes; y la tercera sería la vía concilii que proponía, como última solución, la convocatoria de un concilio ecuménico que elegiría un papa legítimo.
En julio, Enrique III ya había decidido ordenar, para acabar definitivamente con la rebeldía, el encarcelamiento de sus parientes más peligrosos: el duque de Benavente, los condes de Trastámara y Noreña, y la reina Leonor. Por ello, el de Benavente fue encarcelado y llevado al castillo de Burgos cuando asistía a una reunión del Consejo; el de Trastámara logró huir con sus tropas y refugiarse en Roa con la reina Leonor. Para hacerse con él, el rey con sus tropas marchó hacia Roa, pero, debido a que el conde había huido hacia Galicia, sólo consiguió hacer prisionera a la reina Leonor y enviarla al monasterio de Santa Clara en Tordesillas (Valladolid) a la espera de entregarla a su esposo.
En agosto, Enrique III marchó hacia Asturias para enfrentarse al conde de Noreña. Durante el trayecto, además de someter a villas y fortalezas partidarias de los rebeldes y de enviar mensajeros al conde exigiéndole la rendición, recibió en Cisneros al arzobispo de Santiago, que hizo protestas de fidelidad y se retiró a Galicia, desde la que más tarde huyó a Portugal por temor a Pedro Tenorio. A su paso por León, el rey recibió la petición de clemencia, que fue aceptada, del conde de Trastámara.
En septiembre, el rey con sus tropas entraron en Asturias apropiándose casi sin resistencia de las posesiones del conde, que tuvo que replegarse hacia el castillo de Gijón. A principios de noviembre se inició el asedio de la fortaleza, pero tras duros combates sin conseguir la rendición y con la amenaza de la proximidad del invierno, se levantó el asedio tras negociar una tregua de seis meses. Tiempo que serviría para que, a petición de ambos contendientes, Carlos VI actuara de árbitro y determinase si las reclamaciones del conde para que se le devolviesen sus posesiones eran justas. A continuación, Enrique III volvió a Valladolid y convocó Cortes para principios de diciembre en San Esteban de Gormaz (Soria). Pero debido al escaso tiempo dado, las Cortes comenzaron en la última semana del mismo mes en Medina del Campo con poca asistencia y escasos acuerdos, entre ellos: petición de subsidios y las condiciones en que se haría la entrega de la reina Leonor a su esposo.
También en ese mes, el papa cismático Clemente VII murió en Aviñón. Para sucederle, los cardenales cismáticos se reunieron en cónclave y firmaron un documento donde se comprometían, en caso de ser elegidos, a hacer todo lo posible, incluso la abdicación, por acabar con el Cisma. El cónclave terminó con la elección como papa del cardenal aragonés Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII.
En febrero de 1395, Enrique III llevó a su tía Leonor hasta la frontera con Navarra cerca de Alfaro (La Rioja) y la entregó a su esposo, después que éste hiciera los juramentos previstos de seguridad y honra ante los legados papales: los obispos de Zamora y de Albi (Francia).
También en ese mes, una asamblea del clero francés decidió poner en práctica de forma sucesiva las tres vías propuestas por la universidad parisina para acabar con el Cisma. Carlos VI, muy interesado en ser considerado como el artífice de la pacificación, envió embajadores a los reyes Enrique III y Juan I de Aragón para pedir su colaboración. Las respuestas protocolarias de ambos reyes fueron consideradas, erróneamente, por el rey francés como una aceptación a su petición.
En mayo, los duques que habían sido regentes en la minoría de Carlos VI se trasladaron a Aviñón para solicitar la abdicación voluntaria de Benedicto XIII. Durante dos meses intentaron convencerlo, incluso utilizando la violencia, sin conseguirlo. El papa argumentaba su negativa apoyándose en que la abdicación no tenía precedente en el derecho canónico; por ello, propuso la vía iustitiae que consistía en que los dos papas se reuniesen para encontrar una solución al Cisma, y si no llegaban a un acuerdo dejarían que unos árbitros decidieran la legitimidad de uno de ellos.
En junio, Enrique III comenzó un segundo cerco a Gijón haciendo caso omiso a la petición de Carlos VI de ampliar el plazo para dictar sentencia. Por ausencia del conde de Noreña, defendía la fortaleza su esposa Isabel, hija bastarda del difunto rey de Portugal Fernando I. Tras más de dos meses de duros combates, la condesa se rindió y huyó por mar con sus partidarios después de quemar la fortaleza (otras fuentes dicen que la quemó el rey). Una vez conseguida la caída de sus parientes y enemigos, que se rindieron o exiliaron, Enrique III comenzó la tarea de reafirmar la autoridad de la monarquía. Para ello, necesitaba pacificar los bandos nobiliarios que ensangrentaban con sus luchas algunas de las más importantes ciudades de Andalucía y Murcia, y restaurar el orden público consolidando la figura de los corregidores (funcionarios reales que representaban en los municipios a la corona en materia de justicia y represión del bandidaje, entre otras).
Durante el cerco de Gijón, Enrique III envió cartas de protesta a los cardenales franceses y a su rey cuando tuvo conocimiento de la violencia ejercida sobre Benedicto XIII. En ellas advertía que no se plegaría a las actuaciones unilaterales de Francia contra el papa aragonés.
En diciembre, Enrique III se trasladó a Sevilla donde encomendó a Pedro Tenorio y a Diego López de Stúñiga la investigación de los actos de indisciplina cometidos en la ciudad y de los saqueos de las aljamas; y a Ruy López Dávalos para poner fin a las banderías de los nobles.
También en aquel año, el incumplimiento de Castilla de los acuerdos suscritos con Portugal sobre la entrega de prisioneros pudo romper la tregua. Para evitarla, se reunieron dos jueces arbitrales de ambos reinos y evaluaron que los daños por el quebrantamiento ascendían a cuarenta y ocho mil doblas de oro en contra de Castilla. El rey portugués reclamó el pago y Enrique III contestó en términos conciliatorios, pero no saldó la deuda.
En enero de 1396, como resultado de las indagaciones, en Sevilla fueron recuperados los bienes robados a los judíos y encarcelado el arcediano Ferrán Martínez como único culpable de las algaradas. En lo que respecta a las luchas en las ciudades entre los nobles; hasta la primavera no fueron pacificadas las dos últimas: las jiennenses Úbeda y Baeza.
En mayo, el rey portugués Joao I (Juan) de Avís, para acelerar el cumplimiento de los pactos suscritos con Castilla, conquistó Badajoz y cogió prisionero a su obispo en una acción incruenta y por sorpresa. Como consecuencia de ello, y después de unas negociaciones de paz que fracasaron, la caballería de los maestres de Santiago, Alcántara y Calatrava invadió Portugal por la zona entre los ríos Tajo y Guadiana. Además, naves vizcaínas desvalijaron a dos grandes naos portuguesas.
En agosto, una embajada francesa, que traía poderes para conseguir la unidad de acción para que los reyes de Francia, Inglaterra, Aragón y Castilla impusieran a los dos papas la vía cessionis, fue recibida por Enrique III después de que hubieran pasado por Aragón sin conseguir de momento ningún resultado por causa de la muerte en mayo de Juan I, y estar a la espera de la llegada desde Sicilia del nuevo rey Martín I. En esta ocasión, el rey castellano suscribió un acuerdo de colaboración con Francia para hacer todo lo necesario para acabar con el Cisma. El cambio de postura, posiblemente se debiera a que los franceses habían conseguido integrar la cuestión cismática en la alianza político-militar entre ambos reinos. Un mes después, Enrique III despachó embajadores con amplios poderes a Francia para que acordasen una acción común con los otros dos reinos para resolver el conflicto del Cisma. El principal propósito era dar un plazo hasta septiembre a los dos papas para que se pusieran de acuerdo, con la amenaza de sustraerles la obediencia si no lo hacían.
En marzo de 1397, el nuevo rey de Aragón Martín I, que había llegado a Marsella (Francia) procedente de Sicilia, se reunió con Benedicto XIII en Aviñón. Allí decidió apoyar incondicionalmente al papa cismático en su propuesta de utilizar la vía iustitiae para resolver el Cisma. Con tal decisión se desmarcaba de la alianza con los otros tres reyes.
A mediados de aquel año, los portugueses incendiaron las instalaciones portuarias de Cádiz; en represalia, una flota de seis galeras portuguesa procedente de Génova fue capturada por naves castellanas. A partir de aquella actuación, comenzó una serie de ataque de corsarios castellanos contra barcos portugueses sin que Portugal pudiera presentar una defensa eficaz en el mar.
En enero de 1398 se descubrió en Galicia una conspiración contra Enrique III propiciada por Joao I y apoyada por el arzobispo de Santiago, que habían aprovechado las discordias internas para intentar debilitar al rey castellano. A pesar de la divulgación, en mayo, el rey portugués atravesó la frontera con un ejército y tomó Salvatierra y puso sitio a Tuy (ambas en Pontevedra). También por aquellas fechas, el arzobispo de Santiago regresó a Galicia con tropas y se apoderó de Pontevedra, que posteriormente fortificó.
En julio, Carlos VI, adelantándose a Castilla, anunció oficialmente la sustracción de obediencia a Benedicto XIII. En septiembre, tropas francesas se apoderaron de Aviñón y la entregaron a los cardenales franceses contrarios al papa aragonés, que quedó sitiado en su palacio-fortaleza, solamente apoyado por los cardenales aragoneses y navarros y por escasas tropas.
En ese verano y en la frontera meridional entre Castilla y Portugal, la ofensiva que había iniciado el condestable portugués Nuno Alvares Pereira en diciembre del año anterior, cuando atacó Cáceres, terminó con un fracaso ante las fuerzas que presentó Enrique III. A pesar de ello, la guerra continuó con actuaciones militares, como la rendición de Tuy, y políticas, como el intento de desestabilizar Portugal con el reconocimiento como rey por parte de Castilla del infante Dionís, hijo ilegítimo del difunto Pedro I de Portugal.
En noviembre, una flota aragonesa fondeada en la desembocadura del río Ródano, a unos ochenta kilómetros de Aviñón, obligó a suspender los ataques, pero no el bloqueo, contra el palacio-fortaleza de Benedicto XIII situado en la orilla izquierda de aquel río. Un mes más tarde, una asamblea del clero castellano reunida en Alcalá de Henares decidió, mediante la redacción de una ordenanza, retirar su obediencia a Benedicto XIII hasta que pusiera los medios para solucionar el Cisma. Ello provocó, entre otros problemas, que los nombramientos de los abades fueran votados por los monjes, y que los obispos fueran quienes decidirían sobre los beneficios, excomuniones y pleitos en sus sedes. Pero la ordenanza, al no decir quién debería proveer las sedes obispales en caso de quedar vacantes, hizo que dicha función cayeses en manos del rey, con lo que se convertía en cabeza de la Iglesia castellana; como se vio dos años más tarde, cuando nombró al obispo de Sevilla.
En febrero de 1399 se iniciaron unas negociaciones de paz con Portugal que fracasaron. Ante la necesidad de reiniciarlas, se acordó una tregua que acabaría en julio con la intención de dar tiempo a que los embajadores estudiaran las condiciones. A pesar de ello, Joao I, para tener más bazas con las que negociar, atacó en el verano la fortaleza de Alcántara (Cáceres). Para socorrerla llegaron tropas castellanas que, además de conseguir que los portugueses levantaran el campo, entraron en Portugal y tomaron varias villas. También en agosto, los castellanos tomaron Miranda de Duero, ciudad portuguesa fronteriza con Zamora. En diciembre, se firmó una tregua de cuatro meses para reiniciar las negociaciones.
En mayo, tras la muerte del arzobispo Pedro Tenorio, principal enemigo de Benedicto XIII, la corte castellana se dividió entre los partidarios de continuar con la doctrina de la sustracción y los que propugnaban por volver a la obediencia del papa cismático.
A primeros de enero de 1400 las negociaciones terminaron sin acuerdo porque los portugueses pedían solamente la devolución de los prisioneros y de las plazas conquistadas, y los castellanos querían, además, una indemnización para los exiliados y para la reina Beatriz, hija del difunto Fernando I de Portugal y segunda esposa del anterior rey de Castilla Juan I. A pesar del desencuentro, no recomenzaron las hostilidades pero sí se prorrogó la tregua, primero hasta octubre y luego hasta un año más.
En 1401, Enrique III envió una embajada a Samarcanda (Uzbekistán) a Amir Timur, más conocido como Tamerlán, último Gran Khan del Imperio mongol, que amenazaba por el este al Imperio turco otomano.
En enero de 1402, María, primogénita de Enrique III nacida en enero del año anterior, fue jurada heredera de Castilla y de León en las Cortes de Toledo. Con ello pasaba a un segundo plano el infante Fernando, hermano del rey, que había sido el heredero mientras Enrique III no tuvo hijos.
En junio, una propuesta portuguesa de paz perpetua volvió a fracasar porque Castilla, además de sus demandas anteriores, quería ayuda militar y naval. Ello dio lugar a que se comenzara a estudiar una tregua larga de diez años, que se firmó en agosto. En este tratado, Castilla se comprometía a retirar su apoyo a Beatriz y a los exiliados portugueses. Además, ambos reinos se otorgaban mutuamente libertad de comercio, excepto para el oro, plata, armas y cabalgaduras. Por último se acordaba la restitución mutua de plazas: Castilla devolvía Braganza, La Piconia, Miranda de Douro, Binhaes, Pena Maçor, Pena Garza y Nódar; y Portugal restituía Badajoz, Tuy, Salvatierra y Santa María de Miño (La Coruña).
En septiembre, una embajada enviada por Enrique III comunicó en Aviñón a Benedicto XIII que una Asamblea del clero castellano había votado la restitución de la obediencia. Con esta decisión se abría el camino para plantear, de una forma u otra, la liberación de su cautiverio al papa cismático.
En marzo de 1403, Benedicto XIII huyó de su palacio por un agujero en una pared que hicieron los aragoneses. Disfrazado de campesino atravesó el bloqueo de Aviñón y se unió al duque de Orleans, que le prestó asilo. En abril Castilla le restituyó la obediencia, y Francia lo hizo al mes siguiente. Por su parte, los cardenales aviñonenses no tardaron en ofrecerle la sumisión. Pero el Cisma continuó.
A finales de mayo, una segunda embajada enviada por Enrique III, que encabezaba Ruy González de Clavijo, partió hacia Samarcanda para entrevistarse con Tamerlán. Los enviados perdieron por fallecimiento a uno de los tres embajadores y tardaron más de un año en llegar a la capital de los mongoles. Durante un tiempo fueron muy bien tratados y agasajados, pero en octubre de 1404 fueron despedidos debido a la inestabilidad del Imperio. Durante el largo regreso sufrieron violencias y robos, y tuvieron noticias de la muerte de Tamerlán acaecida en febrero de 1405. Posteriormente Clavijo escribió un relato con las experiencias de aquel viaje al que tituló “Embajada a Tamorlán”.
En marzo de aquel 1405 nació en Toro el infante Juan, primer hijo varón de Enrique III, ya en enero de 1403 había nacido una segunda hija, Catalina. Inmediatamente se convocaron Cortes en Valladolid donde fue jurado heredero por los procuradores. En aquellas Cortes se volvió a plantear el problema del odio hacia los judíos, que con los años se había agravado. Por ello, se estableció un Ordenamiento de segregación recial entre judíos y cristianos.
En aquella primavera, el emir Muhammad VII, adelantándose a los preparativos de guerra de Enrique III, atacó las villas de Vera (Almería) y Lorca (Murcia) pero fue derrotado con grandes pérdidas. Sin embargo, sus ataques a otros puntos de la frontera le fueron favorables. A pesar de las protestas de Enrique III, los enfrentamientos esporádicos continuaron.
En marzo, abril y mayo de 1406, Muhammad VII efectuó incursiones en las tierras gaditanas de Vejer y Medina Sidonia, en las sevillanas de Estepa y Écija, y en las de Bedmar (Jaén).
En octubre, a pesar de que en ese mismo mes se había firmado una tregua por dos años, las tropas nazaríes entraron en Quesada (Jaén) y atacaron Baeza. El adelantado de León, Pedro Manrique, acudió con sus tropas y se enfrentó con los musulmanes en una batalla donde perdieron la vida muchos castellanos ilustres. Los historiadores dan versiones muy diferentes sobre el resultado de la batalla.
En diciembre, cuando el infante Fernando negociaba, por enfermedad
de su hermano, con los procuradores en las Cortes de Toledo los servicios para
reunir los medios necesarios para una guerra total contra Granada, Enrique III
murió.
Sucesos contemporáneos
Reyes y gobernantes coetáneos
Aragón: | Reyes de la Corona de Aragón. Juan I "el Cazador" (1387-1396). |
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Navarra: | Rey de Navarra. Carlos III "el Noble" (1387-1425). |
||||
Condado catalán no integrado en la Corona de Aragón: |
Conde de Pallars-Sobirá. Hugo Roger II (1369-1416). |
||||
Al-Andalus: |
Emires del reino nazarí de Granada. Muhammad V (1362-1391) 2ª vez. |
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Portugal: | Rey de Portugal. Juan I (1385-1433). |
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Francia: | Rey de Francia. Carlos VI (1380-1422). |
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Alemania: | Reyes de Germania. Wenceslao (1378-1400). (Dinastía de Wittelsbach). Roberto del Palatinado (1400-1410). |
Reyes de Romanos. (Emperador del Imperio Romano Germánico sin coronar). Wenceslao (1378-1400). |
|||
Italia: | Reyes de Italia (Norte). ------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962. |
||||
Dux de la República de Venecia. Antonio Venier (1382-1400). |
|||||
Estados Pontificios (Papas). ------- (Papas en Roma). Bonifacio IX (1389-1404). ------- (Papas en Aviñón). Clemente VII (1378-1394). |
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Reyes de Sicilia. María (1377-1402). |
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Rey de Nápoles. Ladislao (1386-1414). |
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Britania: | Escocia: |
Reyes de Escocia. Roberto II (1371-1390). |
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Inglaterra: |
Reyes de Inglaterra. Ricardo II (1377-1399) (Obligado a abdicar). (Dinastía de Lancaster). Enrique IV (1399-1413). |
||||
División del Imperio bizantino. (Bizancio): |
Imperio bizantino. Juan VII (1390). |
Imperio de Trebisonda. Alejo III (1350-1390). |
Despotado de Épiro. Esaú de Buondelmonti (1385-1411). |
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Imperios y sultanatos musulmanes: | Califato árabe abbasí: | Califas abbasíes. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo). Al-Mutawakkil I (1389-1406) 3ª vez. |
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Sultanato benimerín o meriní: |
Sultanes. Abú l-Abbás Ahmad (1387-1393). |