Enrique II "el de las Mercedes"
Rey
de Castilla y León (1333<1366-1379>1379)
Genealogía
Su reinado
Enrique II nació en Sevilla en enero de 1333 y era el tercero de los diez hijos ilegítimos que el rey castellano-leonés Alfonso XI tuvo con su amante Leonor de Guzmán. Fue prohijado al nacer por el magnate nobiliario Rodrigo Álvarez de Asturias, señor de Noreña, del que heredó, cuando al año siguiente murió, el señorío del mismo nombre y las villas asturianas de Gijón, Allande, Siero, Colunga, Llanes y Ribadesella.
En 1340 su padre, que anteriormente ya le había donado tanto a él como a sus hermanos un importante patrimonio, le concedió el condado de Trastámara y los señoríos de Lemos y Sarria, en Galicia, y los de Cabrera y Ribera en León.
En marzo de 1350, Alfonso XI murió víctima de la peste cuando asediaba la plaza de Gibraltar ocupada por los benimerines (o meriníes) africanos. Inmediatamente, delante de las murallas de la asediada ciudad fue proclamado rey, sin estar presente, su hijo legítimo Pedro I, de quince años y medio de edad. A continuación se levantó el sitio y las tropas acompañaron al cortejo fúnebre en su marcha hacia Sevilla. En la comitiva iban Leonor con sus hijos gemelos Enrique, conde de Trastámara, y Fadrique, maestre de la Orden de Santiago. Cuando el cortejo fúnebre pasaba por Medina Sidonia (Cádiz), Leonor de Guzmán se refugió en la fortaleza de aquella plaza que era de su pertenencia. Los motivos pudieron estar en una posible enfermedad o en la inseguridad que sentía por las represalias que pudiera sufrir del nuevo rey. Pero también, como pensaron los caballeros del cortejo, pudiera ser que la verdadera razón de entrar en la plaza era que doña Leonor pretendiera promover una rebelión desde allí apoyada por sus hijos y partidarios. Ante el temor de que esto sucediera, Juan Alfonso de Alburquerque, que encabezaba junto con la reina viuda María un partido contrario al de Leonor, maniobró para que el alcaide que gobernaba la plaza de Medina Sidonia en nombre de Leonor, Alfonso Fernández Coronel, presentara su renuncia y se pasara a su partido. También convenció a varios de los suyos de la necesidad de apresar a los hermanos gemelos hasta ver que actitud seguiría la antigua amante. La alarma fue infundada, ya que Leonor salió de Medina Sidonia sin sus hijos y se dirigió a Sevilla confiando en las seguridades que le dieron Alburquerque y Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, de no tomar represalias contra ella. A pesar de lo cual, cuando llegó a Sevilla, en donde se encontraban Pedro I y su madre, la encerraron en el Alcázar y confiscaron sus bienes.
Por su parte, los hermanos Enrique y Fadrique salieron de Medina Sidonia, después de separarse de la obediencia al rey, y se fueron con sus partidarios al castillo de Morón (Sevilla). Pero al considerar que la fortaleza era insegura, optaron por abandonarla: Fadrique se marchó a sus tierras de la Orden de Santiago en la zona de Badajoz, Enrique y parte de sus seguidores se fortificaron en Algeciras (Cádiz) y los demás partidarios se fueron a varias fortalezas y castillos para huir del peligro.
Pedro I, ante la posibilidad de que los poderosos nobles que lo habían abandonado provocaran graves disturbios en diferentes plazas, envió tropas al mando de Gutierre Fernández de Toledo a Algeciras, al considerar que era donde había mayor riesgo por su cercanía a los musulmanes. El enviado consiguió, con la ayuda de los vecinos de la ciudad, desalojar al conde de Trastámara y a sus partidarios. Muy poco después, Pedro I los perdonó y volvieron a su obediencia.
Después de la reconciliación con el rey, Enrique de Trastámara visitaba todos los días a su madre en los aposentos que servían de prisión. También la frecuentaba en su encierro Juana, hija de don Juan Manuel, nieto de Fernando III "el Santo" y antiguo enemigo de Alfonso XI. Juana era la esposa prometida del conde de Trastámara, pero su hermano Fernando Manuel, señor de Villena, quería casarla con Pedro I. Para impedirlo, Leonor aconsejó, y consiguió, que su hijo se casara rápidamente y con sigilo en sus aposentos con Juana, de once años de edad. Pero el casamiento no pudo estar oculto mucho tiempo, y cuando Pedro I se enteró se produjo un nuevo desencuentro entre los dos hermanastros. Una de las posibles razones del conflicto estaría en que Juana podría aportar a su esposo Enrique derechos sucesorios para optar al trono. Como consecuencia, Leonor fue trasladada al alcázar de Carmona (Sevilla) bajo fuerte vigilancia y Enrique de Trastámara huyó a sus posesiones de Asturias con su esposa.
En la primavera de 1351, Pedro I partió de Sevilla con un séquito y tropas para celebrar Cortes en Valladolid. Le acompañaban Alburquerque, la reina María y la prisionera Leonor de Guzmán. Al paso de la comitiva por Llerena (Badajoz), perteneciente a la Orden de Santiago, el maestre Fadrique acudió al lugar para rendir homenaje y jurar lealtad a su hermanastro. Lo mismo hicieron los comendadores y alcaides de las fortalezas de la Orden, a los que Pedro I les hizo prometer que no admitirían en sus castillos, sin una licencia suya, al maestre Fadrique. Promesa que hicieron con agrado al considerar que el nombramiento de maestre había sido ilegítimo por haberlo impuesto Alfonso XI. El encuentro fue aprovechado por la reina María para acusar públicamente a Leonor de haber conspirado, desde su cautiverio, para convertir en rey a su hijo Enrique, y de incitar a la rebelión a la nobleza castellana contra el rey. Después de lo cual, la antigua amante fue enviada a la fortaleza de Talavera (Toledo), perteneciente a la reina María y cuyo alcaide era Gutierre Fernández de Toledo, donde en el verano de aquel año fue asesinada por orden de la reina madre. No se puede asegurar que Pedro I diera su consentimiento para cometer el crimen. Antes de continuar su viaje, Pedro I hizo llamar a su hermanastro Tello, sexto hijo ilegítimo de Alfonso XI y de Leonor de Guzmán que se encontraba refugiado en Palenzuela (Palencia), para asegurarse de su lealtad a pesar del asesinato de su madre. El rey le preguntó, en la entrevista que mantuvieron, si conocía la muerte de su madre, a lo que Tello contestó que no tenía otro padre ni otra madre que no fuera el rey.
En la primavera de 1352, Pedro I se entrevistó en la plaza fronteriza de Ciudad Rodrigo (Salamanca) con su abuelo Alfonso IV de Portugal. En un ambiente de cordialidad, el rey castellano-leonés accedió a los ruegos del rey portugués de perdonar a su hermanastro Enrique de Trastámara. Pero poco después, le llegaron noticias de que Enrique, a pesar de su perdón, estaba fortificando Gijón y otras plazas en Asturias para rebelarse, y que su hermanastro Tello, desde Monteagudo (Navarra), hacía correrías en la frontera de Aragón. Ante el peligro, Pedro I marchó hacia Asturias para sofocar los focos de rebelión acompañado de Alburquerque.
A finales de junio, Pedro I atacó la plaza de Gijón durante unos días y consiguió su capitulación al firmar un acuerdo con sus defensores, ya que el conde Enrique de Trastámara había abandonado la plaza para no quedar encerrado y dejado al mando de ella a su esposa Juana Manuel. En el acuerdo, negociado por Alburquerque, se otorgaba el perdón al conde Enrique y privilegios y posesiones para el matrimonio. Ante aquella situación, Tello y sus seguidores se refugiaron en Aragón y en julio prestaron en Lérida homenaje al rey aragonés Pedro IV. Cuando salió de Asturias, Pedro I se dirigió a Monteagudo para sitiarla porque se enteró de los movimientos de su hermanastro Tello. Al llegar a Monteagudo, las tropas reales sitiaron la fortaleza defendida por el mayordomo de Tello. Pero para evitar una posible guerra contra Aragón, Alburquerque negoció una concordia con Pedro IV para que abandonase a los rebeldes a cambio de que Castilla renunciase a la causa de los infantes Fernando y Juan de Aragón, sobrinos de Alfonso XI y hermanastros de Pedro IV, ya que el mayor de los cuales optaba a la corona aragonesa. Además, en la concordia se estipulaba el perdón a Tello y los suyos.
A principios de junio de 1353 se celebró en Valladolid la boda de Pedro I con Blanca de Borbón, hija del duque de Borbón de la familia real de Francia, y a ella acudieron Enrique de Trastámara y su hermano Tello. Habían llegado con numerosas tropas y acamparon en las afueras de la ciudad desde donde enviaron una petición al rey para que se les garantizase que Alburquerque no actuaría contra ellos. En contra de los deseos del valido, Pedro I accedió a la petición y sus hermanastros pudieron asistir a la ceremonia sin armas y llevando las riendas del caballo de la reina en el recorrido hacia la iglesia.
En agosto, estando la corte en Cuéllar (Segovia), Pedro I consintió que su hermanastro Tello adquiriese el título de señor de Vizcaya al casarse con Juana Núñez de Lara, hermana mayor y heredera del difunto señor Nuño de Lara.
En marzo de 1354, Pedro I inició una campaña poco exitosa para arrebatar al huido Alburquerque, que había caído en desgracia, las fortalezas que poseía en Extremadura. Después de solamente conseguir rendir Medellín (Badajoz), el rey emprendió el regreso a Valladolid dejando en aquella zona a sus hermanastros Enrique y Fadrique para responder a cualquier ataque de Alburquerque.
La pretensión de Pedro I de reforzar el poder real sobre todos sus súbditos sin distinción entró en conflicto con las ambiciones de la nobleza, y sobre todo con las de sus hermanastros Enrique y Fadrique. Por ello, aunque estaban en Extremadura sirviendo a Pedro I, no tardaron en traicionarle al amigarse con Juan Alfonso de Alburquerque y conspirar contra su hermanastro. Muy pronto el espíritu de rebelión se extendió y el de Alburquerque recibió proposiciones para unirse a una liga de rebeldes, que él encabezaría, y que había tomado como bandera para justificar la rebelión la defensa de los derechos de la reina Blanca de Borbón, que había sido repudiada por el rey y confinada en Arévalo (Ávila).
A finales de julio, Pedro I marchó a Castrojeriz (Burgos) para reunirse con los infantes de Aragón, rivales de los bastardos y hacer frente a la rebelión. Con el propósito de debilitarla facilitó en aquella plaza el matrimonio de Isabel, hermana menor de Juana Núñez de Lara con el infante Juan a quien instó a titulase señor de Vizcaya con el propósito de arrebatar el señorío a su hermanastro Tello, al que con razón creía en connivencia con los rebeldes. Pero ya era tarde, la sublevación se propagaba rápidamente por villas y fortalezas. Mientras Fadrique alzaba varios castillos de su maestrazgo, Pedro I fracasaba en su intento de tomar la fortaleza de Montealegre (Valladolid), aunque conseguía las de Ampudia (Palencia), Cea (León) y Villalba de los Alcores (Valladolid). Por su parte, las tropas del conde de Trastámara unidas a las de Alburquerque habían tomado Ciudad Rodrigo y amenazaban Salamanca. Temiendo que fuera rescatada, Pedro I ordenó sacar de su prisión de Arévalo a Blanca de Borbón y encerrarla en Toledo. Cuando llegó a esta ciudad, Blanca, por consejo del obispo de Segovia, consiguió entrar en la catedral y acogerse a sagrado. Ello impidió a sus guardianes desalojarla porque la ley lo prohibía. Un mes más tarde, Toledo se sublevó poniéndose a favor de Blanca de Borbón.
En otoño, siguiendo el ejemplo de Toledo, se sublevaron Cuenca, Talavera, Córdoba, Úbeda y Baeza (ambas en Jaén). Ello animó a los infantes de Aragón, a pesar de las malas relaciones que mantenían con Enrique de Trastámara, a tomar la decisión de cambiar de bando. Con lo cual, junto con otras incorporaciones, el ejército rebelde aumentó considerablemente e impidió a Pedro I frenar la sublevación. Después de rechazar las propuestas de rendición que le enviaban los rebeldes, las hostilidades continuaron y el rey perdió, entre otras, la villa de Medina del Campo (Valladolid), donde a los pocos días de la toma murió Juan Alfonso de Alburquerque. Perdida la iniciativa, Pedro I se trasladó a Toro (Zamora). Allí recibió una embajada de los rebeldes que llevaban las conocidas peticiones de: reconciliación de la pareja real, entrega del gobierno a la alta nobleza, conservación de sus privilegios y el apartamiento del poder de los parientes de María de Padilla, amante del rey. Pedro I, que no estaba en condiciones de negarse, propuso realizar una nueva reunión para dar su respuesta, pero tampoco se resolvió nada en ella. A continuación, el rey se trasladó a Ureña (Valladolid) para reunirse con su amante. Allí recibió una petición de su madre la reina María, que se había pasado al bando rebelde, y de la nobleza para que volviese a Toro donde, de forma amigable, resolverían todos los problemas. Con la aprobación de unos consejeros y el rechazo de otros, que percibían el peligro de ponerse en manos de sus enemigos, Pedro I, acompañado de Juan Fernández de Hinestrosa, tío de María de Padilla, del judío Samuel Leví y de su canciller, acudió a aquella plaza. Después de los protocolarios saludos, los jefes rebeldes apresaron a los acompañantes del rey, se repartieron los cargos de palacio y dispusieron a su gusto de todas rentas del reino, sacando del rey, en contra de su voluntad, las firmas que necesitaban para legalizar sus actos. Pedro I, de hecho, se había convertido en prisionero de los rebeldes, aunque, bajo vigilancia, tenía libertad de movimientos.
En enero de 1355, cuando, gracias a la libertad de movimiento, Pedro I cazaba a orillas del Duero en un día de densa niebla convenció a su hermanastro Tello, jefe de sus guardianes de aquel día, para que le dejara escapar prometiéndole villas y el señorío de Vizcaya. Firmado el acuerdo, en una rápida cabalgada, ambos hermanastros y Samuel Leví llegaron a Segovia.
En febrero, los infantes de Aragón y sus partidarios volvieron al bando del rey. Este hecho sembró el pánico entre los rebeldes, muchos de los cuales marcharon a sus posesiones y otros volvieron a la obediencia de Pedro I, con lo que dejaron muy debilitada la liga que apoyaba a Blanca de Borbón. La situación fue aprovechada por el rey para conseguir un socorro extraordinario en Burgos que le permitió levantar tropas y tomar a los rebeldes la villa de Medina del Campo. Allí ordenó matar a varios de los jefes de la liga que apoyaba a Blanca de Borbón. Después intentó tomar Toro, donde estaban la reina María y Enrique de Trastámara con alguno de sus partidarios, pero al no conseguirlo debido a la escasez de tropas, arrasó la comarca y emprendió el camino hacia Toledo.
Por su parte, el conde Enrique decidió salir de Toro para unirse a su hermano Fadrique en Talavera. A su paso por Colmenar (Ávila), después de atravesar la sierra de Gredos, sufrió una emboscada de sus habitantes que le causó graves pérdidas y estuvo a punto de ser capturado, y, aunque maltrecho, consiguió llegar a Talavera. Al día siguiente, junto con Fadrique, volvió a Colmenar, la incendió y mató a un gran número de sus habitantes. A los pocos días, sabiendo que Pedro I se dirigía a Toledo, los bastardos salieron de Talavera y marcharon hacia aquella ciudad para socorrer a sus partidarios.
En mayo, Enrique y Fadrique lograron entrar en Toledo gracias a que sus partidarios les abrieron las puertas. Se apoderaron de la judería menor, la incendiaron y mataron a más de mil personas. Avisado de lo que sucedía por sus partidarios refugiados en la amurallada judería mayor, Pedro I aceleró su llegada a la ciudad y logró que sus hermanastros huyeran y dejaran abandonada a Blanca de Borbón, pero no pudo impedir que se llevaran el dinero y las joyas que habían arrebatado a los judíos. Después de perseguirlos infructuosamente, Pedro I volvió a Toledo. En los siguientes días, el rey ordenó la ejecución de veinte integrantes del concejo y de varios caballeros partidarios de los bastardos. Además, ordenó a Hinestrosa, que había sido puesto en libertad por los rebeldes en Toro, que llevara a Blanca de Borbón a Sigüenza (Guadalajara) y la encerrara en su castillo.
En junio, la casi extinta liga sólo mantenía, junto con Galicia, Asturias y Vizcaya, las villas de Cuenca, Toro, Talavera, Rueda (Valladolid) y Valderas (León). Pedro I intentó recuperarlas empezando por Cuenca, pero la escasez de tropas y su necesidad de acudir a Toro donde los rebeldes estaban asolando su comarca, le obligó a negociar una especie de pacto de no agresión con los habitantes de la ciudad.
En septiembre, ante la imposibilidad de asaltar las murallas de Toro por la gran cantidad de defensores, Pedro I inició su asedio y continuó atacando a las otras villas. Cuando combatía en Rueda, el rey fue informado de que Enrique de Trastámara había conseguido escapar del cerco con muchos seguidores y huido hacia Galicia. Pedro I decidió continuar el asedio y no perseguirlo.
En noviembre, el número de seguidores de Pedro I continuaba creciendo a buen ritmo en detrimento de los del conde Enrique de Trastámara. Pero aun así, tuvieron todavía algunos éxitos: en Vizcaya Tello, que se había sublevado nuevamente, venció dos veces al infante Juan; y Fadrique derrotó y dio muerte a Juan García, hermanastro de María de Padilla, entre Tarancón y Uclés (ambas en Cuenca).
En enero de 1356, cuando el maestre Fadrique paseaba por la orilla del río Duero, fue convencido por Hinestrosa para que traicionase a su hermano y cambiase de bando. Esa misma noche, Pedro I pudo entrar en Toro gracias a la traición de un vecino que le abrió una de sus puertas. Al día siguiente, la reina María, Juana Manuel, esposa de Enrique de Trastámara, y los caballeros que se habían refugiado en el alcázar de la villa se entregaron y pidieron el perdón. No les fue concedido y murieron por orden del rey, excepto las mujeres que fueron encerradas en el alcázar.
Cuando Pedro I atacaba Palenzuela, uno de los pocos focos de rebelión que quedaban, recibió a mensajeros que traían una petición de perdón para su hermanastro Tello y para los defensores de la plaza. El rey lo concedió y la plaza se rindió. Con ello, la rebelión había acabado: la reina María volvió a Portugal a petición propia, donde al año siguiente fue asesinada, por motivos de conducta indecorosa, por orden de su padre o de su hermano; la condesa Juana Manuel, ayudada por un noble, escapó y se reunió con su esposo Enrique de Trastámara; los defensores de Talavera huyeron a Francia donde se unieron al conde Enrique, que había llegado al reino francés gracias a un salvoconducto otorgado por Pedro I; y los defensores de Cuenca se refugiaron en Aragón.
En octubre, aunque ya en septiembre Pedro I había atacado las fronteras del sur del reino de Valencia y las zaragozanas de Aragón, Pedro IV comunicó oficialmente al reino el estado de guerra contra Castilla. Había comenzado “la guerra de los dos Pedros”.
También en aquel mes, el conde Enrique de Trastámara, recibió en Francia mensajeros de Pedro IV que le expusieron unas condiciones muy favorables que le ofrecía el rey aragonés para que luchase a su favor contra Castilla. El conde aceptó la oferta y cruzó con sus tropas los Pirineos acompañado de numerosos magnates castellanos para reunirse en Pina (Zaragoza) con Pedro IV y firmar en noviembre un tratado de concordia por el que a cambio de prestar vasallaje al rey aragonés, el de Trastámara recibiría el mando de todas las fuerzas opositoras a Pedro I; se le otorgaría los señoríos de la madrastra de Pedro IV, la reina Leonor, y los de sus hermanastros los infantes Fernando y Juan, excepto Albarracín y Tortosa; y, además, el conde recibiría anualmente ciento treinta mil sueldos para pagar a las tropas que lucharían contra Pedro I.
A primeros de marzo de 1357, Pedro I se apoderó de Tarazona (Zaragoza). Luego reunió allí un poderoso ejército donde había tropas, entre otras, de sus hermanastros Tello y Fadrique. Con ellos marchó el rey contra Borja (Zaragoza) donde estaba parapetado en una altura llamada La Muela Enrique de Trastámara con otros muchos caballeros aragoneses y castellanos. Después de algunas escaramuzas, Pedro I desistió y regresó a Tarazona.
En abril, el legado del papa Inocencio VI consiguió una tregua para que los dos reinos pudieran negociar la paz. En mayo, en Tudela (Navarra), los contendientes firmaron un acuerdo por el que, entre otros asuntos, Pedro I concedía el perdón a Enrique de Trastámara y a sus partidarios; y Pedro IV restituía sus bienes a la reina Leonor y a los infantes de Aragón y seguidores.
En diciembre, el infante de Aragón Fernando, después de negociar con Pedro IV, abandonó a Pedro I y juró un pacto en Teruel con el rey aragonés que lo nombró procurador del reino, a pesar de que ya tenía un heredero.
En abril de 1358, antes de acabar la tregua, el maestre Fadrique conquistó, por orden de Pedro I, o por propia iniciativa, el castillo de Jumilla (Murcia), que pertenecía al infante Fernando de Aragón. Al mes siguiente, el maestre Fadrique fue llamado a Sevilla y asesinado por orden del rey. El motivo de aquella acción pudiera estar en que hubiera llegado a conocimiento de Pedro I unas posibles y largas negociaciones que desarrollaba Pedro IV para atraerse a los hermanos Fadrique y Tello, y que el temor a que nuevamente se alzasen le llevaría a la resolución de darles muerte, pensamiento del que hizo partícipe al infante Juan de Aragón, que se ofreció a servir de verdugo ante la promesa de recibir el señorío de Vizcaya. Para evitar que la noticia de la muerte llegara a Tello y huyera, Pedro I y el infante Juan realizaron una rápida galopada hacia la residencia del señor de Vizcaya en Aguilar de Campoo (Palencia). Avisado del peligro, Tello huyó, y sin que pudiera ser alcanzado por el rey, consiguió entrar en Bermeo (Vizcaya) y embarcarse rumbo a Bayona (actual Francia) adonde llegó a primeros de junio. De allí, a través de Navarra, entró en Aragón y se puso al servicio de Pedro IV. Una vez frustrada la persecución, el infante Juan pidió el señorío que el rey le había prometido. Los junteros vizcaínos se reunieron en Guernica (Vizcaya), convocados por Pedro I, y se negaron a tener por señor al infante. Ante su disgusto y protesta, el rey le propuso que fueran a Bilbao para repetir la votación. Allí, el infante fue convocado a la residencia del rey y asesinado por ballesteros reales, que no dudaron en arrojar el cadáver a la calle desde un balcón. Inmediatamente después, Hinestrosa, por orden de Pedro I, marchó a Roa (Burgos) y prendió a la reina Leonor de Aragón y a Isabel de Lara, viuda del Infante Juan, y las llevó al castillo de Castrojeriz, del que era alcaide.
A principios de julio, mientras Enrique de Trastámara entraba en Castilla y saqueaba Serón de Nágima (Soria), el infante Fernando irrumpía en el reino de Murcia e intentaba apoderarse de Cartagena, que no consiguió. Pedro I protestó y hubo un cruce de reproches entre ambos reyes para culparse uno al otro de haber roto la tregua.
En agosto, mientras Pedro I hacia una incursión naval contra Guardamar (Alicante), que fracasó porque una tormenta destruyó un gran número de naves, con lo que tuvo que retirarse por tierra hacia Murcia. Enrique de Trastámara y el conde de Luna entraron en Castilla por las zaragozanas plazas de Ariza y Daroca, y conquistaron los castillos turolenses de La Muela y Villel. Pedro I contraatacó apoderándose de los zaragozanos castillos de Bijuesca y Torrijo de la Cañada, del de Arcos de Jalón (Soria) y el de Monteagudo (Teruel). Después, en otoño, regresó a Sevilla.
En marzo 1359, Pedro I tuvo que volver a Almazán (Soria) para enfrentarse a Pedro IV, que había saqueado e incendiado Haro (La Rioja) y había cercado Medinaceli (Soria). El rey aragonés, al tener noticias de la llegada del castellano-leonés con sus tropas, levantó el cerco y regresó a Zaragoza. También Pedro I, antes de regresar a Sevilla, dictó sentencias de destierro y confiscaciones de bienes para el infante Fernando, Enrique de Trastámara y todos los exiliados. Además, ordenó la muerte de sus hermanastros, los infantes Juan y Pedro, que estaban en Carmona, y la de la reina Leonor, madrastra de Pedro IV, que permanecía presa en el castillo de Castrojeriz.
A mediados de septiembre, Enrique de Trastámara, que necesitaba algún éxito militar para relanzar su prestigio deteriorado por la presencia en Aragón del infante Fernando, que atraía a sus filas a muchos de los exiliados castellanos, invadió Castilla y saqueó Ólvega (Soria). En respuesta, Diego Pérez Sarmiento, adelantado mayor de Castilla y acantonado con sus tropas en Ágreda (Soria), recibió aviso de Juan Fernández de Hinestrosa, acantonado en Gómara (Soria), para que se unieran y juntos ir contra el conde de Trastámara. A pesar de estar más distante, Hinestrosa llegó primero y no se encontró con Sarmiento porque, al parecer, éste se detuvo poco antes de llegar para no participar en el enfrentamiento por tener rencillas con el tío de María de Padilla; actuación que dio como resultado que Enrique de Trastámara, su hermano Tello y otros caballeros consiguieran una importante victoria sobre las tropas de Pedro I en la batalla campal de Araviana, en las faldas del monte Moncayo (Soria), donde resultó muerto Hinestrosa. Este hecho hizo que algunos caballeros castellanos con sus tropas se pasaron al bando del conde de Trastámara; tales fueron los casos de Pérez Sarmiento, que justificaba así su comportamiento, y de Fernández de Velasco, que se encargaba de la frontera de Murcia.
A principios de abril de 1360, el conde de Trastámara con su ejército invadió nuevamente Castilla y llegó rápidamente a Nájera (La Rioja), donde sus tropas saquearon y mataron a casi toda la población judía. Después entró en Miranda de Ebro (Burgos) donde se repitieron los actos contra los judíos. A continuación bajó hacia Pancorbo (Burgos) y se atrincheró. Para enfrentarle, Pedro I desde Burgos acudió a Briviesca (Burgos) y allí reunió un potente ejército. Estando en esa villa recibió a un mensajero que le comunicó que Tello y otros caballeros querían volver a su obediencia con ciertas condiciones. Al tener conocimiento de aquellas negociaciones, Enrique de Trastámara envió a su hermano a Aragón con el pretexto de pedir refuerzos. Mientras tanto, Pedro I intentó realizar un movimiento envolvente sobre las tropas de su hermanastro, pero Enrique de Trastámara para evitarlo se retiró hacia Nájera. A finales de aquel mes, en las afueras de la villa se dio la batalla y el conde Enrique fue vencido y tuvo que refugiarse en la amurallada villa. Al día siguiente, Pedro I, por motivos desconocidos no asedió Nájera, lo que propició que el conde y sus seguidores pudieran huir hacia Navarra para entrar en Aragón y a continuación marchar a Francia. Fue un duro golpe para las aspiraciones de Enrique de Trastámara de conseguir la corona de Castilla frente a su rival el infante Fernando, ya que había planteado la batalla para conservar el prestigio ante Pedro IV y los nobles castellanos enemigos de Pedro I, dejando el campo libre al infante Fernando, que pasó a ser el jefe de los nobles exiliados.
En julio de 1361, María de Padilla murió en Sevilla. Muy poco tiempo antes había muerto en Medina Sidonia Blanca de Borbón. Sobre la causa de la muerte de la reina no se ponen de acuerdo los cronistas; unos afirman que fue asesinada por orden del rey, otros que fue debido a una enfermedad.
En mayo de 1362, Pedro I, que había firmado una alianza con Carlos II de Navarra, atacó nuevamente a Aragón con un potente ejército. Ello obligó a Pedro IV a pedir al conde de Trastámara su regreso inmediato, ya que después de la paz que había firmado con el rey castellano-leonés en Terrer (Zaragoza), en mayo del año anterior, había tenido que licenciar las tropas porque las Cortes de Cariñena y Zaragoza habían acordado que solamente pagarían su coste si había guerra activa. En junio, las tropas castellanas pusieron cerco a Calatayud y tomó numerosas plazas zaragozanas, entre ellas: Maluenda, Épila, Paracuellos y Cervera de la Cañada. En agosto, Pedro I hizo su entrada en una rendida Calatayud, dio por terminada la campaña y regresó a Sevilla.
En marzo de 1363, el conde de Trastámara cruzó los Pirineos al frente de sus partidarios y de los mercenarios europeos de parte de las “compañías blancas”, que había pagado con cien mil florines aportados por el heredero del trono “delfín” Carlos de Francia. A continuación se entrevistó en Monzón (Huesca) con Pedro IV, que se comprometió a ayudarle a conquistar la corona de Castilla con la obligación de entregar a la corona de Aragón la sexta parte del territorio que conquistase.
En mayo, Pedro I inició el cerco a Valencia después de realizar una exitosa campaña conquistando, entre otras, Cariñena (Zaragoza), Teruel, las castellonenses plazas de Jérica, Segorbe y Almenara y las valencianas Murviedro (antigua denominación de Sagunto), Castielfabib, Chiva, Buñol, Benaguacil, Liria y El Puig. Ante el peligro, Enrique de Trastámara y el infante Fernando aparcaron su rivalidad y se sumaron a las fuerzas de Pedro IV para acudir juntos a levantar el cerco de la ciudad levantina. Ante la llegada de aquellas tropas, Pedro I, que había debilitado su ejército por la necesidad de poner guarniciones en las plazas conquistadas, levantó el cerco y se replegó a Murviedro. Cerca de esa villa, en Nules, se instaló Pedro IV con su ejército y retó al castellano-leonés, pero éste declinó presentar batalla.
En julio, se firmó la llamada paz de Murviedro gracias a los oficios del legado del papa, del mayordomo real aragonés Bernardo de Cabrera y del infante Luis de Navarra, que participaba con sus tropas en la guerra como aliado de Castilla y que, además, se había ofrecido como rehén. Por ella se devolvían las conquistas realizadas, se acordaban enlaces matrimoniales entre las familias reales, se excluía de cualquier perdón a Enrique de Trastámara y se exigía su alejamiento.
En ese mismo mes, el infante Fernando, que tenía un desencuentro con Pedro IV porque no terminaba de apoyarle en su rivalidad con Enrique de Trastámara, anunció que firmada la paz, se marchaba a Francia con sus tropas de castellanos rebeldes. Ante ello, Pedro IV reunió en Burriana (Castellón) un consejo, en el que estaban el conde de Trastámara y Bernardo de Cabrera, que acordó apresar al infante por considerar que su acción era una traición porque aquellas tropas eran vitales para Aragón. Cuando el infante acudió a la llamada de Pedro IV, intentaron apresarlo y al resistirse fue muerto por orden del rey, que cumplía así con un supuesto convenio secreto de la paz de Murvierdro de matar al infante y al conde de Trastámara.
Cuando en agosto las delegaciones castellana y aragonesa se reunieron en Tudela para cerrar el acuerdo de paz, los aragoneses comprendieron que Pedro I no cumpliría lo firmado porque sólo quería ganar tiempo para rearmarse. Esta certeza hizo que Carlos II cambiara de bando y se reuniera secretamente en septiembre con Pedro IV en Uncastillo (Zaragoza) donde decidieron una alianza contra Castilla y Francia. También acordaron repartirse Castilla: Burgos, Álava, Soria, Ágreda, Guipúzcoa y Vizcaya serían para Navarra; Toledo y Murcia para Aragón, y el resto se sobreentendía que se entregaría al conde de Trastámara, que había participado en alguna de las sesiones de la reunión. Inmediatamente se reanudó la guerra con resultado desfavorable para el bando aragonés. En esas circunstancias, Pedro IV y Carlos II consideraron que deberían hacer la paz con Castilla, y para ello era necesaria la desaparición del conde de Trastámara. Por ello citaron al conde a una reunión a celebrar en Sos con la intención de matarlo. Después de imponer una serie de condiciones para garantizar su seguridad, acudió Enrique de Trastámara a la cita donde volvieron los convocantes a hablar de repartos, pero les fue imposible actuar contra él.
En octubre, el conde de Trastámara, que había manifestado su intención de marchar a Francia con todas sus tropas porque temía que sus enemigos le asesinaran, se reunió cerca de Binéfar (Huesca) con Pedro IV, que no podía permitirse perder toda la caballería que aportaba el de Trastámara, para firmar los siguientes acuerdos no definidos en el mes de marzo anterior: el aragonés pondría todo su poder en ayudar al conde a conseguir el trono de Castilla; para cumplirlo entregaría a su hijo Alfonso como rehén al conde y recibiría a Juan, primogénito de Enrique. También, el conde de Trastámara reconocía los derechos de Aragón al reino de Murcia y a las ciudades de Utiel (Valencia), Cuenca, Cañete (Cuenca), Soria, Almazán y Ágreda. Por último, Pedro IV se comprometía a hacer la guerra a Pedro I y abonar ciertas sumas de dinero para el sostenimiento de la causa de Enrique de Trastámara. Parte del dinero sería abonado por Carlos II.
En enero de 1364, mientras Pedro IV se encontraba en Monzón gestionando que la tesorería aragonesa facilitara al conde de Trastámara sesenta mil florines de oro para contratar en Francia tropas mercenarias, Pedro I asediaba Valencia por mar y tierra después de haber realizado una exitosa campaña que comenzó en el otoño anterior conquistando, entre otras, las plazas de Alicante, Gandía (Valencia) y las alicantinas Elche, Crevillente, Denia, Elda y Jijona.
En marzo, en presencia de Pedro IV, se reunieron en Almudévar (Huesca) el conde Enrique de Trastámara y Carlos II para acordar, entre otros asuntos, que, a cambio de su reconocimiento como futuro rey de Castilla, el conde cedería a Navarra los territorios que habían pertenecido a Sancho III “el Mayor”.
En abril, las tropas de Enrique de Trastámara y las de Pedro IV se reunieron en San Mateo (Zaragoza) para marchar juntas por la costa para enfrentarse a Pedro I que asediaba Valencia. Ante la llegada del considerable ejército aragonés, Pedro I, sin presentar batalla, levantó el cerco y marchó a Murviedro dejando que el ejército enemigo entrara en Valencia con Pedro IV y Enrique de Trastámara a la cabeza.
En mayo, Pedro I regresó a Sevilla después de que su flota, que había ido a interceptar otra aragonesa que pretendía abastecer Valencia, naufragara por una tormenta en Cullera (Valencia). La ausencia del rey castellano-leonés propició que las tropas castellanas comenzaran a replegarse hacia Alicante, Denia, Murviedro y Calatayud, por ser plazas donde mejor podrían defenderse.
Entre junio y julio, las tropas aragonesas reconquistaron Jijona, Ayora (Valencia), Almenara, Castielfabib y Liria, pero fracasaron en Alicante y en Murviedro, donde Pedro IV tuvo que levantar el cerco que había iniciado, y volver a Barcelona. En julio Bernardo de Cabrera, que había caído en desgracia por las acusaciones de sus enemigos entre los que se encontraba Enrique de Trastámara, fue ejecutado en Zaragoza.
En octubre, Pedro I inició una nueva campaña con la recuperación de Castielfabib. Al día siguiente de la conquista firmó una alianza con Navarra. Después abasteció Murviedro y Alicante, tomó Elche y sitió Orihuela. Para socorrerla, Pedro IV, que había clausurado las Cortes en Zaragoza donde pidió un socorro para pagar a Enrique de Trastámara, llegó en diciembre y, siguiendo los consejos del conde de Denia y de Enrique de Trastámara, intentó batallar en campo abierto con Pedro I, que nuevamente rehusó, posiblemente porque no confiaba en la fidelidad de sus nobles. Durante pocos días, Pedro IV abasteció la guarnición de Orihuela, pero al regresar a Valencia sufrió graves pérdidas al ser perseguido por las tropas castellanas.
También en diciembre, Pedro IV firmó una alianza militar con el nuevo rey Carlo V de Francia. Por ella, las “compañías blancas” de mercenarios, ociosas debido a las treguas de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia y que estaban causando saqueos en Francia, serían contratadas para que entrasen en la Península y combatieran contra las tropas castellanas.
En enero de 1365, el maestre de Alcántara fue derrotado y muerto en Alcublas (Valencia) cuando intentaba aprovisionar a Murviedro, que quedó aislada. Situación que aprovechó Pedro IV en marzo para sitiarla. En respuesta, Pedro I cercó Orihuela en mayo y la conquistó en junio. Mientras se cercaba Murviedro, Pedro IV ocupó, entre otras, las valencianas plazas de Torres y Serra, y las castellonenses Segorbe y Artana.
En septiembre se rindió Murviedro, y el conde Enrique, que había participado en el cerco, arengó a los caballeros que habían defendido la plaza afirmando que si volvían con Pedro I corrían el riesgo de ser castigados a pesar de la buena defensa que habían hecho, y que más les convenía quedarse con él, porque con ayuda de doce mil franceses que estaba esperando, algunos más que le daría Pedro IV y los que ya tenía, lograría destronar pronto a Pedro I y repartir el reino entre los que le ayudasen a conquistarlo. Seducidos por estas palabras, muchos aceptaron la oferta y otros, los menos, regresaron a Castilla.
Con la caída de Murviedro se dio el último capítulo de la guerra entre Castilla y Aragón, con lo que se puede dar por acabada militarmente “la guerra de los dos Pedros”.
También en septiembre, las Cortes de Barcelona aprobaron la cuantía de cien mil florines que Aragón debería aportar para contratar a los mercenarios europeos. Igual cantidad pagarían Francia y el papado. En noviembre, las contratadas “compañías blancas” de mercenarios, mandadas por los franceses Bertrand Du Guesclin, conde de La Marche y Arnoul d´Audreheml y los ingleses Hugo de Calveley y Matthew de Gournay, comenzaron a concentrarse en Montpellier (Francia). Ante el cariz de los acontecimientos, en diciembre, el navarro Carlos II volvió a cambiar de bando abandonando a Pedro I y firmando un acuerdo secreto con Pedro IV. Por su parte, Pedro I solicitó a Eduardo III de Inglaterra que, en virtud de su alianza, diese órdenes para que sus súbditos componentes de las compañías mercenarias se abstuvieran de ayudar al conde Enrique de Trastámara. Las órdenes fueron dadas, pero no cumplidas por desconocidos motivos.
A principios de marzo de 1366 comenzó la invasión de Castilla por la frontera con Soria con la ocupación de Magallón, Borja y Tarazona por Hugo de Calveley. Unos días antes, ante la petición de caudales para pagar a sus tropas hecha desde Tamarite de Litera (Huesca) por Enrique de Trastámara para unirse a la ofensiva, Pedro IV y el conde firmaron en Zaragoza un nuevo acuerdo por el que, entre otros asuntos, se reconocía al de Trastámara el mando supremo de la invasión y se confirmaba todo lo suscrito en Binéfar en 1363. Además, se concertaba el matrimonio entre Juan, primogénito del conde, y Leonor, hija de Pedro IV. Conseguida su petición, Enrique de Trastámara entró en Castilla con sus tropas reforzadas por las de Du Guesclin y del conde de La Marche por Alfaro, que al no poderla conquistar, la rodeó y avanzó hacia Calahorra (La Rioja), que sí pudo tomar porque sus defensores, seguramente, se pasaron al conde de Trastámara. Allí, Bertrand Du Guesclin y los demás capitanes de las “compañías blancas” decidieron aceptar su capitanía y sugerirle que se proclamara rey de Castilla. Así lo hizo Enrique de Trastámara el día dieciséis de aquel mes. Después salió hacia Burgos y por el camino se le entregó Navarrete (La Rioja) y conquistó Briviesca.
A finales de aquel mes, Pedro I, que se encontraba en Burgos, presentó una débil defensa ante las “compañías blancas” que le obligó a tener que abandonar la ciudad acompañado de algunos fieles y de un reducido ejército, a pesar del ruego que le hicieron las burgaleses para que no lo hiciera. Por el camino ordenó a sus tropas que abandonaran sus posiciones y se replegaran hacia Andalucía.
A primeros de abril, Du Guesclin con sus tropas entró en Burgos y el conde Enrique de Trastámara fue coronado en el monasterio de las Huelgas. Ello supuso la coexistencia de dos reyes en Castilla: Pedro I y Enrique II; y como consecuencia el conflicto se había convertido en una guerra civil en Castilla. Las ciudades, la nobleza y los magnates fueron rápidamente tomando partido. Mientras Pedro I iba perdiendo adeptos, Enrique II de Trastámara los ganaba, en parte debido al otorgamiento de gran número de mercedes y de títulos nobiliarios; entre ellos, el de conde de Trastámara para Du Guesclin y el de Carrión para Calveley. Se iniciaban así las llamadas “mercedes enriqueñas”.
A mediados de aquel mes, Tello dejó temporalmente a su hermano Enrique II para intentar conquistar el señorío de Vizcaya, que era un posible foco de resistencia favorable a Pedro I. Focos que iban disminuyendo rápidamente. Ya sólo le quedaban: parte de Andalucía, Galicia, parte de Guipúzcoa, Toledo, Murcia, Logroño, Soria, Molina (Guadalajara), el alcázar de Zamora y algunos castillos fronterizos con Aragón.
A primeros de mayo, después de haber rendido a los pocos nobles que defendían Toledo en nombre de Pedro I, Enrique II de Trastámara entró en la ciudad al frente de las “compañías blancas”. A continuación, aquellos nobles reconocieron a Enrique II después de haber obtenido un documento de garantías y mercedes. Uno de ellos, al que Pedro I había encomendado la defensa de la ciudad, fue García Álvarez de Toledo, maestre de Santiago, que fue apartado de su cargo y recibió a cambio el señorío de Valdecorneja (Ávila), Oropesa (Toledo) y otros lugares que le originaban unos cincuenta mil maravedíes de rentas en tierras, que dieron origen a la casa de Alba. También se presentaron ante Enrique II los procuradores de las ciudades de Madrid, Ávila, Talavera, Segovia y Cuenca para prestarle homenaje. En aquella ocasión, los judíos no sufrieron saqueos, pero tuvieron que pagar un millón de maravedíes.
Cuando Pedro I tuvo noticias de la llegada de Enrique II a Toledo, envió mensajeros a su tío Pedro I de Portugal para que le auxiliara firmando una alianza militar, ya que su ejército estaba prácticamente disuelto y no podía presentar batalla. La alianza se sellaría con el matrimonio, previamente acordado, entre su hija Beatriz y el heredero portugués Fernando. Poco después fue informado de que Enrique II se había puesto en camino hacia Sevilla. Por ello, hizo que la mayor parte de sus tesoros, que estaban del castillo de Almodóvar del Río (Córdoba), fueran sacados y llevados en una galera hasta Tavira (costa sur de Portugal) donde le esperarían. Cuando los sevillanos supieron que los tesoros iban a ser sacados del reino intentaron impedirlo sublevándose, pero ya era tarde. Temeroso Pedro I de morir en el tumulto, salió de Sevilla para Portugal con sus hijas y unos pocos fieles. Antes de llegar, su tío le hizo saber que el infante Fernando no quería casarse con Beatriz y que él no podía salir a recibirle. Supo, además, que naves de Enrique II habían salido para interceptar la galera del tesoro. Ante todo aquello, la pequeña comitiva decidió refugiarse en Alburquerque, pero sus moradores se lo impidieron. A Pedro I no le quedó más remedio que entrar en Portugal y pedir amparo a su rey, pero éste solamente le dio protección para llegar a Galicia.
También en mayo, Sevilla recibió con gran alborozo la entrada de Enrique II. Acudieron también a prestarle obediencia todas las ciudades y villas de Andalucía. También el emir de Granada Muhammad V, temeroso de que Enrique II quisiera vengarse de la ayuda que había prestado a Pedro I, firmó una tregua y le rindió vasallaje.
Durante los dos meses que permaneció en Sevilla recibió a su esposa Juana Manuel y a su hijo Juan enviados, según lo previamente pactado, por Pedro IV, que también envió a su hija Leonor; celebró conversaciones de amistad con Portugal; y despidió a gran parte de las “compañías blancas” conservando solamente las que mandaban Calveley y Du Guesclin.
En junio llegó Pedro I a Monterrey (Orense) donde fue recibido por Fernando Ruiz de Castro, adelantado mayor en tierras de Galicia, León y Asturias, y por el arzobispo de Santiago. Allí, en una reunión con sus seguidores, le hicieron propuestas opuestas: unos, entre los que se encontraba el de Castro, opinaron que, como Enrique II estaba en Sevilla, debería acudir a Zamora y a Logroño para auxiliarlas con tropas leales que ellos aportarían; otros dijeron que debería embarcarse en La Coruña con sus hijas y dirigirse a Bayona, que pertenecía a Inglaterra, donde podría pedir ayuda al príncipe de Gales Eduardo, el llamado “Príncipe Negro” por el color de su armadura. Pedro I siguiendo este último consejo se embarcó en julio, y cuando pasó por San Sebastián fue informado de que la galera con el tesoro había sido atrapada y todo su cargamento compuesto de alhajas y treinta y seis quintales de oro había sido entregado a Enrique II.
En agosto Pedro I llegó a Burdeos y comenzó a negociar con el príncipe de Gales la ayuda que necesitaba para recuperar su reino. Previamente, el príncipe había recibido la autorización de su padre Eduardo III para intervenir en Castilla. En las negociaciones también participó Carlos II, que volvió a cambiar de bando, porque las tropas que se contratarían tendrían que pasar por Navarra. En septiembre se plasmó todo lo hablado en el tratado de Libourne (Francia). En él se estipulaba que Pedro I pagaría el gasto total de la operación militar que se estimaba en quinientos mil florines y la misma cantidad pagaría al príncipe de Gales; que Carlos II recibiría en plazos doscientos mil florines en concepto de paso de las tropas, y también la anexión de Guipúzcoa y Álava, más Logroño, Calahorra y Navarrete; que el príncipe de Gales se anexionaría el señorío de Vizcaya con los puertos de Castro Urdiales, Bilbao, Bermeo y Lequeitio; y que los prisioneros que hubieran sido considerados como traidores a Pedro I le serían entregados si no pagaban rescate. Pedro I empezó a pagar los plazos malvendiendo las joyas que había traído.
En noviembre, Enrique II, que ya tenía noticias de las negociaciones que realizaba Pedro I con el príncipe de Gales, inició una campaña en Galicia para anular a los partidarios de su hermanastro. Después de varias conquistas sitió Lugo, donde estaba refugiado Fernando de Castro, pero al no poder tomarla aceptó un aplazamiento de cinco meses para la rendición si no llegaban auxilios. A continuación se dirigió a Burgos para celebrar unas Cortes en las que pidió que le proporcionaran diecinueve millones de maravedíes en concepto de alcabalas (impuestos a las ventas), y en donde se juró heredero al trono de Castilla a su primogénito Juan. Pero los seguidores de Pedro I se rehicieron y recuperaron parte de las plazas perdidas.
En febrero de 1367, el Príncipe Negro, Pedro I y Carlos II al frente de un ejército mercenario, que incluía las tropas que había despedido Enrique II, atravesó Navarra y se dirigió a Castilla. A su paso por Pamplona, Carlos II simuló ser hecho prisionero en Borja por tropas de Du Guesclin para no comprometerse demasiado en la invasión. Por su parte, Enrique II, al saber que su enemigo estaba ya en Navarra, se dirigió a Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) donde se situó con sus tropas muy mermadas por el abandono de las de Calveley que no quería luchar contra su antiguo señor el príncipe de Gales. Estando allí, Enrique II recibió cartas del rey de Francia en las que le aconsejaba que, si podía evitarlo, no se enfrentarse al gran ejército que llevaba el Príncipe Negro. Los jefes de las compañías estuvieron de acuerdo en que sólo hubiera combates en zonas angostas, pero los castellanos recomendaron dar la batalla para que sus partidarios no tuvieran la impresión de que actuaba con miedo y cobardía. Enrique II aceptó esto último y llevó a su tropas al paso de Zaldiarán, a unos diez kilómetros de Vitoria, para esperar a su enemigo. Cuando éstos llegaron, hubo un enfrentamiento parcial que se saldó con el triunfo de los de Enrique II. Por falta de víveres, el Príncipe Negro ordenó la retirada hacia Navarra.
El primero de abril, el Príncipe Negro entró en Logroño. Enrique II respondió trasladando sus tropas a las cercanías de Nájera. Dos días después, las tropas de ambos ejércitos se enfrentaron en una llanura cercana a esta ciudad. Aunque las fuerzas de Enrique II eran inferiores a las inglesas, en la primera carga superaron a éstas. Pero la batalla fue ganada por el Príncipe Negro que se aprovechó de una falsa maniobra cometida por el ala izquierda castellana que se replegó sin haber tomado contacto con el enemigo inglés. Parece ser que la causa del repliegue fue el pánico de Tello que la comandaba. Esto hizo que la vanguardia quedase desguarnecida y el grueso del ejército de Enrique II no pudiese ayudar al ser frenados por los arqueros ingleses con sus lanzamientos. Un ataque final de la caballería hizo que se produjera la desbandada castellana y la huida de Enrique II, que con algunos de sus seguidores, pasó a Nájera para luego entrar en Aragón y a continuación, con la ayuda de Pedro de Luna, futuro antipapa Benedicto XIII en el “Cisma de Occidente”, cruzar la frontera con Francia y terminar instalándose cerca de Aviñón. Muchos de los fugitivos consiguieron pasar a Aragón, entre ellos: Tello, Juana Manuel con sus hijos y Leonor de Aragón; y otros fueron hechos prisioneros, entre ellos Bertrand Du Guesclin, que pronto fue rescatado por el rey Carlos V de Francia.
Por su parte, el rey aragonés, debido al resultado de la batalla y ante la posibilidad de que la restauración de Pedro I produjera una invasión de su reino y de que Enrique II no había cumplido los compromisos de Binéfar, decidió enfriar sus relaciones con el derrotado. Como primera actuación, declaró nulas las capitulaciones matrimoniales de su hija Leonor con Juan, primogénito de Enrique II. Casi por la misma razón, el emir de Granada Muhammad V restableció su alianza con Pedro I, pero aprovechó la debilidad de Castilla por la guerra civil para reconquistar Utrera (Sevilla), Jaén y Úbeda.
Después de la batalla los vencedores marcharon a Burgos y allí comenzaron los desencuentros entre Pedro I y el Príncipe Negro. A la negativa del inglés a entregar al rey los prisioneros castellanos que consideraba traidores para matarlos aunque pudieran pagar el rescate, le siguió la gran dificultad que tenía Pedro I para pagar lo acordado que ya ascendía, y subiendo, a dos millones setecientos veinte mil florines de oro. Para avalar la deuda el Príncipe Negro pidió en rehén veinte castillos, pero Pedro I se negó por temor a la impopularidad. Además, los vizcaínos se negaron a aceptar como señor al Príncipe Negro.
A primeros de mayo, Pedro I juró en el monasterio de las Huelgas que pagaría la deuda. Después ambos aliados siguieron diferentes caminos: Pedro I emprendió un viaje a Sevilla pasando por Toledo y Córdoba, y en todos los lugares del recorrido dio órdenes para encarcelar, y en muchos casos ejecutar, a los partidarios de Enrique II; por su parte, el Príncipe Negro se instaló en su campamento de Amusco (Palencia) y envió mensajeros a Pedro IV para iniciar negociaciones de paz entre Aragón y Castilla, lo hizo porque tuvo el convencimiento de que no tenía ninguna posibilidades de cobrar lo adeudado, y por ello había decidido cambiar su alianza con Pedro I por la de Pedro IV.
Entre tanto, Juana Manuel, esposa de Enrique II, no creyéndose segura en Zaragoza, porque muchas nobles de Aragón eran enemigos de su esposo, se fue a Francia por consejo del infante Pedro, tío de Pedro IV, y se reunió en Languedoc con su marido, que se dedicaba a reunir gentes y a pedir dinero para volver a Castilla. Carlos V le dio cincuenta mil francos de oro y el castillo de Piedrapertusa en la frontera de Aragón; y el duque de Anjou, hermano de Carlos V, le dio otros cincuenta mil francos. Desde el castillo, Enrique II empezó a hacer provisión de armas y reunir caballeros y tropas castellanas.
A finales de mayo, Enrique II escribió a Pedro IV para anunciarle su pronta vuelta. Lo hacía porque tenía noticias de que muchos de sus partidarios se encontraban en abierta rebelión contra Pedro I, y que importantes fortalezas como las de Peñafiel y Curiel (ambas en Valladolid), Palencia, Atienza (Guadalajara), Gormaz (Soria) y Segovia, entre otras, estaban bajo su obediencia. Además, el rey francés Carlos V había ordenado entregarle importantes cantidades de dinero para financiar su vuelta.
En agosto, después de varios encuentros entre las delegaciones de negociadores inglesas y aragonesas, se llegó a dos acuerdos en Ariza (Zaragoza) que fueron firmados por del Príncipe Negro y Pedro IV: en uno, que era público, se establecía la paz entre Castilla y Aragón y se marginaba a Enrique II; en el otro, que era secreto, se concertaba una tregua entre castellanos y aragoneses hasta abril del año siguiente con la condición de iniciar en octubre del presente año negociaciones para una paz definitiva entre ambos reinos; se reconocía que Aragón tenía derecho a una indemnización por haber sido Castilla la iniciadora de la guerra; y un posible plan para solucionar lo que llamaban problema ibérico, con la participación de Navarra y Portugal, para la conquista y el reparto de Castilla. A finales de aquel mes, decepcionado y enfermo, el Príncipe Negro regresó a sus dominios de Gascuña (Francia).
A principios de septiembre, Enrique II, que había firmado con el duque de Anjou un acuerdo de mutua ayuda contra Inglaterra y Navarra, pidió oficialmente a Pedro IV el paso por Aragón hacia Castilla. A pesar de la negativa por su paz con Castilla, Enrique II entró con pocas tropas en Aragón y en pocos días llegó a Calahorra pasando por el valle de Arán (Lérida), Barbastro (Huesca) y Huesca. La marcha del ejército fue tan rápida que las tropas aragonesas no consiguieron darles alcance. Pronto, muchos partidarios engrosaron su pequeño ejército y Castilla se dividió de nuevo en dos bandos, con lo que la guerra civil volvía a empezar.
En noviembre, Enrique II entró en Burgos y se encontró con la resistencia de tropas de Pedro I situadas en el castillo y en la judería. Las rindió realizando cercos y minas, luego impuso a los judíos una contribución de un millón de maravedíes. Mientras tanto, Córdoba fue conquistada por sus partidarios y también otras ciudades como: Guadalajara, Sepúlveda (Segovia), Ávila, Segovia, Salamanca, Medina del Campo, Toro, Carrión (Palencia) y Valladolid, entre otras, le reconocieron. Casi todo el centro de Castilla se puso bajo su obediencia. Mientras tanto, Pedro I se encontraba en Sevilla dedicándose a la fortificación y abastecimiento de Carmona.
En ese mismo mes, en Tarbes (Francia) se reunían los representantes de Pedro I, Carlos II, Pedro IV y del Príncipe Negro para acordar una paz mediante el matrimonio de Juan, heredero de Pedro IV, con Constanza, hija de Pedro I, que recibiría como dote el reino de Murcia y sería jurada heredera de Castilla. No concurrieron los portugueses, aunque estaban invitados, ni los de Enrique II, porque no era reconocido como rey. Debido a la disconformidad del Príncipe Negro, y para satisfacer las reivindicaciones de todos los participantes de la reunión, se modificó el plan ofreciendo a Pedro I y a Enrique II ayuda o neutralidad a cambio de que cumpliesen todos los compromisos. A finales de año se dieron por concluidas las reuniones. Sus acuerdos fueron firmados por navarros e ingleses, pero no consta que los aragoneses lo hicieran.
En enero de 1368, Enrique II se apoderó de León sin que ofreciera mucha resistencia. A continuación tomó, por conquista o adhesión, las villas de la actual Asturias y Tordehumos (Valladolid). Después fue a Illescas (Toledo) en donde estaba su mujer y su hijo Juan, ganando de paso Buitrago (Madrid) y Madrid.
En abril, Enrique II puso sitio a Toledo con un ejército de mil hombres. Al mismo tiempo, sus tropas se apoderaron de los castillos de Mora y Consuegra (ambos en Toledo) e Hita (Guadalajara), y también de las villas de Talavera y Villa-Real (antiguo nombre de Ciudad Real). Mientras tanto, Pedro I se aliaba con el emir Muhammad V para cercar Córdoba. La lucha fue muy dura y, aunque los aliados consiguieron apoderarse del castillo del puente del río Guadalquivir y abrir una brecha en la muralla, no pudieron tomar la ciudad y levantaron el cerco. Pedro I regresó a Sevilla y Muhammad V se dirigió a Granada.
En mayo, Carlos II se anexionó Logroño y sus tropas cercaron y conquistaron Vitoria. También se apoderaron, con gran resistencia por parte de sus habitantes, de las plazas alavesas de Santa Cruz de Campezo, Contrasta, Alegría de Álava y Salvatierra de Álava.
A mediados de noviembre, Enrique II, que permanecía en el sitio de Toledo, recibió embajadores de Carlos V para acordar un tratado de amistad. También le informaron que el rey francés le enviaba a Bertrand Du Guesclin con quinientas lanzas para ayudarle a ganar la guerra.
A finales de diciembre, mientras Pedro I se preparaba para acudir a la defensa de Toledo, Du Guesclin atravesó Aragón con sus tropas, sin el permiso de Pedro IV, y entró en Castilla.
A primeros de enero de 1369, informado Pedro I de que su hermanastro recibiría ayuda de un ejército mandado por Du Guesclin, envió mensajeros a los ingleses para pedir auxilios. La respuesta del Príncipe Negro fue que sólo ayudaría cuando recibiera el dinero y el señorío de Vizcaya. A mediados de aquel mes, antes de que llegara la respuesta, Pedro I emprendió la marcha con tropas castellanas y granadinas hacia Toledo. Para hacerle frente, Enrique II envió órdenes a los jefes de Córdoba para que le enviasen refuerzos. También envió mensajeros a Du Guesclin para que acelerase la marcha. Después dejó tropas en el cerco de Toledo y fue al encuentro de su hermanastro.
En marzo, el enfrentamiento entre los dos ejércitos se produjo en las cercanías de Montiel (Ciudad Real) y fue muy breve porque las tropas auxiliares de los granadinos emprendieron la fuga apenas comenzó el combate, que acabó con la victoria de Enrique II y la huida de Pedro I, que se refugió en el castillo de la cercana villa. Para poder escapar, el derrotado rey envió un mensajero para intentar comprar a Du Guesclin. Pero éste, en connivencia con Enrique II, atrajo con engaños a Pedro I a su tienda. En ella se produjo el encuentro y la posterior lucha entre los dos hermanastros con el resultado de la muerte de Pedro I.
(El origen de la frase “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, atribuida a Bertrand Du Guesclin durante el fratricidio, tiene un mínimo de tres versiones diferentes, y ninguna con fundamento histórico).
Muerto Pedro I, el castillo de Montiel se rindió inmediatamente, y dos días después, Enrique II, que no tenía intención de cumplir los acuerdos de Binéfar, nombró a su pariente Juan Sánchez Manuel, conde de Carrión, para que tomase posesión del reino de Murcia. A continuación partió hacia Sevilla, que ya se había puesto bajo su obediencia.
En abril se rindió Toledo. Parecía en principio que el proceso para terminar la guerra y pacificar Castilla podría ser fácil porque la mayoría de ciudades y villas reconocieron rápidamente a Enrique II, y porque para conseguir cuanto antes la pacificación, fueron tratados con benevolencia los defensores apresados en las plazas tomadas. Pero la causa legitimista aún permanecía y se oponía al usurpador con diferentes actuaciones. Así, por ejemplo, Molina, Cañete y el castillo de Requena (Valencia) se pasaron a la corona de Aragón; otras, como, Zamora, Ciudad Rodrigo, Carmona, o la comarca meridional de Galicia continuaron empuñando las armas contra Enrique II y, además, buscaron en la persona del nuevo rey de Portugal Fernando I, biznieto de Sancho IV de Castilla y León, un rey legítimo para Castilla. Y por su parte, el emir del reino nazarí de Granada Muhammad V se había apoderado de las plazas de Cambil (Jaén), Rute (Córdoba), Torre Alháquime y El Gastor (ambas en Cádiz).
Desde Sevilla, Enrique II intentó apoderarse de Carmona prometiendo a sus defensores que si rendían la plaza permitiría a los hijos bastardos de Pedro I, que estaban allí, dejarlos marchar a Inglaterra, a Portugal o a Granada; y que el maestre de Calatrava Martín López de Córdoba, que mandaba la plaza, junto con los demás caballeros podrían irse con todas sus pertenencias y bienes. Pero la oferta no fue aceptada.
También en aquel mes, Enrique II tuvo que hacer frente a los pagos a los mercenarios franceses de Bertrand Du Guesclin. Para ello modificó las normas para las recaudaciones de rentas y alcabalas, y arrendó las cecas (casas de monedas) para acuñar monedas con una ley más baja.
En mayo, Enrique II salió de Sevilla para, seguramente, dirigirse a Murcia, pero antes había intentado pactar una tregua con el emir de Granada, que fue rechazada. Por ello, encargó a sus capitanes de la frontera que continuaran el asedio a Carmona y la lucha contra Muhammad V. En el camino supo que los defensores de Toledo, al conocer la muerte de Pedro I, habían negociado la rendición y se habían pasado a su obediencia, y que a los judíos de su aljama se les había hecho pagar veinte mil doblas de oro. También fue informado de que la reina Juana Manuel y su hijo el infante Juan, le esperaban en Toledo, a donde se habían trasladado desde Burgos cuando supieron la rendición de la ciudad; y de que el conde de Carrión había conseguido la sumisión de Murcia. Debido a aquellas noticias, cambió su ruta y se dirigió a Toledo. Allí, Enrique II ordenó que trajeran de Francia a su hija Leonor, que había dejado en el castillo de Piedrapertusa.
En junio, tropas enviadas por Enrique II consiguieron desalojar del castillo de Requena a los aragoneses (su villa se había puesto de parte del rey castellano). La respuesta de Pedro IV fue la de promover un cerco diplomático contra Castilla. Para conseguirlo, envió mensajeros al Príncipe Negro, que estaba en Burdeos, para reavivar las negociaciones de Tarbes y nombrar a Eduardo III rey de Castilla después de haber segregado de ella los territorios a los que aspiraban Aragón, Navarra y Portugal. Pero la reivindicación de Fernando I de Portugal, de optar a la corona de Castilla y León al considerar que, muerto Pedro I, él era el legítimo heredero, frustró la iniciativa. La tensión en la frontera castellano-aragonesa aumentó de tal manera que las relaciones entre los dos reinos estaban casi rotas.
Estando en Toledo, Enrique II fue informado de que Fernando I de Portugal se estaba preparando para declararle la guerra. Para ello, había mandado armar doce galeras y llamado a los hijosdalgo de su reino. En respuesta, Enrique II envió tropas contra Portugal y contra Zamora que se había alzado en favor del portugués. También lo habían hecho Ciudad Rodrigo, las cacereñas villas de Alcántara y Valencia de Alcántara y Tuy (Pontevedra). Ante aquella situación, Enrique II partió en julio para atacar a Zamora.
También en ese mes, el emir Muhammad V conquistó la plaza de Algeciras (Cádiz), con la ayuda del africano sultán benimerín (o meriní) Abú Faris Abd ul-Aziz, que le envió una flota para bloquear su puerto ante un posible auxilio de naves castellanas.
Cuando Enrique II atacaba Zamora, fue avisado de que Fernando I había entrado en Galicia y que sus villas se ponían bajo su obediencia. Por ello, en compañía de los mercenarios de Du Guesclin y de muchos caballeros, marchó hacia Galicia para enfrentarse al rey portugués, pero éste ante su llegada se retiró hacia La Coruña donde se embarcó para regresar a Portugal dejando tropas en aquella ciudad. Entonces, para obligar a Fernando I a hacer la paz, Enrique II entró en Portugal, tomó la ciudad de Braga y cercó Guimaraes. Durante el asedio, llegó Fernando de Castro, que, a pesar de estar preso, se movía libremente vigilado por un alguacil, y persuadió al rey de que le dejara ir a la villa para convencer a sus habitantes para que se pusieran bajo la obediencia de Castilla. Cuando entró, se quedó dentro.
Al no poder conquistar Guimaraes, Enrique II asoló el territorio entre los ríos Duero y Miño. En ello estaba cuando recibió cartas de Fernando I que le emplazaba a batallar. Enrique II aceptó y acordó esperarle en la comarca portuguesa de Tras-os-Montes, pero el rey portugués rehusó la batalla, por lo que después de tomar la villa y el castillo de Braganza, regresó a Toro donde se ocupó de cómo pagar lo que les debía a los mercenarios de Du Guesclin para que se fueran a sus tierras, y de cómo enviar tropas contra el emir de Granada, Carmona, Galicia, Zamora y Ciudad Rodrigo.
En septiembre, Pedro IV, que no cejaba en sus aspiraciones expansionistas, volvió a enviar mensajeros a Burdeos para apremiar al Príncipe Negro a que iniciase la invasión de Castilla. Pero éste mostró frialdad por estar muy ocupado con el reinicio de la guerra contra Francia. Por ello, aprovechando que Fernando I se mostraba dubitativo sobre sus opciones a la corona de Castilla, le envió mensajeros para concertar una alianza que se sellaría con el matrimonio entre su heredero Juan y Beatriz, hermana de Fernando I. Pero el rey portugués realizó una contraoferta proponiendo su propio enlace con la infanta Leonor, anteriormente ofrecida en matrimonio al futuro Juan I de Castilla. Aunque supusiera la total ruptura con Enrique II, Pedro IV aceptó porque Fernando I asumía todas las reivindicaciones aragonesas y, además, recibiría una cantidad de oro para contratar tropas e ir contra Castilla.
En noviembre, Pedro IV, para cerrar el cerco contra Castilla, firmó una alianza con el granadino Muhammad V y con el sultán benimerín Abú Faris Abd ul-Aziz. También consiguió que Carlos II de Navarra entrase en la coalición contra Enrique II.
A principios de 1370, Enrique II y la reina Juana Manuel salieron de Toro dispuestos a atacar Ciudad Rodrigo y Zamora porque Fernando I había enviado tropas para asolar las tierras aledañas que permanecían fieles al rey castellano-leonés. Aunque Enrique II empleó ingenios de guerra y cavó minas consiguiendo que parte de la muralla cediera, no pudo tomar Ciudad Rodrigo porque el crudísimo invierno se lo impidió. Por ello levantó el cerco y partió hacia Salamanca, y desde allí a Medina del Campo donde convocó Cortes. Durante su estancia en esta villa pagó su deuda a Du Guesclin y a sus mercenarios por valor de ciento veinte mil doblas, y además, entregó a Du Guesclin la plaza de Atienza, las sorianas de Almazán, Deza, Monteagudo de las Vicarías, Serón de Nágima, el señorío de Soria y otros lugares, que habían sido pactados en Montiel. También ordenó a los adelantados de Galicia y Castilla que fueran a Galicia para atacar a Fernando de Castro, que desde sus plazas de Santiago, Lugo y Tuy estaban asolando las tierras de los partidarios de Enrique II. Lo mismo hacían las tropas portuguesas acantonadas en La Coruña. Mientras tanto, la reina Juana Manuel continuaba el asedio a la ciudad de Zamora.
A continuación, Enrique II marchó hacia Sevilla para poner remedio a las correrías de los musulmanes de Granada, a la resistencia de Carmona y al bloqueo que estaba sufriendo Sevilla desde hacía casi un año por una flota portuguesa de dieciséis galeras y veinticuatro naos que taponaba la desembocadura del río Guadalquivir, y que, además, había destruido Cádiz. A su paso por Guadalajara, Du Guesclin se despidió del rey y abandonó Castilla junto con sus mercenarios. Antes de llegar a Sevilla, el rey conoció la buena noticia de que los maestres de Santiago y Calatrava habían firmado una tregua de ocho años con el emir de Granada.
En junio, la alianza que mantenían Portugal, Aragón y Navarra contra Castilla quedó rota por causas desconocidas, y el matrimonio entre Fernando I y la infanta Leonor de Aragón no se celebró.
El último día de julio, Enrique II entró en Sevilla donde tuvo conciencia de las graves consecuencias del bloqueo portugués. Para solventarlo, solamente pudo armar veinte galeras con insuficiencia de remos porque Pedro I los había mandado almacenar en Carmona. Ante ello, el rey llenó de hombres de armas las galeras y ordenó que bajasen por el río aprovechando la marea favorable, y para protegerlas de un posible ataque marchó por la ribera con las tropas. Ante esta maniobra, la flota portuguesa se situó mar adentro para plantar batalla dejando libre los accesos a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), pero el rey no quiso arriesgarse a una derrota con aquellas naves mal pertrechadas y ordenó completar siete galeras con los remos de las restantes. Después, ordenó al almirante Bocanegra que, aprovechando la noche, sorteara el bloqueo con las siete galeras y se dirigirse a los puertos cantábricos para conseguir naves, abastecimiento de pertrechos y hombres. Mientras tanto, Enrique II volvió a Sevilla con los barcos restantes, y la flota portuguesa regresó a su primitiva posición en el río.
En Sevilla, Enrique II recibió a dos obispos que venían como legados del papa Urbano V con la misión de lograr la paz entre los reyes peninsulares. Ello le produjo gran satisfacción porque significaba que la Iglesia legitimaba su reinado. Otra alegría para el rey fue la derrota de la flota portuguesa en el río Guadalquivir cuando fue cogida entre dos fuegos por la flota de Sevilla y por la de Bocanegra, que había regresado con dos galeras más y con numerosos hombres de armas.
En octubre murió el conde Tello entre rumores, al parecer infundados, de que había sido envenenado. Al carecer de descendencia legítima, el señorío de Vizcaya quedó vacante y Enrique II lo unió a la corona de Castilla cediéndolo a su heredero el infante Juan, alegando los derechos colaterales de la reina Juana Manuel.
En enero de 1371, el castillo de Zamora cayó en manos de los sitiadores, y la ciudad se rindió a finales de febrero. Las armas, los pertrechos y el tren de sitio fueron llevados al cerco de Carmona, que sirvieron para que a mediados de marzo la villa quedara aislada.
El último día de marzo de 1371, después de tres meses de negociaciones donde el legado papal tuvo un papel esencial, se firmó la paz entre Castilla y Portugal en la villa portuguesa de Alcoutim, a orillas del río Guadiana. Se acordó en ella el matrimonio entre Fernando I y Leonor, hija de Enrique II, que llevaba como dote la entrega a Portugal de las villas de Ciudad Rodrigo, Valencia de Alcántara, Allariz (Orense) y Monterrey.
En mayo, al no recibir el auxilio de granadinos ni portugueses, Carmona se rindió por hambre. El maestre de Calatrava Martín López de Córdoba negoció la rendición. Enrique II aceptó sus condiciones para la entrega de la ciudad y la marcha de los defensores, aunque con la negativa de que le acompañaran los dos hijos bastardos del difunto Pedro I, ya que temió que podrían servir como aglutinante de un posible resurgimiento de los legitimistas. Una vez realizada la rendición, el rey incumplió lo pactado, prendió al maestre, lo llevó a Sevilla y lo ejecutó. Enrique II justificó su acción como un acto de justicia ante la crueldad que había cometido el maestre durante el asedio cuando ordenó matar a unos hombres de armas que habían sido hechos prisioneros al intentar apoderarse de una torre de la muralla escalando el muro.
En el verano de aquel año, con la derrota y posterior huida a Portugal de Fernando de Castro por los adelantados de Castilla y Galicia desaparecía el último de los nobles seguidores del difunto Pedro I. Enrique II dio por pacificados los reinos de Castilla y León, y pudo cumplir la cláusula testamentaria de su padre Alfonso XI trasladando sus restos desde Sevilla a la capilla de los Reyes de la iglesia mayor en Córdoba, donde yacía su padre el rey Fernando IV. A continuación, Enrique II reunió Cortes en Toro.
Estando en Toro, Enrique II recibió mensajeros de Fernando I que le informaron que su rey le pedía disculpas por el rompimiento del compromiso matrimonial con la hija de Enrique II, ya que se había casado en secreto con la dama castellana Leonor Téllez de Meneses, para lo cual había logrado la nulidad de su primer matrimonio con un caballero portugués. Enrique II no tuvo inconveniente de aceptar las disculpas del rey portugués porque necesitaba mantener la paz firmada en Alcoutim y, además, no tendría que entregarle las plazas comprometidas en la dote.
En septiembre las Cortes terminaron sus deliberaciones con un espíritu de continuación con las celebradas en Alcalá en 1348. Se aprobaron cinco conjuntos de normas (ordenamientos): administración de justicia; cancillería; prelados; respuesta a peticiones generales de los brazos del reino; y respuesta a peticiones particulares. Dentro de estos ordenamientos estaban, entre otras cuestiones: la creación de una Audiencia real con siete jueces (oidores); la religiosidad, antiislamismo y espíritu de cruzada del reino; la negativa del rey a poner fuera de la ley a los perdedores de la guerra civil; y la obligatoriedad a judíos y moros de llevar un distintivo en su vestimenta.
También en aquel mes, Constanza, hija de Pedro I que se encontraba en Bayona, contrajo matrimonio en Rochefort (actual Francia) con el duque de Lancaster Juan de Gante, hermano del Príncipe Negro. Constanza se había convertido en heredera porque, según diferentes cronistas, su hermana mayor Beatriz había muerto o había entrado en religión. Con el matrimonio se pretendía que el duque fuera reconocido como rey de Castilla, y por tanto la potente marina de guerra castellana estaría a favor de Inglaterra en su conflicto contra Francia.
En noviembre, representantes castellanos y navarros nombrados por la reina Juana, porque Carlos II se encontraba en Francia negociando con Carlos V, acordaron en Burgos rendir a Enrique II el castillo alavés de Zaldiarán y las villas de Santa Cruz de Campezo y Contrasta. También acordaron someterse al arbitraje del papa Gregorio XI y de Carlos V para solventar todas las demandas surgidas por los territorios tomados durante la guerra civil en Castilla. Pero Enrique II aprovechó la ocasión para también poner en discusión las viejas reclamaciones de las villas navarras de Fitero y Tudején, así como las villas de Laguardia (Álava) y San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), con sus fortalezas, que nada tenían que ver con la guerra civil castellana. De acuerdo con lo pactado, las villas de Logroño, Vitoria y Salvatierra fueron puestas en secuestro del papa y del rey de Francia. Por todo ello, parecía que el conflicto con Navarra había quedado resuelto, pero Carlos II no parecía conforme con lo pactado.
En diciembre, Pedro IV decidió entrar en negociaciones con Enrique II enviando legados que se reunieron con los castellanos entre Cañete y Castielfabib para negociar un aplazamiento del conflicto.
En enero de 1372, los aragoneses firmaron los acuerdos de paz, y un mes más tarde lo hicieron los castellanos. También en esta ocasión, las diferencias entre los dos reinos se encomendaron al arbitraje del papa. La paz en la Península se había restablecido.
También en ese mes, el Consejo británico decidió reconocer al duque de Lancaster como rey de Castilla. En poco tiempo se creó una corte alrededor de Constanza y de Juan de Gante compuesta por ingleses y legitimistas castellanos. Para realizar su propósito de reinar en Castilla y León, el duque de Lancaster renunció por costoso a una invasión, y optó por promover la guerra entre los reinos de la Península para luego atraerse el apoyo de Aragón y Portugal.
En ese contexto, en abril, negociadores con poderes del duque
de Lancaster se presentaron ante Fernando I para negociar una alianza contra
Castilla. Propuesta que fue muy bien acogida por el rey portugués que
necesitaba reparar la humillación de Alcoutim. Al mismo tiempo, otros
negociadores con poderes, en esta ocasión, de Eduardo III hicieron la
misma propuesta a Pedro IV, y que fue recibida con cautela porque no interesaba
al rey aragonés comprometerse en aquella aventura militar, por lo que
ralentizó las negociaciones.
En junio, durante dichas negociaciones, Carlos V atacó por tierra la
ciudad costera perteneciente a Inglaterra de La Rochelle (actual Francia) mientras
la flota castellana al mando del almirante Bocanegra enviada por Enrique II,
según lo pactado en 1368, la bloqueaba por mar. Eduardo III expidió
una flota para socorrerla al mando del conde Pembroke, pero fue derrotada frente
a la ciudad por la castellana. Muchos barcos fueron hundidos o capturados y
el conde, junto con varios caballeros y un gran botín fueron apresados
y llevados a Santander para ser entregados a Enrique II. La cesión al
condestable de Francia Bertrand Du Guesclin del conde Pembroke y, además,
cien mil francos de oro fue el pago que el rey castellano-leonés realizó
para recuperar las posesiones territoriales que le donó en 1370.
En julio, Fernando I firmó con los negociadores ingleses un tratado de amistad donde reconocía a Juan de Gante como rey de Castilla y se comprometía a hacer la guerra a Enrique II. Como consecuencia de lo pactado, no impidió que nobles legitimistas refugiados en Portugal entraran en son de guerra en Galicia y tomaran Viana del Bollo (Orense). Además, mandó apresar varias naos comerciales de procedencia asturiana y vizcaína en el puerto de Lisboa.
En agosto, Enrique II comenzó a reunir tropas en Zamora para responder a la actuación de Fernando I. Y mientras tanto, mandó a su hijo bastardo Alfonso Enríquez, conde de Noreña, a desalojar a los petristas de Viana, que huyeron a Portugal; también envió al obispo de Sigüenza y a otro mensajero al rey portugués con reclamaciones por su proceder. Pero Fernando I no atendió a las demandas porque esperaba la ayuda militar que le había prometido Eduardo III.
En septiembre, La Rochelle se rindió asfixiada por el cerco de una flota enviada por Enrique II de cuarenta naos y ocho galeras, al mando del experimentado marino guipuzcoano Rui Díaz de Rojas, y por el ataque por tierra de las tropas francesas. La conquista propició la hegemonía de la marina castellana en el golfo de Vizcaya.
A mediados de diciembre, Enrique II, para obligar a Fernando I a decidir si quería la paz o la guerra, entró con sus tropas en Portugal y se apoderó fácilmente de las villas de Almeida, Pinhel, Linhares y Viseo, con lo que el camino hacia Coímbra quedaba expedito. Mientras tanto, el almirante Bocanegra, con doce galeras, bloqueaba las costas portuguesas. Antes de fin de año, cuando se dirigía hacia Coímbra se presentó ante el rey castellano-leonés el infante Dionís, hermanastro de Fernando I que estaba refugiado en Castilla, para informarle de la oposición que existía en Portugal al rey y a la reina Leonor Téllez. También, supo que el legado papal, cardenal Guido de Bolonia, había llegado a Castilla para negociar la paz entre los dos reinos, y como ello podría ser un estorbo para sus planes, Enrique II le envió mensajeros pidiéndole que le esperase en Guadalajara, pero el legado no hizo caso y entró en Portugal para entrevistarse en primer lugar con Fernando I.
En febrero de 1373, cuando llegó a las cercanías de Coímbra, a la que no atacó porque allí estaba la reina Leonor a punto de dar a luz, Enrique II recibió el refuerzo de las tropas de Andalucía mandadas por el conde de Niebla y los maestres de Santiago y Calatrava, que habían entrado en Portugal por Alcántara. Fernando I, al no tener las suficientes tropas para presentar batalla, marchó a Santarem y ordenó a sus milicias que se dispersaran. Cuando Enrique II llegó a las cercanías de Santarem se instaló en las cercanías, pero decidió tomar primero Lisboa. Al ser una ciudad sin murallas, le fue fácil invadirla, pero encontró una gran resistencia en los refugiados de la ciudadela que provocaron muchas pérdidas a los invasores. Por ello, Enrique II quemó varias calles y las naves que estaban en las atarazanas.
En marzo llegó al estuario del Mar de la Paja la flota del almirante Bocanegra que dispersó a la escasa flota portuguesa que protegía a Lisboa. Ante la derrota militar, la falta de auxilio por parte de Inglaterra, que todavía no había comenzado a reclutar tropas, y la oposición de sus súbditos, Fernando I tuvo que firmar en Santarem una paz que consiguió con la mediación del legado papal. Las condiciones para conseguirla fueron, entre otras, las siguientes: Portugal entraría en el bloque franco-castellano contra Inglaterra y enviaría cinco galeras a Castilla cuando las necesitara el rey de Francia; que le diese en rehenes a hijos de caballeros y ciudadanos de Portugal; que expulsara a todos los legitimistas de Portugal; que el conde Sancho, hermano de Enrique II, se casara con Beatriz, hermanastra de Fernando I; que Alfonso Enríquez, hijo bastardo de Enrique II se casara con Isabel hija bastarda de Fernando I de ocho años de edad; y que Fadrique, hijo bastardo de Enrique II de corta edad y recién investido duque de Benavente, se casara con la recién nacida infanta Beatriz, hija de Fernando I y de la reina Leonor.
También en ese mes se produjeron dos acontecimientos que afectaban a la paz en la Península. Por una parte, Carlos II de Navarra, no conforme con las conversaciones con Castilla realizadas bajo los auspicios de la reina Juana, obtuvo de las Cortes una ayuda de cincuenta mil libras para armar a tres mil hombres para ir contra Castilla. Por otra, Pedro IV, a pesar de que había firmado la paz con Castilla, negoció con Eduardo III una alianza para invadir Castilla.
En abril, los ingleses iniciaron la recluta de tropas para la invasión. Conocidas las negociaciones y los preparativos bélicos, Enrique II se aprestó a la defensa concentrando cerca de Nájera un gran ejército compuesto por cinco mil lanzas, mil doscientos jinetes y cinco mil peones para vigilar las posibles rutas de penetración a Castilla: Pancorbo y Logroño.
En junio, Enrique II exigió a Carlos II la restitución de Vitoria y Logroño con amenaza de guerra. Pero como el rey navarro no estaba en condiciones de afrontarla, tuvo que optar por pedir el arbitraje del cardenal Guido de Bolonia, legado papal, y con la esperanza de que la inminente invasión de Castilla por los ingleses resolviera sus problemas.
En julio, para realizar la invasión de Castilla, un ejército inglés al mando del duque de Lancaster desembarcó en Calais (Francia) y se enfrentó a los franceses, mandados por Du Guesclin, que vencieron en una terrible batalla.
En agosto, el cardenal de Bolonia emitió el veredicto de arbitraje por el cual, Logroño, Vitoria y Salvatierra, con sus territorios, se devolverían a Castilla; San Vicente de la Sonsierra y Laguardia se adjudicaban a Carlos II, que también recibiría treinta mil doblas por los gastos y mejoras en el castillo de Logroño. Respecto a las demandas castellanas sobre Fitero y Tudején, el cardenal aplazaba su sentencia hasta que tuviera más información. Para las demás cuestiones que pudieran surgir se someterían ambos a la resolución del papa. Además, el cardenal impuso la llamada paz de San Vicente entre los dos reinos. Para sellarla, acordaron el matrimonio entre el infante Carlos, primogénito de Carlos II, con la hija de Enrique II, Leonor, que recibiría una dote de ciento diez mil doblas castellanas. Si el matrimonio tuvieran hijos varones, heredarían el trono de Navarra, aunque su padre muriese antes de reinar, y a falta de un infante primogénito de Castilla y de otros hijos legítimos de Enrique II, heredaría la corona de Castilla y León, Leonor, excluyendo a cualesquier otro heredero. Los esponsales se celebraron en Burgos en el mes de septiembre, dejando para dos años más tarde la ceremonia de las bodas.
En octubre, el cardenal de Bolonia, estando en Tudela, completó su sentencia declarando que el monasterio de Fitero y el castillo de Tudején pertenecían al reino de Navarra.
En diciembre, cuando el ejército inglés llegó a Burdeos, después de atravesar Francia de norte a sur cosechando derrotas, contaba con casi la mitad de los efectivos, por lo que la invasión de Castilla se hizo inviable. Pero el duque de Lancaster, a pesar de su fracaso, no cejaba en sus aspiraciones.
En enero de 1374, Juan de Gante envió embajadores a Pedro IV para ofrecerle un ejército de mil hombres de armas y mil arqueros para la conquista y pacificación de la isla de Cerdeña si el rey aragonés aportaba un ejército igual para ir a la guerra contra Castilla. Prudentemente, Pedro IV despidió a los enviados con la promesa de una pronta respuesta que llevarían a Burdeos sus propios embajadores.
En febrero, Sancho, hermano de Enrique II, murió de un lanzazo al intentar mediar en una pelea en las calles de Burgos.
En abril, el duque de Lancaster regresó a Inglaterra al ser consciente de que no tenía medios para realizar acción alguna. Ante aquella debilidad, el duque de Anjou propuso a Enrique II, mediante mensajeros, que utilizara su potente ejército, al que se uniría tropas francesas, para conquistar la ciudad de Bayona. El rey castellano-leonés aceptó la propuesta, y tras dar seguridades a Carlos II de que no intentaba invadir Navarra, atravesó su reino por Roncesvalles e inició el cerco de Bayona en la segunda quincena de junio, completándolo con naves castellanas. Pero debido a la escasez de víveres, las intensas lluvias y que el duque de Anjou no pudo acudir con sus tropas porque estaba batallando contra los ingleses en otro lugar, Enrique II levantó el campo, regresó a Castilla y disolvió el ejército.
En agosto, el infante Jaime de Mallorca, que intentaba recuperar el desaparecido reino balear, invadió Cataluña. Lo hacía con el apoyo del duque de Anjou y de Enrique II que querían forzar a Pedro IV a abandonar su política de alianzas con Inglaterra.
En diciembre, Pedro IV accedió a negociar el matrimonio de su hija Leonor con el infante Juan. Un enlace que ya se había acordado en marzo de 1366. Además, pidió negociaciones de paz. Le obligaba su debilidad política ante Castilla, el fracaso del duque de Lancaster y el ataque del infante Jaime.
También en ese mes, Eduardo III intentó una reconciliación con Castilla utilizando a Carlos II como mediador. Para ello, el rey navarro viajó a Madrid para proponer a Enrique II que pagara parte de la deuda que el difunto Pedro I había contraído durante la guerra con el Príncipe Negro para que el duque de Lancaster renunciara a sus pretensiones al trono de Castilla. Pero Enrique II no pudo aceptar porque ello implicaría romper su alianza con Francia.
En enero de 1375, el infante Jaime de Mallorca falleció en Soria de muerte natural después de fracasar en su ataque a Cataluña y refugiarse en Castilla.
En febrero, las negociaciones de paz fracasaron y la guerra parecía inminente. Pero en marzo, diversos acontecimientos políticos en Europa, que afectaban a Aragón, hizo que Pedro IV decidiera aceptar las condiciones que permitían firmar la paz.
En marzo, una delegación de Inglaterra, presidida por el duque de Lancaster, y otra de Francia, presidida por los duques de Anjou y Borgoña, comenzaron conversaciones de paz en Brujas (Bélgica). Aunque Castilla fue invitada a asistir, sus representantes no llegaron a tiempo a su destino porque en el camino capturaron dos naves de Burdeos y tuvieron que regresar para llevar a los prisioneros. En junio fue firmada la tregua, a pesar de la ausencia de los castellanos y de las protestas del duque de Lancaster por la inclusión en el texto de los títulos reales de Enrique II.
En abril, las delegaciones castellanas y aragonesas volvieron a reunirse en Almazán y firmaron una paz con los siguientes acuerdos: el matrimonio entre Leonor y Juan; la devolución a Castilla de Molina y otros lugares ocupados; y una indemnización de ciento ochenta mil florines que Pedro IV recibiría en varios plazos. Terminaba así las aspiraciones territoriales de Aragón.
En mayo se celebraron en Soria las bodas del infante Juan de Castilla con Leonor de Aragón y la del infante Carlos, heredero de Carlos II, con Leonor, hija de Enrique II; y en junio, las Cortes de Castilla reconocieron al infante Carlos, como consorte de Leonor, los derechos al trono castellano en el caso de que muriera el primogénito.
En agosto los procuradores de Carlos II y de Enrique II se reunieron en Logroño para declarar nula cualesquier reclamación que se produjera en torno a la sentencia arbitral.
También en ese mes, pretextando que los ingleses habían atacado a siete naves castellanas en Saint-Malo (Francia), una flota de ochenta buques castellanos destruyó un convoy inglés de treinta y nueve naves que cargaban sal en una bahía de Bretaña (Francia). Ante las protestas de Inglaterra, Castilla respondió que estaba en su derecho porque no había firmado la tregua. Posteriormente, en noviembre la firmó, y como consecuencia Eduardo III levantó al mes siguiente el embargo que pesaba sobre las naves castellanas en los puertos ingleses.
En octubre, el duque de Anjou propuso a Enrique II un ataque conjunto a Aragón en el que a Castilla le correspondería aportar tres mil hombres lanzas, mil jinetes y mil ballesteros. Aunque había firmado una paz con Aragón, Enrique II no podía negarse por estar atado por la deuda de 1367, y que el duque exigía solapadamente su reembolso para pagar a sus tropas. Ganó tiempo ofreciendo solamente mil lanzas con la condición de que no fuera entre tanto reiniciada la guerra contra Inglaterra. Pero el comienzo de las hostilidades proporcionó el pretexto para no efectuar el ataque.
En marzo de 1376, el papa Gregorio XI concedió la dispensa, pedida por Enrique II, para que su hijo bastardo Fadrique pudiera casarse con Beatriz, hija legítima de Fernando I, a pesar de sus cortas edades. Enrique II necesitaba con urgencia realizar el matrimonio para salvar la alianza con Portugal, que había sido comprometida por su otro hijo bastardo Alfonso Enríquez, conde de Noreña, al haber huido a Aviñón para tratar de que el papa Gregorio XI anulase su compromiso de matrimonio con Isabel, hija bastarda de Fernando I. Lo hacía porque consideraba que estaba destinado a matrimoniar con una infanta que fuera hija legítima.
En junio murió el Príncipe Negro víctima de una enfermedad adquirida durante la guerra en Castilla. Le sucedió su hijo Ricardo como heredero de Eduardo III de Inglaterra.
En octubre, las cortes de Navarra juraron reconocer como heredero del reino al futuro primogénito del matrimonio Leonor de Trastámara y de Carlos, aunque el infante muriera sin ser coronado.
En noviembre, los desposorios (promesa de contraer matrimonio) entre Fadrique y Beatriz se celebraron en Leiría (Portugal). También con aquella ocasión, las Cortes portuguesas juraron que recibirían a Fadrique como rey en el caso de que faltasen descendientes directos varones de Fernando I.
En enero de 1377 Eduardo III envió mensajeros a Navarra y a Aragón para pedirles su apoyo para intentar impedir que Castilla siguiera ayudando a Francia, sobre todo con su flota. La razón era que la tregua entre Inglaterra y Francia expiraba aquel año y ambos reinos necesitaban reforzar sus alianzas para reanudar la guerra. Esta petición hizo que Carlos II retomara los contactos con Inglaterra con el fin de obtener ayuda militar en caso de guerra contra Castilla, ya que pretendía la anexión de varias ciudades castellanas. A cambio, el rey navarro arrendaría sus puertos normandos a Inglaterra.
En marzo, el distanciamiento entre Navarra y Castilla quedó patente cuando se descubrió la traición de un consejero real navarro y, además, merino (especie de juez que resolvía, entre otras causas, asuntos territoriales), que pretendía entregar las villas navarras de Tudela y Caparroso a Castilla por motivo de haber negociado su matrimonio con una sobrina de Enrique II. El merino fue ejecutado en Pamplona.
En junio, después de una larga preparación, una flota de naves castellanas, portuguesas y francesas realizó un desembarco de cinco mil hombres de armas en Rye (sur de Inglaterra) y la tomaron por asalto. Después, durante unas pocas semanas hicieron lo mismo con varias ciudades de costa sur de Inglaterra. Mientras ocurrían estos hechos, murió Eduardo III.
En agosto, después de reponer fuerzas en Francia, la flota volvió al ataque y arrasó la isla de Wight, aunque su castillo resistió.
También en aquel verano, Enrique II consideró que era demasiado tiempo el que había que esperar para que el matrimonio de los dos niños, Fadrique y Beatriz, fuese consumado, por ello, presionó a su hijo Alfonso Enríquez amenazándole con la confiscación de sus bienes si no volvía con su esposa.
En octubre, Inglaterra, contratando los servicios de galeras genovesas, pudo responder a la ofensiva de sus enemigos intentando impedir el paso de un convoy mercante castellano que salía de Brujas. Pero una tormenta dispersó casi todas las naves, y solamente unos pocos barcos ingleses pudieron causar graves daños a los mercantes castellanos que habían quedado aislados.
Entre octubre y noviembre, Carlos V envió a Castilla un almirante que se entrevistó con Enrique II para informarle de los planes de Carlos II. Motivo por el cual le planteó reafirmar su alianza y planear un ataque a Navarra. Inmediatamente, el rey castellano ordenó la movilización de sus tropas y su concentración en Logroño para el siguiente mes de abril.
También en noviembre, la presión que ejerció Enrique II sobre su hijo Alfonso Enríquez surtió efecto. El infante regresó, y aunque se le obligó a compartir el lecho con su esposa, no consumó la unión para aportar argumentos ante un futuro divorcio.
En enero de 1378, Carlos V confirmó, torturando a dos importantes personajes navarros que había apresado, las sospechas que tenía sobre los acuerdos secretos que mantenían Navarra e Inglaterra. Se averiguó que Carlos II proyectaba envenenar al rey francés y entregar Normandía a los ingleses. También se supo el intento del rey navarro de apoderarse de Logroño y de otras villas sobornando a sus alcaides castellanos. Debido a ello, Carlos V envió tropas a Normandía donde se apoderó de los castillos que Carlos II tenía en aquella región. Solamente Cherburgo resistió, lo que permitió al rey navarro llegar a un acuerdo con el nuevo rey de Inglaterra Ricardo II por el que le cedía la plaza por tres años a condición de que le ayudara con quinientos arqueros y quinientos hombres de armas durante cuatro meses al año para luchar contra su consuegro Enrique II.
En julio, Enrique II, informado por Carlos V de todo lo ocurrido en Francia y de lo averiguado para entregar Logroño a Carlos II, inició contra el reino de Navarra y sus posesiones en Normandía una ofensiva, que ya venía preparando. Mientras una flota comenzaba el bloqueo a Cherburgo, el infante Juan entró en Navarra con sus tropas y se apoderó de Larraga, Artajona y el castillo de Tiebas, para a continuación poner sitio a Pamplona. Mientras tanto, Carlos II intentaba contratar tropas gas¬conas e inglesas al otro lado de los Pirineos para rechazar la ofensiva.
En septiembre, a pesar de que se había coronado en Roma al papa Urbano VI en abril, un nuevo cónclave, apoyado por Carlos V, celebrado en Fondi, territorio de Nápoles, eligió como papa a Clemente VII, que se instaló en Aviñón. Con este hecho comenzaba el “Cisma de Occidente” y los diferentes reinos cristianos se decantaron por uno u otro papa. Enrique II prefirió no definirse hasta tener mayor información.
En octubre, el infante Juan, ante la noticia de la llegada de tropas inglesas al mando del capitán Thomas Trivet, levantó el cerco a Pamplona y se retiró hacia Logroño. En su retirada se apoderó de Viana en noviembre. Casi inmediatamente llegaron las tropas inglesas, que se instalaron en Tudela.
A primeros de 1379, el capitán inglés Thomas Trivet decidió efectuar un ataque sorpresa a Soria sin tener en cuenta la crudeza del invierno. La consecuencia fue que se perdieron en la nieve, y cuando llegaron a Soria solamente pudieron efectuar una serie de escaramuzas porque la guarnición, ya advertida, los rechazó. Fracasado el ataque, los ingleses tuvieron que retirarse, no sin antes causar estragos en Ágreda.
También fracasó el intentó de Carlos II para atraerse al rey de Aragón, proponiéndole el matrimonio de una de sus hijas con el heredero de Pedro IV. Por ello, el rey navarro no vio más solución que entrar en negociaciones con el rey de Castilla. A este efecto, procuradores de Carlos II se trasladaron a Burgos para concertar la paz con Enrique II.
En marzo de 1379, en presencia de Enrique II, los procuradores enviados por Carlos II firmaron en Briones (La Rioja) un humillante tratado de paz que ponía al rey navarro a merced del castellano-leonés y lo inmovilizaba completamente tanto en su reino como en Francia. Por el tratado se anulaban las anexiones navarras del tratado de Libourne de 1366; se supeditaban las alianzas de Navarra a las políticas de Castilla, se obligaba a Navarra a romper cualquier trato con Inglaterra; y a no acoger a ningún enemigo de Castilla. Además, los castillos y villas navarras de Tudela, Estella, Viana y Lerín y el riojano San Vicente de la Sonsierra, entre otros, que habían sido conquistados por el infante castellano o por Enrique II en Navarra, quedarían como garantía en poder del rey de Castilla, en rehenes, por diez años, y sus vecinos jurarían fidelidad al rey castellano-leonés si el rey de Navarra quebrantase las cláusulas del tratado.
En mayo, ya muy enfermo, murió Enrique II de Trastámara
en Santo Domingo de la Calzada. Su hijo Juan I le sucedió en el trono
de Castilla y León.
Sucesos contemporáneos
Reyes y gobernantes coetáneos
Aragón: | Rey de la Corona de Aragón. Pedro IV "el Ceremonioso" (1336-1387). |
||||
Navarra: | Rey de Navarra. Carlos II "el Malo" (1349-1387). |
||||
Condado catalán no integrado en la Corona de Aragón: |
Condes de Pallars-Sobirá. Hugo Roger I (1350-1366). |
||||
Al-Andalus: |
Emir del reino nazarí de Granada. Muhammad V (1362-1391) 2ª vez. |
||||
Portugal: | Reyes de Portugal. Pedro I (1357-1367). |
||||
Francia: | Rey de Francia. Carlos V (1364-1380). |
||||
Alemania: | Reyes de Germania. Carlos IV (1347-1378). |
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos IV (1355-1378). Rey de Romanos. (Emperador sin coronar). Wenceslao (1378-1400). |
|||
Italia: | Reyes de Italia (Norte). ------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962. |
||||
Dux de la República de Venecia. Marco Cornaro (1365-1367). |
|||||
Estados Pontificios (Papas). Urbano V (1362-1370). ------- Cisma de Occidente (1378-1417). ------- (Papa en Roma). ------- Urbano VI (1378-1389). ------- (Papa en Aviñón). ------- Clemente VII (1378-1394). |
|||||
Reyes de Sicilia. Federico IV (1355-1377). |
|||||
Reina de Nápoles. Juana I (1343-1381). |
|||||
Britania: | Escocia: |
Reyes de Escocia. David II (1329-1371). (Dinastía Estuardo). Roberto II (1371-1390). |
|||
Inglaterra: |
Reyes de Inglaterra. Eduardo III (1327-1377). |
||||
División del Imperio bizantino. (Bizancio): |
Imperio bizantino. Juan V (1357-1376) 2ª vez. |
Imperio de Trebisonda. Alejo III (1350-1390). |
Despotado de Épiro. Simeón Uros (1359-1366).
|
||
Imperios y sultanatos musulmanes: | Califato árabe abbasí: | Califas abbasíes. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo). Al-Mutawakkil I (1362-1377). |
|||
Sultanato benimerín o meriní: |
Sultanes. Abú Zayyán Muhammad III (1362-1366). |