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Pedro I "el Cruel" o "el Justiciero"
Rey de Castilla y León (1334<1350-1369>1369)

Genealogía


Su reinado

Pedro I nació en Burgos a fínales de agosto de 1334. Era hijo de Alfonso XI, rey de Castilla y León, y de María, hija del rey Alfonso IV de Portugal. Pedro fue proclamado heredero del trono porque su hermano mayor, Fernando, había muerto en 1333 a la temprana edad de casi un año. Pasó su infancia en el Alcázar de Sevilla junto a su madre y alejado de la corte por decisión de su padre, que había abandonado a la reina para dedicar su atención y colmar de propiedades a su amante Leonor de Guzmán y a los hijos que con ella tenía. Bernabé, obispo de Osma (Soria), se encargó de su formación en el cultivo de las letras, y el maestre de la Orden de Santiago, Vasco Rodríguez Cornago, se ocupó de iniciarle en las artes militares en sus primeros años.

En septiembre de 1348 murió en Burdeos (actual Francia) Juana, hija del rey inglés Eduardo III, cuando se dirigía a Castilla para casarse con el príncipe Pedro. El matrimonio había sido pactado por su padre para sellar una alianza con Inglaterra, pero el fallecimiento la frustró.

En marzo de 1350, Alfonso XI, que se encontraba asediando la plaza de Gibraltar ocupada por los benimerines (o meriníes) africanos, murió víctima de la peste negra que asolaba Europa. Inmediatamente, delante de las murallas de la asediada ciudad, Pedro I, de quince años y medio de edad, fue proclamado rey sin estar presente. A continuación, se levantó el sitio y las tropas acompañaron al cortejo fúnebre en su marcha hacia Sevilla.

Cuando accedió al trono, el nuevo rey se encontró con: una nobleza levantisca dispuesta a imponer sus privilegios; una madre de carácter vengativo que creía que había llegado la hora de hacer pagar a Leonor los desaires que le había hecho sufrir; unos poderosos hermanos bastardos dispuestos a gobernarle el reino; y una guerra contra el emir del reino nazarí de Granada Yusuf I. Dada su falta de experiencia, Pedro I se dejó aconsejar en la gobernanza del reino por su madre la reina María y por Juan Alfonso de Alburquerque, nieto del rey portugués Dionisio I, que había sido alférez mayor de Alfonso XI y ayo del propio Pedro I.

Cuando el cortejo fúnebre pasaba por Medina Sidonia (Cádiz), Leonor de Guzmán, que iba en él con sus hijos mayores Enrique, conde de Trastámara, y su hermano gemelo Fadrique, maestre de la Orden de Santiago, se refugió en la fortaleza de aquella plaza que era de su pertenencia. Los motivos pudieron ser una posible enfermedad o la inseguridad que sentía por las represalias que pudiera sufrir del nuevo rey. Pero también, como pensaron los caballeros del cortejo, pudiera ser que la verdadera razón de entrar en la plaza era que doña Leonor pretendía promover una rebelión desde allí apoyada por sus hijos y partidarios. Ante el temor de que esto sucediera, Juan Alfonso de Alburquerque, que encabezaba junto con la reina viuda María un partido contrario al de Leonor, maniobró para que el alcaide que gobernaba la plaza de Medina Sidonia en nombre de Leonor, Alfonso Fernández Coronel, presentara su renuncia y se pasara a su partido. También convenció a varios de los suyos de la necesidad de apresar a los hijos mayores de Leonor hasta ver que actitud seguía la antigua amante. La alarma fue infundada, ya que Leonor salió de Medina Sidonia sin sus hijos y se dirigió a Sevilla confiando en las seguridades que le dieron Alburquerque y Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, de no tomar represalias contra ella. A pesar de lo cual, cuando llegó a Sevilla, en donde se encontraban Pedro I y su madre, le confiscaron sus bienes y la encerraron en el Alcázar bajo custodia.

Por su parte, los hermanos Enrique y Fadrique salieron de Medina Sidonia, después de separarse de la obediencia al rey, y se fueron con sus partidarios al castillo de Morón (Sevilla). Pero al considerar que la fortaleza era insegura, optaron por abandonarla: Fadrique se marchó a sus tierras de la Orden de Santiago en la zona de Badajoz, Enrique y parte de sus seguidores se fortificaron en Algeciras (Cádiz) y los demás partidarios se fueron a varias fortalezas y castillos para huir del peligro.

Pedro I, ante la posibilidad de que los poderosos nobles que lo habían abandonado provocaran graves disturbios en diferentes plazas, envió tropas al mando de Gutierre Fernández de Toledo a Algeciras, al considerar que aquella plaza era la más peligrosa por su cercanía a los musulmanes. El enviado consiguió, con la ayuda de los vecinos de la ciudad, desalojar al conde de Trastámara y a sus partidarios. Muy poco después, Pedro I los perdonó y volvieron a su obediencia.

Después de la reconciliación con el rey, Enrique de Trastámara visitaba todos los días a su madre en los aposentos del Alcázar que servían de prisión. También la frecuentaba en su encierro Juana, hija de don Juan Manuel, descendiente de Alfonso X y antiguo enemigo de Alfonso XI. Juana era la esposa prometida del conde de Trastámara, pero su hermano Fernando Manuel, señor de Villena, quería casarla con Pedro I. Para impedirlo, Leonor aconsejó, y consiguió, que su hijo se casara rápidamente y con sigilo con Juana, de once años de edad, en sus aposentos. Pero el casamiento no pudo estar oculto mucho tiempo, y cuando Pedro I se enteró se produjo un nuevo desencuentro entre los dos hermanastros. Una de las posibles razones del desencuentro estaría en que Juana podría aportar a su esposo Enrique derechos sucesorios para optar al trono. Como consecuencia, Leonor fue trasladada al alcázar de Carmona (Sevilla) con redoblada vigilancia y Enrique de Trastámara huyó a sus posesiones de Asturias con su esposa.

En julio de aquel año de 1350, Pedro I logró terminar la guerra contra los musulmanes firmando un acuerdo de paz con el emir Yusuf I. Sin embargo, en el interior la conciliación no acababa de resolverse debido a las rivalidades de los dos principales partidos de la nobleza por conseguir el poder: el encabezado por los infantes Fernando y Juan de Aragón, sobrinos de Alfonso XI y hermanastros de Pedro IV de Aragón, y el capitaneado por el señor de Vizcaya Juan Núñez de Lara, nieto de Fernando de la Cerda. Fernando y Juan Núñez tenían sobrados derechos para ser herederos mientras Pedro I no tuviera hijos. Juan Alfonso de Alburquerque optó por apoyar al infante Fernando.

En agosto, una grave enfermedad que puso en grave peligro la vida de Pedro I desató el conflicto por la sucesión. Cada bando apoyó a su candidato en un ambiente próximo a la guerra civil. A pesar de la recuperación del rey, el enfrentamiento continuó y motivó que Juan Núñez de Lara se viese obligado a abandonar Sevilla con sus aliados y reunir tropas en Burgos. Este hecho, junto con la huida del conde de Trastámara, fue aprovechado por Juan Alfonso de Alburquerque, que contaba con el favor de la reina María y la juventud del rey, para reforzar su influencia en la gobernación del reino.

También en aquel mes se produjo un enfrentamiento naval en el Canal de la Mancha entre la flota inglesa y la comercial castellana que volvía de Brujas (actual Bélgica) con resultado favorable a la primera. El motivo fue el cambio de la política castellana de neutralidad en la llamada "guerra de los cien años" entre Francia e Inglaterra al posicionarse los nuevos gobernantes a favor de Francia.

En noviembre falleció Juan Núñez de Lara dejando como heredero del señorío de Vizcaya a su hijo de tres años de edad, Nuño de Lara. También en aquel mes, el alto coste de las consecuencias que produjeron el enfrentamiento naval armado hizo que el rey de Inglaterra, Eduardo III, propusiera la iniciación de negociaciones de paz con Castilla.

En la primavera de 1351, Pedro I partió de Sevilla con un séquito y tropas para celebrar Cortes en Valladolid. Le acompañaban Alburquerque, la reina María y la prisionera Leonor de Guzmán. Al paso de la comitiva por Llerena (Badajoz), perteneciente a la Orden de Santiago, el maestre Fadrique acudió al lugar para rendir homenaje y jurar lealtad a su hermanastro. Lo mismo hicieron los comendadores y alcaides de las fortalezas de la Orden, a los que Pedro I les hizo prometer que no admitirían en sus castillos sin una licencia suya al maestre Fadrique, pero que le obedecieran en todo lo demás. Promesa que hicieron con agrado al considerar que el nombramiento de maestre había sido ilegítimo por haberlo impuesto Alfonso XI. El encuentro fue aprovechado por la reina María para acusar públicamente a Leonor de haber conspirado, desde su cautiverio, para convertir en rey a su hijo Enrique, y de incitar a la rebelión a la nobleza castellana contra el rey. Después de lo cual, la antigua amante fue enviada a la fortaleza de Talavera (Toledo), perteneciente a la reina María y cuyo alcaide era Gutierre Fernández de Toledo, donde en el verano de aquel año fue asesinada por orden de la reina madre. No se puede asegurar que Pedro I diese su consentimiento para cometer el crimen.

Después de asegurarse de que su hermanastro Tello mantendría su lealtad a pesar del asesinato de su madre, Pedro I continuó su viaje. Al llegar a las cercanías de Burgos, una comitiva de hijosdalgos burgaleses encabezada por el adelantado mayor de Castilla Garci Laso de la Vega (no confundir con el poeta Garcilaso del siglo XVI), que se había hecho fuerte en la ciudad, salió para pedirle, en un ambiente de gran tensión entre las tropas que acompañaban al rey y las de Garci Laso, que limitase el número de soldados del séquito que habían de entrar en Burgos y, además, que Juan Alfonso de Alburquerque no acudiese para evitar disturbios. Pedro I, aconsejado por el de Alburquerque, no accedió a lo que le pidieron. En una rápida acción, sus tropas ocuparon la judería y pudo entrar en Burgos sin hacer concesiones. Inmediatamente reunió un consejo en donde expuso sus quejas contra los ciudadanos burgaleses. Allí, el de Alburquerque culpó a Garci Laso de la Vega de todos los conflictos, y logró que el consejo, sin proceso alguno, decretase su muerte. Atraído a la residencia de Pedro I, fue asesinado a golpe de mazas y su cadáver arrojado desde un balcón.

En agosto, mientras se firmaba la paz entre Inglaterra y Castilla, Pedro I se propuso arrebatar a Nuño de Lara el señorío de Vizcaya. Las tropas que envió fracasaron, pero la repentina muerte de Nuño en aquel mes hizo que la rebelión acabase y el señorío pasase a su hermana mayor Juana de Lara y bajo la órbita de la corona, aunque los problemas siguieron latentes por el temor que tenían los vizcaínos de perder sus privilegios.

Hasta el otoño, Pedro I permaneció en Burgos intentando que Carlos II de Navarra, que lo visitaba, le apoyara contra Pedro IV de Aragón. Luego marchó a Valladolid para celebrar Cortes. En ellas, entre otros asuntos, se acordó, por influjos de la reina María y de Juan Alfonso de Alburquerque, que se enviasen a Francia embajadores con poderes para concertar el matrimonio de Blanca de Borbón, hija del duque de Borbón de la familia real de Francia, con Pedro I. La considerable cuantía de la dote que debería pagar el gobierno francés podría ser una de las razones del cambio de alianzas.

En enero de 1352, tropas al mando de Alburquerque comenzaron el asedio de la plaza de Aguilar (Córdoba). En ella se había encastillado Alfonso Fernández Coronel por temor a seguir la suerte de Garci Laso de la Vega. El conflicto se inició cuando Coronel se enemistó con Alburquerque por haberse apartado de su partido y por negarse a entregarle Burguillos (Sevilla) en contraprestación por haber recibido su ayuda para conseguir Aguilar.

Clausuradas las Cortes de Valladolid en la primavera de aquel año, Pedro I se dirigió a la plaza fronteriza de Ciudad Rodrigo (Salamanca) para entrevistarse en una corta visita con su abuelo Alfonso IV de Portugal. Allí, en un ambiente de cordialidad, Pedro I accedió a los ruegos del rey portugués de perdonar a su hermanastro Enrique. A continuación marchó a Córdoba donde conoció la rebelión de Coronel en Aguilar. Para negociar su vuelta a la obediencia, el rey le envió mensajeros, pero fueron rechazados con violencia. Por ello, Pedro I le declaró rebelde y decidió tomar Aguilar por asalto. En esos días recibió noticias de que Enrique de Trastámara, a pesar de su perdón, estaba fortificando Gijón y otras plazas en Asturias para rebelarse, y que su hermanastro Tello, desde Monteagudo (Navarra), hacía correrías en la frontera de Aragón. Ante el peligro, Pedro I dejó en Aguilar tropas y marchó hacia Asturias para sofocar los focos de rebelión acompañado de Alburquerque. Aconsejado por éste, inició el viaje arrebatando Burguillos y tres plazas más a Coronel.

A finales de junio, Pedro I atacó la plaza de Gijón durante unos días y consiguió su capitulación al firmar un acuerdo con sus defensores, ya que el conde Enrique había abandonado la plaza para no quedar encerrado y dejado al mando de ella a su esposa Juana Manuel. El acuerdo fue negociado por Alburquerque y en él se otorgaba el perdón para el conde Enrique y privilegios y posesiones para el matrimonio. Ante aquella situación, Tello y sus seguidores se refugiaron en Aragón y en julio prestaron en Lérida homenaje a Pedro IV. Cundo salió de Asturias, Pedro I se dirigió a Monteagudo para sitiarla porque se enteró de los movimientos de su hermanastro Tello. A su paso por Sahagún (León), el rey conoció a la que sería su amante, la joven y noble sevillana María de Padilla que se educaba al lado de la esposa de Juan Alfonso de Alburquerque. Al llegar a Monteagudo, las tropas reales sitiaron la fortaleza defendida por el mayordomo de Tello, pero para evitar una posible guerra contra Aragón, Alburquerque negoció una concordia con Pedro IV para que abandonase a los rebeldes a cambio de que Castilla renunciase a la causa del infante Fernando, que también optaba a la corona aragonesa. Además, en la concordia se estipulaba el perdón a Tello y los suyos. En octubre los procuradores de Castilla y Aragón, ratificaron en Tarazona (Zaragoza) el tratado de paz que en 1338 habían firmado Alfonso XI y Pedro IV.

A primeros de febrero de 1353, después de cuatro meses de asedio realizado por Gutierre Fernández de Toledo, Pedro I, que había regresado a Andalucía, consiguió hacer una brecha en la muralla de Aguilar y conquistar la plaza. Alfonso Fernández Coronel, que había pedido ayuda a los benimerines de África, fue capturado y ejecutado. Después de esta acción, que ponía fin a la sublevación, Pedro I viajó a Córdoba para reunirse con María de Padilla.

A finales de febrero, llegó Blanca de Borbón a Valladolid. La tardanza de su llegada fue debido a las esperas del cortejo en diferentes villas francesas para solucionar las continuas dificultades del gobierno francés para pagar los plazos de la dote.

En marzo, María de Padilla dio a Pedro I una hija, Beatriz, que recibió de su padre el castillo de Montalbán (Toledo) y varios más que habían pertenecido a Coronel. Su nacimiento fue celebrado por el rey con fiestas y torneos en Torrijos (Toledo). Cuando Alburquerque llegó a esta plaza, después de una negociación con Portugal, comprobó que el rey se estaba apartando de su influencia al encontrarlo rodeado de otros consejeros, entre los que se encontraban parientes de María de Padilla. Además, se negaba a celebrar su boda con Blanca de Borbón. Pero aún pudo convencerlo para que lo hiciera con argumentos tales como el peligro de una guerra contra Francia por la indignación ante el desprecio, o el conflicto que se produciría en el reino si no hubiera un heredero legítimo.

A primeros de junio de aquel año de 1353 se celebró la boda en Valladolid y a ella acudieron Enrique de Trastámara y su hermano Tello. Habían llegado con numerosas tropas y acamparon en las afueras de la ciudad desde donde enviaron una petición al rey para que se les garantizase que Alburquerque no actuaría contra ellos. En contra de los deseos del valido, Pedro I accedió a la petición y sus hermanastros pudieron asistir a la ceremonia sin armas y llevando las riendas del caballo de la reina en el recorrido hacia la iglesia. Tres días después de su boda, el rey abandonó a la recién casada para reunirse con María de Padilla en la Puebla de Montalbán (Toledo), sin que los ruegos de su madre la reina María, le disuadieran de la partida. La razón del abandono podría estar en el resentimiento que invadió el ánimo de Pedro I cuando Blanca le confesó la imposibilidad que tenía el gobierno francés de pagar la dote. La actitud del rey fue apoyada por los dos bastardos, los infantes de Aragón y numerosos nobles. Por su parte, Alburquerque, las reinas, María y Blanca, y Juan Núñez de Prado, notario mayor de Castilla y maestre de Calatrava, acordaron que el valido fuera al encuentro del rey para persuadirle de que dejara a María de Padilla y volviese al lado de Blanca. Así se hizo, a mediados de junio, Alburquerque salió de Valladolid y a su paso por Almorox (Toledo) se le presentó el judío Samuel Leví, tesorero mayor de Pedro I, para comunicarle que el rey estaba dispuesto a gobernar siguiendo sus consejos como siempre había hecho, y que llegase a Toledo lo antes posible. La urgencia y algunas indiscreciones hicieron sospechar al valido de que se le tendía una trampa para encarcelarlo o matarlo. Rápidamente, Alburquerque regresó a Valladolid para despedirse de las reinas y huir a uno de sus castillos de la frontera con Portugal. Lo mismo hizo el maestre pue se marchó a la encomienda de Alcañiz (Teruel). Para reparar el escándalo y evitar que se creyera que Alburquerque era víctima de una causa justa, Pedro I, aconsejado por sus partidarios, regresó junto a Blanca de Borbón. Pero la conciliación duro poco, a los dos días el rey se marchó a Olmedo (Valladolid) para reunirse con María de Padilla.

En julio, Juan Alfonso de Alburquerque hizo un último intento para recuperar el favor de Pedro I. Le envió emisarios para que le convencieran de que estaba plenamente dispuesto a servirle. Pero estos, cuando pasaban por Tordesillas (Valladolid) fueron advertidos por las reinas del peligro que corrían si llegaban a Olmedo. Los emisarios no se atrevieron a seguir y huyeron. Este hecho ponía de manifiesto la derrota de Alburquerque y el triunfo de la facción, muy desunida, que rodeaba al rey: los bastardos, los infantes de Aragón y los Padilla.

En agosto, estando la corte en Cuéllar (Segovia), Pedro I consintió que su hermanastro Tello adquiriese el título de señor de Vizcaya al casarse con Juana Núñez de Lara.

A comienzos de 1354, el maestre de Calatrava Juan Núñez de Prado, que había sido destituido del cargo de notario mayor después de su fuga, volvió a Castilla y se refugió en Almagro (Ciudad Real) con ciento cincuenta caballeros. Pedro I, que le había enviado cartas de perdón, incumplió su palabra y mandó cercar la plaza. Después de rendirse sin oposición, fue desposeído del maestrazgo y encarcelado en la fortaleza de Maqueda (Toledo).

En marzo, Juan Núñez de Prado fue ejecutado por orden de Diego García de Padilla, hermano de la amante de Pedro I, que le había sucedido en el cargo de maestre de Calatrava por imposición del rey.

Muy poco tiempo después, Pedro I inició una campaña poco exitosa para arrebatar al huido Alburquerque las fortalezas que poseía en Extremadura. Después de solamente conseguir rendir Medellín (Badajoz), emprendió el regreso a Valladolid dejando en aquella zona a sus hermanastros Enrique y Fadrique para responder a cualquier ataque de Alburquerque. A su paso por Cáceres envió mensajeros al rey de Portugal para pedirle que obligase a Alburquerque a volver a Castilla para rendir cuentas de su gestión de gobierno. Los mensajeros llegaron a Évora (Portugal) cuando se celebraban las bodas del infante Fernando de Aragón con María, nieta del rey portugués. El de Alburquerque se defendió con tan buenos argumentos que Alfonso IV decidió mantenerlo bajo su protección mientras pensaba su decisión.

La pretensión de Pedro I de reforzar el poder real sobre todos sus súbditos sin distinción entró en conflicto con las ambiciones de la nobleza, y más con las de los hermanastros del rey. Por ello, aunque estaban en Extremadura sirviendo a Pedro I, no tardaron en traicionarle al amigarse con Juan Alfonso de Alburquerque y conspirar contra su hermanastro. Muy pronto el espíritu de rebelión se extendió y el de Alburquerque recibió adhesiones para unirse a una liga de rebeldes favorables a Blanca de Borbón que él encabezaba.

Probablemente en abril de aquel año de 1354, Pedro I, después de unas relaciones que comenzaron a principios de aquel año, se casó en Cuéllar con Juana de Castro, viuda de Diego de Haro y hermana de Álvar Pérez de Castro, que se había unido a la liga rebelde, y de Fernando Ruiz de Castro. Había sido necesario para ello que los obispos de Ávila y Salamanca pronunciaran ante Juana la sentencia de nulidad del matrimonio del rey con Blanca de Borbón. Según la Crónica, el rey estuvo solamente un día con su nueva esposa antes de abandonarla, pero otros cronistas afirman que estuvo el tiempo suficiente para que Juana fuese amonestada y excomulgada por el papa Inocencio VI por no separarse del rey. En cualquier caso, la boda fue un error de Pedro I que casi provocó su ruptura con el pontificado y, además, fue utilizada por la liga que apoyaba a Blanca para presentarse como defensora de la moral cristiana. Mientras tanto, Blanca de Borbón había sido confinada en Arévalo (Ávila).

A finales de julio, Pedro I, que se había enterado de la sublevación de sus hermanastros durante su boda con Juana de Castro, marchó a Castrojeriz (Burgos) para reunirse con los infantes de Aragón, rivales de los bastardos y hacer frente a la rebelión. Con el propósito de debilitarla facilitó en aquella plaza el matrimonio de Isabel, hermana menor de Juana Núñez de Lara con el infante Juan a quien instó a titulase señor de Vizcaya con el propósito de arrebatar el señorío a su hermanastro Tello, al que con razón creía en connivencia con los rebeldes. Pero ya era tarde, la sublevación se propagaba rápidamente por villas y fortalezas. Mientras Fadrique alzaba varios castillos de su maestrazgo, Pedro I fracasaba en su intento de tomar la fortaleza de Montealegre (Valladolid), aunque conseguía las de Ampudia (Palencia), Cea (León) y Villalba de los Alcores (Valladolid), que estaban bajo la obediencia a la esposa de Juan Alfonso de Alburquerque. Por su parte, las tropas del conde de Trastámara unidas a las de Alburquerque habían tomado Ciudad Rodrigo y amenazaban Salamanca. Temiendo que fuera rescatada, Pedro I ordenó sacar de su prisión de Arévalo a Blanca de Borbón y encerrarla en Toledo. Cuando llegó a esta ciudad, Blanca, por consejo del obispo de Segovia, consiguió entrar en la catedral y acogerse a sagrado. Ello impidió a sus guardianes desalojarla porque la ley lo prohibía.

También en aquel mes de julio, en Castrojeriz, María de Padilla dio a Pedro I otra hija a la que pusieron el nombre de Constanza.

A principios de agosto, Toledo, a pesar de la oposición armada de algunos partidarios de Pedro I, se declaró en rebeldía en apoyo a Blanca con el pretexto de que querían matarla. A continuación, el concejo la llevó al alcázar y prometió que no cejarían hasta lograr la reconciliación entre sus reyes.

En otoño, Pedro I se dirigió al encuentro de los infantes de Aragón para intentar evitar que volvieran sus armas contra él, ya que percibió que habían comenzado a maniobrar para abandonarle. A su paso por Ocaña (Toledo) reunió a los caballeros de la Orden de Santiago para imponerles como nuevo maestre a Juan García de Padilla, hermanastro de María de Padilla, sin que ninguno de ellos protestara. Las sublevaciones de Cuenca, Talavera, Córdoba, Úbeda y Baeza (ambas en Jaén), siguiendo el ejemplo de Toledo, animaron a los infantes a tomar la decisión de cambiar de bando, a pesar de las malas relaciones que mantenían con Enrique de Trastámara. Después de ello, los rebeldes tomaron por bandera las pretensiones de los infantes: reconciliación de la pareja real y la entrega del gobierno a la alta nobleza apartando a los parientes de María de Padilla. Pedro I, con escasísimas tropas, intentó hacerles frente, pero fracasó ante un ejército rebelde que había aumentado considerablemente sus efectivos por lo que tuvo que refugiarse en Tordesillas. Allí enviaron los rebeldes sus propuestas de rendición, pero fueron rechazadas por el rey. Las hostilidades continuaron y los rebeldes, después de intentar apoderarse de Valladolid y Salamanca, lo consiguieron con Medina del Campo (Valladolid). Perdida la iniciativa, Pedro I se refugió en Toro (Zamora). En la villa de Medina murió, a los pocos días de su toma, Juan Alfonso de Alburquerque. Este hecho supuso el fortalecimiento del infante Fernando al ser considerado heredero legítimo de Castilla y aspirar al trono de Aragón. Por ello, Pedro I hizo una propuesta de alianza con Pedro IV para ir contra el infante, enemigo de ambos. La única respuesta del aragonés fue la de reforzar su frontera con Castilla.

A finales de otoño, Pedro I, que estaba dispuesto a negociar, recibió en Toro una embajada de los rebeldes. Nuevamente se repitieron las mismas peticiones, pero el rey, que no estaba en condiciones de negarse, propuso realizar una nueva reunión con los jefes rebeldes donde daría su respuesta. Con ello trataba de ganar tiempo para reunir gentes con las que pudiese hacer frente a sus enemigos. Finalmente, de la reunión que se hizo en Tejadillo, lugar cercano a Toro, no salió ningún acuerdo y puso de manifiesto que la nobleza sólo quería gobernar el reino, conservar sus privilegios y doblegar el poder absoluto del rey. A continuación, en compañía de sus fieles, Pedro I marchó a Ureña (Valladolid) para reunirse con María de Padilla. Allí recibió una petición de su madre la reina María, que se había pasado al bando rebelde, y de la nobleza para que volviese a Toro donde, de forma amigable, resolverían todos los problemas. Con la aprobación de unos consejeros y el rechazo de otros, que percibían el peligro de ponerse en manos de sus enemigos, Pedro I, acompañado de Juan Fernández de Hinestrosa, tío de María de Padilla, de Samuel Leví y de su canciller, acudió a aquella plaza. Después de los protocolarios saludos, los jefes rebeldes apresaron a los acompañantes del rey, se repartieron los cargos de palacio y dispusieron a su gusto de todas rentas del reino, sacando del rey, en contra de su voluntad, las firmas que necesitaban para legalizar sus actos. Pedro I, de hecho, se había convertido en prisionero de los rebeldes, aunque, bajo vigilancia, tenía libertad de movimientos. Gracias a aquella libertad, el rey pudo intrigar para atraer a su causa a muchos nobles, por convencimiento o con promesas de concesiones.

A principios de enero de 1355, cuando cazaba a orillas del Duero en un día de densa niebla, Pedro I convenció a su hermanastro Tello, jefe de sus guardianes de aquel día, para que le dejara escapar prometiéndole villas y el señorío de Vizcaya. Firmado el acuerdo, en una rápida cabalgada, ambos hermanastros y Samuel Leví llegaron a Segovia. Al conocerse en Toro la noticia de la fuga, el legado de Inocencio VI, desde Toledo, excomulgó al rey y pronunció el entredicho (prohibición a los fieles la asistir a los oficios divinos, a la recepción de algunos sacramentos y a la sepultura cristiana). La sentencia excluía los territorios de los rebeldes y las villas sublevadas, tales como: Toledo, Cuenca, Medina del Campo (Valladolid), Cuellar, Toro, Sepúlveda y Coca (ambas en Segovia).

En febrero, los infantes de Aragón y sus partidarios se pasaron al bando del rey. Este hecho sembró el pánico entre los rebeldes, muchos de los cuales marcharon a sus posesiones y otros volvieron a la obediencia de Pedro I, con lo que dejaron muy debilitada la liga que apoyaba a Blanca de Borbón. El siguiente paso del rey fue acudir a Burgos para, ante los hijosdalgos de varias villas, quejarse del trato recibido, denunciar la traición de los rebeldes al reino y conseguir un socorro extraordinario de dinero para levantar tropas y castigar a los insurrectos. Una de las primeras acciones de las tropas levantadas fue la de apoderarse de Medina del Campo. Allí, por orden de Pedro I, se asesinó, junto a otros integrantes de la liga que apoyaba a Blanca de Borbón, al adelantado mayor de Castilla. Desde Valladolid, Pedro I decidió atacar Toro, donde estaban la reina María y Enrique de Trastámara con alguno de sus partidarios, pero debido a la escasez de tropas que llevaba no pudo tomarla y se dedicó a arrasar su comarca. En ello estaba, cuando recibió a Juan Fernández de Hinestrosa, que había sido puesto en libertad con la condición que influyera en Pedro I para que fueran perdonados el conde y la reina. La gestión, si la hubo, no fructificó. Después el rey se dirigió a Toledo. Por su parte, el conde Enrique decidió salir de Toro para unirse a su hermano Fadrique en Talavera. A su paso por Colmenar (Ávila), después de atravesar la sierra de Gredos, sufrió una emboscada de sus habitantes que le causó graves pérdidas y estuvo a punto de ser capturado, y, aunque maltrecho, consiguió llegar a Talavera. Al día siguiente, junto con Fadrique, volvió a Colmenar, lo incendió y mató a un gran número de sus habitantes. A los pocos días, sabiendo que Pedro I se dirigía a Toledo, los bastardos salieron de Talavera y marcharon hacia aquella ciudad para socorrer a sus partidarios.

En mayo, después de ser rechazados por los leales al rey, Enrique y Fadrique lograron entrar en Toledo gracias a que sus partidarios les abrieron las puertas. Se apoderaron de la judería menor, la incendiaron y mataron a más de mil personas. Avisado de lo que sucedía por sus partidarios refugiados en la amurallada judería mayor, Pedro I aceleró su llegada a la ciudad y logró que sus hermanastros huyeran y dejaran abandonada a Blanca de Borbón, pero no pudo impedir que se llevaran el dinero y las joyas que habían arrebatado a los judíos. Después de perseguirlos infructuosamente, Pedro I volvió a Toledo. En los siguientes días, el rey ordenó la ejecución de veinte integrantes del concejo y de varios caballeros partidarios de los bastardos. Además, ordenó a Hinestrosa que llevara a Blanca de Borbón a Sigüenza (Guadalajara) y la encerrara en su castillo.

Probablemente, fue en aquella primavera de 1355 cuando el emir nazarí de Granada Muhammad V renovó el tratado de paz con Pedro I por el que entraba en vasallaje con Castilla y se comprometía a pagar tributos.

En junio, la casi extinta liga sólo mantenía, junto con Galicia, Asturias y Vizcaya, las villas de Cuenca, Toro, Talavera, Rueda (Valladolid) y Valderas (León). Para sojuzgarlas, Pedro I fue primeramente contra Cuenca, pero como llevaba escasas tropas, tuvo que desistir de conquistarla y negociar una especie de pacto de no agresión en el que se incluía el perdón para los habitantes y la familia de los Albornoz, que señoreaban la ciudad. Todo ello era debido a la necesidad de acudir prontamente a Toro, donde los rebeldes estaban asolando su comarca.

También en aquel mes, los infantes Fernando y Juan entregaron en garantía a Pedro I los alicantinos castillos de Orihuela, Alicante y Crevillente. Ante la gravedad de aquel acto para las relaciones entre Aragón y Castilla, el regente aragonés envió una embajada de protesta a Pedro I, y ordenó a los comendadores de las Órdenes Militares y a los oficiales reales proteger la frontera aragonesa y el sur del reino de Valencia.

A principios de septiembre, después de un enfrentamiento sin resultados apreciables en los arrabales de Toro, Pedro I comenzó un asedio porque no quiso asaltar las murallas debido al gran número de combatientes que defendían la villa. También se dedicó a recobrar las villas cercanas. Cuando atacaba Rueda, fue informado de que Enrique de Trastámara, aprovechando los huecos que presentaba el cerco, había salido de Toro con muchos seguidores y huido hacia Galicia. El rey decidió continuar el asedio y no perseguirlo.

En esos días, María de Padilla, que se encontraba en Tordesillas, dio a Pedro I su tercera hija, Isabel.

En noviembre, mientras el legado del papa levantaba el entredicho y conseguía la liberación del obispo de Sigüenza Pedro Gómez Barroso, el número de seguidores de Pedro I continuaba creciendo a buen ritmo en detrimento de los del conde Enrique. Pero aun así, tuvieron todavía algunos éxitos: en Vizcaya Tello, que se había sublevado nuevamente, venció dos veces al infante Juan; y Fadrique derrotó y dio muerte a Juan García, hermanastro de María de Padilla, entre Tarancón y Uclés (ambas en Cuenca).

También en ese mes, el maestre de la Orden de Alcántara Diego Gutiérrez de Ceballos, que había sido impuesto arbitrariamente en septiembre por Pedro I, cayó en desgracia y fue desposeído del cargo y encarcelado. Hinestrosa le proporcionó la fuga a Aragón.

En enero de 1356, un vecino de Toro, que había negociado el perdón de los habitantes de la villa, abrió una de sus puertas y Pedro I pudo entrar por la noche sin ningún impedimento. Ese mismo día, en la orilla del río Duero, Hinestrosa, que tenía conocimiento de los tratos con el vecino, había convencido, en presencia del rey, al maestre Fadrique, que paseaba por allí, para que traicionase a su hermano y cambiase de bando. Al día siguiente, la reina María, Juana Manuel, esposa de Enrique de Trastámara, y los caballeros que se habían refugiado en el alcázar de la villa se entregaron al rey pidiéndole su perdón. No les fue concedido y murieron por orden del rey, excepto las mujeres que fueron encerradas en el alcázar.

Después de la caída de Toro, aún quedaban algunos focos de resistencia. A uno de ellos, Palenzuela (Palencia), acudió Pedro I para sojuzgarlo. Mientras lo sitiaba llegaron mensajeros de su hermanastro Tello que traían una petición de perdón. El rey lo concedió, y también lo otorgó a los defensores de la plaza que se habían rendido. La rebelión había acabado: la reina María volvió a Portugal a petición propia, donde al año siguiente fue asesinada, por motivos de conducta indecorosa por su padre o hermano; la condesa Juana Manuel, ayudada por un noble, escapó y se reunió con su esposo Enrique de Trastámara; los defensores de Talavera huyeron a Francia donde se unieron al conde Enrique, que había llegado al reino francés gracias a un salvoconducto otorgado por Pedro I; y los defensores de Cuenca se refugiaron en Aragón.

Posiblemente en la primavera de aquel año, Pedro I llegó a Sevilla donde fue muy bien recibido. Desde allí pasó a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) con la intención de presenciar la pesca de atunes en las almadrabas de Conil (Cádiz). Allí sucedió un incidente de escasa relevancia que supuso una escalada hacia la guerra entre Castilla y Aragón. Guerra que se veía gestando por las malas relaciones entre ambos reyes a causa de las ayudas que prestaban a sus respectivos enemigos. Ocurrió que una flotilla de diez galeras y un leño mandada por el catalán Francesc de Perellós al servicio de Francia, en ese momento aliada a Aragón, apresó a dos naves de Piacenza (Italia) frente al puerto de Sanlúcar de Barrameda. Pedro I, que se encontraba embarcado en las cercanías, pidió a Perellós la devolución de las presas. El catalán, después de negarse alegando que tenía derecho porque Génova (Italia), enemiga de Aragón, tenía una alianza con Piacenza, zarpó. Pedro I lo persiguió, pero al no poder alcanzarlo, pidió a Pedro IV la entrega de Perellós para castigarlo, pero el rey aragonés ofreció hacerlo él mismo. El rey castellano-leonés consideró el asunto como una ofensa personal y decretó la confiscación de los bienes de los mercaderes catalanes establecidos en Castilla.

En agosto, Pedro I envió cartas con tonos amenazadores a Pedro IV recordándole cómo había respondido él a su favor en casos similares. Además, entre otras acusaciones, le recordó los agravios que el rey aragonés había infringido a su tía, la reina Leonor, y a sus primos, los infantes Fernando y Juan. A continuación, en septiembre, sin esperar la respuesta, atacó la frontera sur del reino de Valencia logrando conquistar varias plazas, entre ellas la alicantina Villena y Alicante. También atacó la frontera de Aragón por las zaragozanas villas de Calatayud y Daroca. Pedro IV, influido por su consejero Bernardo de Cabrera que consideraba que económica y militarmente Castilla era superior a Aragón, aunque no navalmente, intentó reconducir la situación y respondió sin acritud a todas las acusaciones, pero fue inútil. En octubre, Pedro IV comunicó oficialmente al reino el estado de guerra contra Castilla. Había comenzado “la guerra de los dos Pedros”.

A principios de octubre, el conde Enrique de Trastámara, recibió en Francia mensajeros de Pedro IV que le expusieron unas condiciones muy favorables que le ofrecía el rey aragonés para que luchase a su favor contra Castilla. El conde aceptó la oferta y cruzó con sus tropas los Pirineos acompañado de numerosos magnates castellanos para reunirse en Pina (Zaragoza) con Pedro IV y firmar en noviembre un tratado de concordia por el que a cambio de prestar vasallaje al rey aragonés, el de Trastámara recibiría el mando de todas las fuerzas opositoras a Pedro I; se le otorgaría los señoríos de la madrastra de Pedro IV, la reina Leonor, y los de sus hermanastros Fernando y Juan, excepto Albarracín y Tortosa; y, además, el conde recibiría anualmente ciento treinta mil sueldos para pagar a las tropas que lucharían contra Pedro I. El furor que experimentó el infante Fernando por la cesión de sus posesiones fue aprovechada por Pedro I para convencerle de que resucitase la Unión valenciana, que había luchado contra Pedro IV. Pero el intento fracasó.

A finales de otoño, la única acción bélica importante se resolvió a favor de los aragoneses que reconquistaron Alicante al mando del conde de Denia y Pedro de Jérica.

En diciembre, Pedro IV, que estaba siguiendo una política de captación para su causa de nobles castellanos, consiguió que sus agentes contactaran con Juan de la Cerda y Álvar Pérez de Guzmán, yernos de Alfonso Fernández Coronel, que combatían en la frontera de Soria a las órdenes del señor de Vizcaya. Tras ofrecerles generosas ofertas, lograron que traicionaran a Pedro I desnaturalizándose secretamente de él y firmando un pacto para provocar una rebelión en Andalucía que desestabilizase Castilla.

A finales de enero de 1357, Pedro I llegó a Molina (Guadalajara) y realizó una campaña contra las villas zaragozanas de Sisamón y Cubel.

A primeros de febrero, los conjurados abandonaron Serón de Nágima (Soria), que guarnecían, y marcharon hacia Andalucía. Aunque Pedro I tuvo conocimiento del hecho cuando cercaba Cubel, no suspendió el ataque y sólo envió a Sevilla un pequeño contingente de tropas. Juan de la Cerda pudo llegar a Niebla (Huelva), punto de partida de la futura sublevación, pero Álvar Pérez de Guzmán no consiguió atravesar las líneas castellanas y tuvo que huir a Aragón. Con los pocos apoyos que logró reunir, Juan de la Cerda se enfrentó a las milicias concejiles de Sevilla y fue derrotado, hecho prisionero y pocos días después, ajusticiado. El perdón del rey, que consiguió su esposa, llegó tarde. Mientras tanto, Pedro I se apoderó de los castillos zaragozanos de Bordalba y Embid de Ariza. Después se instaló en Deza (Soría) para dar descanso a sus tropas. Allí recibió a legado papal que traía la misión de lograr la paz entre los dos reyes, pero sólo consiguió una tregua de quince días.

A primeros de marzo, Pedro I, casi al término de la tregua, se apoderó de Tarazona, que presentó una escasísima resistencia, y de los zaragozanos castillos de Alcalá de Moncayo y Fayos. A continuación, en Tarazona reunió un poderoso ejército con las tropas de, entre otros, sus hermanastros Tello y Fadrique, Juan de Aragón, Fernando de Castro, Pedro de Haro y Diego García de Padilla. Con ellos marchó el rey contra Borja (Zaragoza) donde estaba parapetado en una altura llamada La Muela Enrique de Trastámara con otros muchos caballeros aragoneses y castellanos. Después de algunas escaramuzas, Pedro I desistió y regresó a Tarazona. Ante el peligro que suponía el ejército castellano para la suerte de Zaragoza, Pedro IV mandó fortificarla.

En abril, el legado del papa se interpuso entre los dos ejércitos desplegados entre las zaragozanas villas de Tarazona y Magallón y logró una nueva tregua para poder negociar la paz. En mayo, los negociadores de ambos reinos se reunieron en las afueras de Tudela, dentro del neutral reino de Navarra, y pactaron que: los reyes pusieran en manos del legado todas las ciudades, villas y castillos que uno y otro habían tomado, para que los tuviera hasta que las paces se hicieran definitivamente, y como garantía cediesen al legado las plazas de Alicante y Tarazona. Además, se obligaron en nombre de sus reyes a respetar lo pactado, bajo pena de excomunión y de pagar, la parte que no cumpliese, cien mil marcos de plata, que se repartirían por mitad entre la parte obediente y el legado. Para conseguir la paz definitiva, se les daba a los contendientes un plazo que acabaría a finales de año, aunque posteriormente fue aplazado hasta junio del año siguiente. También se pactó el perdón de Enrique de Trastámara y de sus partidarios por el rey de Castilla; y por parte del rey de Aragón, la restitución de sus bienes a la reina Leonor, a los infantes de Aragón y sus seguidores. Siguiendo lo pactado, Pedro IV cedió Alicante al legado. Por su parte, Pedro I, que había sustituido a los pobladores de Tarazona por castellanos, hizo que su nuevo alcaide, Hinestrosa, rindiese homenaje (no entrega) por ella al legado. La estratagema tuvo corto recorrido, ya que cuando en junio se reanudaron las negociaciones en Corella (Navarra) y los aragoneses reclamaron inútilmente Tarazona, el legado castigó a Pedro I con la excomunión, el entredicho en todo su reino y una multa de cien mil marcos de plata. La tregua, aunque no formalmente, estaba rota.

En diciembre, el infante de Aragón Fernando, después de negociar con Pedro IV, abandonó a Pedro I y juró un pacto en Teruel con el rey aragonés que lo nombró procurador del reino, a pesar de que ya tenía un heredero.

A principios de 1358, aprovechando que Pedro I estaba en Carmona, fueron apresados en Sevilla Juan Fernández de Hinestrosa y Diego García de Padilla por tres caballeros, que habían sido designados por el rey para defender de posibles daños por parte de los Padilla a su nueva amante Aldonza Coronel, esposa del huido Álvar Pérez de Guzmán. El intento de socavar el poder de los Padilla fracasó cuando Pedro I ordenó ponerlos en libertad inmediatamente y les confirmó su confianza. Además, los amores con Aldonza Coronel duraron muy poco.

En abril de aquel año, antes de acabar la tregua, el maestre Fadrique conquistó, por orden de Pedro I, o por propia iniciativa, el castillo de Jumilla (Murcia), que pertenecía al infante Fernando de Aragón. Al mes siguiente, Fadrique fue llamado a Sevilla y asesinado por orden del rey. El motivo de aquella acción pudiera estar en que hubiera llegado a conocimiento de Pedro I unas posibles y largas negociaciones que desarrollaba Pedro IV para atraerse a los hermanos Fadrique y Tello, y que el temor a que nuevamente se alzasen le llevaría a la resolución de darles muerte, pensamiento del que hizo partícipe al infante Juan de Aragón, que se ofreció a servir de verdugo ante la promesa de recibir el señorío de Vizcaya. Para evitar que la noticia de la muerte llegara a Tello y huyera, Pedro I y el infante Juan realizaron una rápida galopada hacia la residencia del señor de Vizcaya en Aguilar de Campoo (Palencia). Avisado del peligro, Tello huyó, y sin que pudiera darle alcance el rey, consiguió entrar en Bermeo (Vizcaya) y embarcarse rumbo a Bayona (actual Francia) adonde llegó a primeros de junio. De allí, a través de Navarra, entró en Aragón y se puso al servicio de Pedro IV. Una vez frustrada la persecución, el infante Juan pidió el señorío que el rey le había prometido. Los junteros vizcaínos se reunieron en Guernica (Vizcaya), convocados por Pedro I, y se negaron a tener por señor al infante. Ante su disgusto y protesta, el rey le propuso que fueran a Bilbao para repetir la votación. Allí, el infante fue convocado a la residencia del rey y asesinado por ballesteros reales, que no dudaron en arrojar el cadáver a la calle desde un balcón. Inmediatamente después, Hinestrosa, por orden de Pedro I, marchó a Roa (Burgos) y prendió a la reina Leonor de Aragón y a Isabel de Lara, viuda del Infante Juan, y las llevó al castillo de Castrojeriz, del que era alcaide.

A principios de julio, mientras Enrique de Trastámara entraba en Castilla y saqueaba Serón, el infante Fernando irrumpía en el reino de Murcia e intentaba apoderarse de Cartagena, que no consiguió. Pedro I protestó y hubo un cruce de reproches entre ambos reyes para culparse uno al otro de haber roto la tregua. El aragonés llegó a retar al castellano-leonés a un duelo entre los dos reyes en el que podrían participar veinte, cincuenta o cien caballeros por bando. Así dirimirían la guerra, pero la realidad era que ninguno de los dos pensaba en aquella solución.

En agosto, terminada la tregua, Pedro I se puso al frente de una flota de naves castellanas reforzada con portuguesas, genovesas y granadinas, y se apoderó de Guardamar (Alicante). Pero debido a que una tormenta destruyó un gran número de naves, Pedro I solamente pudo incendiar la plaza y luego retirarse por tierra hacia Murcia. Mientras tanto, Enrique de Trastámara y el conde de Luna entraron en Castilla por las zaragozanas plazas de Ariza y Daroca, y conquistaron los castillos turolenses de La Muela y Villel. Pedro I contraatacó apoderándose de los zaragozanos castillos de Bijuesca y Torrijo de la Cañada, del de Arcos de Jalón (Soria) y el de Monteagudo (Teruel). Entrado el otoño, regresó a Sevilla, y sólo poco después respondió Pedro IV con un infructuoso ataque a Alcalá de Moncayo.

También en aquel año, Muhammad V, como vasallo de Castilla, facilitó naves y puertos a Pedro I. Además, le envió fuerzas terrestres para ir contra Aragón. A pesar de ello, Pedro IV no dio por rota la alianza e intentó recuperarla para detener el apoyo del emir nazarí a Pedro I.

En marzo 1359, Pedro I tuvo que volver a Almazán (Soria) para enfrentarse a Pedro IV, que había saqueado e incendiado Haro (La Rioja) y había cercado Medinaceli (Soria). El rey aragonés, al tener noticias de la llegada del castellano-leonés con sus tropas, levantó el cerco y regresó a Zaragoza. En medio de estos movimientos de ambos reyes, el nuevo legado del papa intentó que se firmase la paz, pero las exigencias desmesuradas y la actitud intransigente de Pedro I la hizo imposible. Antes de regresar a Sevilla, Pedro I abandonó cualquier espíritu de moderación y de reconciliaciones dictando sentencias de destierro y confiscaciones de bienes para el infante Fernando, Enrique de Trastámara y todos los exiliados. Además, ordenó la muerte de sus hermanastros, los infantes Juan y Pedro, que estaban en Carmona, y la de la reina Leonor, madrastra de Pedro IV, que permanecía presa en el castillo de Castrojeriz.

En abril, Pedro I salió de Sevilla al frente de una flota de ciento catorce naves, reforzada con tres granadinas. Luego se le añadirían otras once portuguesas. Navegó hacia Algeciras y Cartagena, donde hizo escalas. A continuación destacó una vanguardia hacia Barcelona. A principios de mayo una avanzadilla de tres galeras entró en el puerto barcelonés causando el pánico en la ciudad. El grueso de la flota desembarcó tropas en Guardamar y la reconquistó. Después costeó lentamente hasta Tortosa (Tarragona). Allí, el legado pontificio volvió a pedir inútilmente que se hiciera la paz. En junio, el grueso de la flota llegó a Barcelona y Pedro I inició el ataque, pero las defensas ordenadas por Pedro IV impidieron el desembarco. El castellano-leonés se retiró a Tortosa y fue luego contra Ibiza (Baleares) donde sitió la ciudad del mismo nombre. Pero a primeros de julio, el rey aragonés se presentó en Palma de Mallorca (Baleares) con una flota de más de cuarenta naves para defender el archipiélago. Pedro I, creyendo que la flota del aragonés era más potente de lo que en realidad era, levantó el cerco, dio por terminada la campaña y se retiró a Alicante, donde sus tropas cercaban su castillo. Desde allí, pasó a Cartagena, licenció la flota y marchó a Tordesillas donde estuvo unos días con María de Padilla antes de volver a Sevilla, pero regresó a Tordesillas porque su amante le dio un hijo, Alfonso.

A mediados de septiembre, Enrique de Trastámara, que necesitaba algún éxito militar para relanzar su prestigio deteriorado por la presencia en Aragón del infante Fernando, que atraía a sus filas a muchos de los exiliados castellanos, invadió Castilla y saqueó Ólvega (Soria). En respuesta, Diego Pérez Sarmiento, adelantado mayor de Castilla y acantonado con sus tropas en Ágreda (Soria), recibió aviso de Juan Fernández de Hinestrosa, acantonado en Gómara (Soria), para que se unieran y juntos ir contra el conde de Trastámara. A pesar de estar más distante, Hinestrosa llegó primero y no se encontró con Sarmiento porque, al parecer, éste se detuvo poco antes de llegar para no participar en el enfrentamiento por tener rencillas con el tío de María de Padilla; hecho que dio como resultado que Enrique de Trastámara, su hermano Tello y otros caballeros consiguieran una importante victoria sobre las tropas de Pedro I en la batalla campal de Araviana, en las faldas del monte Moncayo (Soria), donde resultó muerto Hinestrosa. Desde Tordesillas, Pedro I envió cartas a la frontera de Aragón para que las tropas se pusieran a las órdenes de Gutierre Fernández de Toledo en sustitución de Hinestrosa. A pesar de las órdenes reales, Pedro Núñez de Guzmán, adelantado mayor de León, abandonó la frontera y se marchó a sus tierras provocando el disgusto de Pedro I. Posteriormente, el adelantado se refugió en su castillo de Aviados (León) para ponerse a salvo de las iras del rey. También en aquellos días, algunos caballeros castellanos con sus tropas se pasaron al bando del conde de Trastámara; tales fueron los casos de Pérez Sarmiento, que justificaba así su comportamiento, y de Fernández de Velasco, que se encargaba de la frontera de Murcia.

En febrero de 1360, Pedro IV hizo su entrada en Tarazona al haberla recuperado después de sobornar a su alcaide castellano Gonzalo González de Lucio pagándole la cantidad de cuarenta mil florines de oro y dándole en matrimonio a Violante, hija del noble aragonés Juan Jiménez de Urrea.

A principios de abril, el conde de Trastámara con su ejército invadió nuevamente Castilla y llegó rápidamente a Nájera (La Rioja), donde sus tropas saquearon y mataron a casi toda la población judía. Después entró en Miranda de Ebro (Burgos) donde se repitieron los actos contra los judíos. A continuación bajó hacia Pancorbo (Burgos) y se atrincheró. Para enfrentarle, Pedro I desde Burgos acudió a Briviesca (Burgos) y allí reunió un potente ejército. Estando en esa villa recibió a un mensajero que le comunicó que Tello y otros caballeros querían volver a su obediencia con ciertas condiciones. Al tener conocimiento de aquellas negociaciones, Enrique de Trastámara envió a su hermano a Aragón con el pretexto de pedir refuerzos. Mientras tanto, Pedro I intentó realizar un movimiento envolvente sobre las tropas de su hermanastro, pero Enrique de Trastámara para evitarlo se retiró hacia Nájera. A finales de aquel mes, en las afueras de la villa se dio la batalla y el conde Enrique fue vencido y tuvo que refugiarse en la amurallada villa. Al día siguiente, Pedro I, por motivos desconocidos no asedió Nájera, lo que propició que el conde y sus seguidores pudieran huir hacia Navarra para entrar en Aragón y a continuación marchar a Francia. Fue un duro golpe para las aspiraciones de Enrique de Trastámara de conseguir la corona de Castilla frente a su rival el infante Fernando, ya que había planteado la batalla para conservar el prestigio ante Pedro IV y los nobles castellanos enemigos de Pedro I, dejando el campo libre al infante Fernando, que pasó a ser el jefe de los nobles exiliados.

En el verano de aquel año, auspiciadas por el legado del papa y el rey de Navarra, se entablaron conversaciones de paz en Sádaba (Zaragoza) entre los dos reinos. Pedro I envió como representante a Gutierre Fernández de Toledo, y Pedro IV a Bernardo de Cabrera. Al no llegarse a ningún acuerdo, el representante castellano, sin contar con el parecer del rey, intentó dividir al adversario negociando separadamente con uno de sus enemigos, el infante don Fernando, hecho que fue interpretado por Pedro I como síntoma de traición. Esta iniciativa fue la causa de su caída en desgracia. El rey dio por concluidas las negociaciones y ordenó a Gutierre ir a la villa de Alfaro (La Rioja), donde fue encarcelado por los maestres de Santiago y Alcántara y ejecutado. Su cabeza fue enviada a Pedro I.

Al final del verano, el emir del reino nazarí de Granada Muhammad VI “el Bermejo”, que había accedido al trono en julio de 1360 después de haber derrocado y asesinado al emir Ismail II, que a su vez había destronado al emir Muhammad V, se enemistó con Pedro I, dejó de pagar las parias y estableció relaciones amistosas con Pedro IV. Estas relaciones quedaron plasmadas, en octubre de aquel año, al firmar con Aragón un tratado de paz por seis años, que incluía una alianza contra Castilla.

A principios de enero de 1361, el tesorero mayor Samuel Leví, poseedor de una gran fortuna, fue difamado por sus muchos enemigos, acusado de malversación, encarcelado, torturado y ejecutado en Sevilla.

El treinta y uno de aquel mes, para intentar destronar a Pedro I, Pedro IV y el infante Fernando firmaron un pacto por el que el rey aragonés ayudaría económica y militarmente al infante para que pudiera acceder al trono de Castilla. De conseguirlo, Fernando cedería a Pedro IV el resto del reino de Murcia que estaba dentro de Castilla y, además, Requena (Valencia), Cañete (Cuenca), Cuenca y casi toda la actual provincia de Soria.

En febrero llegó Pedro I a Almazán donde se reunió con el maestre de Avís, enviado del rey Pedro I de Portugal, que se le unió con seiscientos caballeros. Desde allí entró en Aragón y conquistó, entre otros, los zaragozanos castillos de Berdejo y Alhama. En marzo, Pedro IV, avisado por Bernardo de Cabrera de la invasión, se puso en marcha con sus tropas para intentar socorrer Ariza, que estaba siendo sitiada por Pedro I. El ejército de éste se situó en Deza y el aragonés en Terrer (Zaragoza). Pero no llegaron a enfrentarse porque el legado del papa logró que en mayo firmasen la paz ambos reyes. Dicha paz interesaba a Pedro I porque necesitaba enviar sus tropas a la frontera con el reino nazarí de Granada para hacer frente a los ataques de Muhammad VI “el Bermejo”. De las condiciones que se acordaron en Terrer, ninguna se cumplió.

En julio, María de Padilla murió en Sevilla. Muy poco tiempo antes había muerto en Medina Sidonia Blanca de Borbón. Sobre la causa de la muerte de la reina no se ponen de acuerdo los cronistas; unos afirman que fue asesinada por orden del rey, otros que fue por enfermedad.

En agosto, Muhammad V, que después de su destronamiento había huido a Fez (actual Marruecos), había salido de aquella ciudad y se había instalado en la plaza meriní de Ronda (Málaga) que le había cedido temporalmente el sultán benimerín, donde comenzó a gobernar su comarca. Había abandonado Fez porque Pedro I, interesado en debilitar a Muhammad VI, había presionado al sultán meriní Abú Salim Ibrahim para que lo dejara marchar con la amenaza de romper la paz y apoderarse de las plazas peninsulares que conservaban los benimerines. A continuación, Muhammad V, con la esperanza de atraer partidarios que le ayudaran a recuperar el trono, se coaligó con Pedro I para realizar varias correrías por el territorio nazarí. En una de ellas derrotaron a las tropas de Muhammad VI y las persiguieron hasta la cercana plaza de Pinos Puente (Granada).

En noviembre, Ronda fue entregada definitivamente a Muhammad V en reconocimiento por su mediación ante Pedro I para que éste permitiera que el príncipe meriní Abú Zayyan Muhammad, que estaba refugiado en Castilla, se trasladase a Fez para ser entronizado.

A finales de aquel año, naves castellanas y meriníes atacaron las costas granadinas en apoyo de Muhammad V. Para responder a los ataques, el emir Muhammad VI pidió, para incrementar su flota, diez naves de guerra a Pedro IV. Pero por entonces el rey aragonés estaba negociando una paz con Pedro I que sería reforzada con el doble matrimonio del rey castellano-leonés y de su hijo Alfonso con Juana y Leonor, hijas de Pedro IV. En las negociaciones, que llegaron a buen término, Pedro I aceptó el matrimonio de su hijo, pero rechazó el suyo con Juana.

En enero de 1362, fueron las tropas de Muhammad VI “el Bermejo” las que vencieron a las de Pedro I en las cercanías de Guadix (Granada). En aquella batalla, los nazaríes tomaron más de mil cautivos. Entre ellos estaba el maestre de Calatrava Diego García de Padilla, hermano de la difunta María de Padilla, que fue devuelto a Pedro I por el nazarí con la vana esperanza de congraciarse con él.

En febrero, los coaligados se reunieron en Casares (Málaga) para atacar a Iznájar (Córdoba). Pero Muhammad V, disconforme con el pacto de ayuda que había firmado con Pedro I por el que el rey castellano-leonés se quedaría con las plazas que conquistase, provocó que, en marzo, Muhammad V se retirase a Ronda para continuar la lucha en solitario. Lo mismo hizo Pedro I que en dos campañas realizadas aquel mismo año conquistó, entre otras, las plazas cordobesas de Iznájar y Benamejí; las malagueñas de El Burgo, Ardales, Cañete y Cuevas; y las granadinas de Cesna y Turón. Por su parte, Muhammad V conquistó Málaga y otras plazas de su región.

En abril, debido al avance irresistible de Muhammad V y al descontento de los granadinos por las conquistas castellanas, Muhammad VI cogió lo mejor del tesoro real y, junto con sus más próximos partidarios, huyó de Granada para refugiarse en Sevilla creyendo que Pedro I lo ayudaría o lo admitiría como vasallo. Pero el rey castellano-leonés, que lo había recibido amigablemente, no tardó dos días en apresarlo y matarlo personalmente. A continuación envió su cabeza y las de parte de sus seguidores, el resto fue encarcelado y luego ajusticiado, a Muhammad V, que ya había entrado en la Alhambra y recuperado el trono nazarí.

También por aquellos días, Pedro I reunió Cortes en Sevilla para tratar, entre otros asuntos, del acuerdo firmado con Pedro IV para casar a su hija Leonor de Aragón con Alfonso, hijo de Pedro I. Además, aquellas Cortes aceptaron la declaración de Pedro I, asistido por el juramento sobre los Evangelios de Diego García de Padilla, el canciller Juan Alonso de Mayorga y abad de Santander, Juan Pérez de Orduña, de que su matrimonio con María de Padilla se había celebrado legítimamente antes de su boda con Blanca de Borbón. Por ello, el cadáver de María de Padilla fue trasladado desde Astudillo (Palencia) y sepultado en la catedral de Sevilla.

En mayo, Pedro I, que había firmado una alianza con Carlos II de Navarra, atacó nuevamente a Aragón con un potente ejército. Mientras el rey navarro tomó solamente Sos (Zaragoza), el castellano-leonés conquistó las zaragozanas plazas de Alhama, Ariza, Terrer, Moros, Cetina y Ateca. La potencia del ataque obligó a Pedro IV a pedir al conde de Trastámara su regreso inmediato, ya que después de la paz de Terrer había tenido que licenciar las tropas porque las Cortes de Cariñena y Zaragoza habían acordado que solamente pagarían su coste si había guerra activa. En junio, las tropas castellanas pusieron cerco a Calatayud. Pedro IV envió en su auxilio al infante Fernando y al conde de Osona, hijo de Bernardo de Cabrera. Mientras continuaba el cerco, Pedro I tomó numerosas plazas zaragozanas, entre ellas: Maluenda, Épila, Paracuellos y Cervera de la Cañada. En agosto, con su entrada en una rendida Calatayud, Pedro I dio por terminada la campaña y regresó a Sevilla. A los pocos días de llegar, murió su hijo Alfonso.

A finales de enero de 1363, Pedro I salió de Sevilla para tomar el mando de las tropas en Calatayud. Desde allí inició una nueva ofensiva que le llevó a conquistar las zaragozanas plazas de Fuentes, Chodes, Arándiga, y Tarazona. Sólo Daroca resistió. Pedro IV, temiendo por Zaragoza, mandó fortificarla y encomendó su defensa al infante Fernando y a Bernardo de Cabrera.

En marzo, después de conquistar las zaragozanas plazas de Magallón y Borja, Pedro I reunió en Bubierca (Zaragoza) a los procuradores de las ciudades para confirmar el reconocimiento como primera heredera a su primogénita Beatriz, siguiendo en derecho las otras dos hijas. Mientras tanto, el conde de Trastámara cruzaba los Pirineos al frente de sus partidarios y de los mercenarios europeos de las “compañías blancas”, que había pagado con cien mil florines aportados por el heredero del trono "delfín" Carlos de Francia, y se entrevistaba en Monzón (Huesca) con Pedro IV, que se comprometió a ayudarle a conquistar la corona de Castilla con la obligación de entregar a la corona de Aragón la sexta parte del territorio que conquistase. Pedro IV no quiso tener en cuenta que ya había hecho un pacto semejante con el infante Fernando en enero de 1361.

En abril, Pedro I conquistó Cariñena (Zaragoza) y vio incrementado su ejército con la llegada de tropas portuguesas, granadinas y navarras, estas últimas al mando del infante Luis de Navarra. Pero a pesar de ello, consideró que un ataque directo a Zaragoza, donde estaban casi todas las fuerzas de Pedro IV, tendría pocas posibilidades de éxito. Por ello, se dirigió a Valencia conquistando a su paso: Teruel, casi sin resistencia, las castellonenses plazas de Jérica, Segorbe y Almenara y las valencianas Murviedro (antigua denominación de Sagunto), Castielfabib, Chiva, Buñol, Benaguacil, Liria y El Puig.

En mayo, Pedro I comenzó el cerco a Valencia. Ante el peligro, Enrique de Trastámara y el infante Fernando aparcaron su rivalidad y se sumaron a las fuerzas de Pedro IV. Juntos se dirigieron por el litoral a la cercada ciudad. Pedro I, que había debilitado su ejército por la necesidad de poner guarniciones en las plazas conquistadas, decidió levantar el cerco y replegarse a Murviedro. Posteriormente llegó Pedro IV con sus tropas, se instaló en la cercana Nules (Castellón), y envió mensajeros a Pedro I para dar la batalla. Al no recibir respuesta, se retiró a Burriana (Castellón).

En julio, gracias a los oficios del legado del papa, de Bernardo de Cabrera y del infante de Navarra, que se ofreció como rehén, se firmó la llamada paz de Murviedro. Por ella se devolvían las conquistas realizadas, se excluía de cualquier perdón a Enrique de Trastámara y se exigía su alejamiento. Además, se concertaron los matrimonios de Pedro I con la infanta Juana, hija de Pedro IV, que esta vez no fue rechazada, y la del infante Alfonso de Aragón, hijo de Pedro IV, con la infanta Isabel, hija de Pedro I y de María de Padilla. Pero las posesiones que recibirían como dote las desposadas eran tan disparatadamente favorables a Castilla que disgustó a todos en la Corona de Aragón.

En ese mismo mes, el infante Fernando, que tenía un desencuentro con Pedro IV porque no terminaba de apoyarle en su rivalidad con Enrique de Trastámara, anunció que firmada la paz, se marchaba a Francia con sus tropas de castellanos rebeldes. Ante ello, Pedro IV reunió en Burriana un consejo, en el que estaban el conde de Trastámara y Bernardo de Cabrera, que acordó apresar al infante por considerar que su acción era una traición porque aquellas tropas eran vitales para Aragón. Cuando el infante acudió a la llamada de Pedro IV, intentaron apresarlo y al resistirse fue muerto por orden del rey, que cumplía así con un supuesto convenio secreto de la paz de Murviedro de matar al infante y al conde de Trastámara.

Cuando en agosto las dos delegaciones se reunieron en Tudela, los aragoneses comprendieron que Pedro I, que había vuelto a Sevilla, no cumpliría lo firmado porque sólo quería ganar tiempo para rearmarse. Esta certeza hizo que Carlos II de Navarra cambiara de bando y se reuniera secretamente en septiembre con Pedro IV en Uncastillo (Zaragoza) donde decidieron una alianza contra Castilla y Francia. También acordaron repartirse Castilla: Burgos, Álava, Soria, Ágreda (Soria), Guipúzcoa y Vizcaya serían para Navarra; Toledo y Murcia para Aragón, y el resto se sobreentendía que se entregaría al conde de Trastámara, que había participado en alguna de las sesiones de la reunión. Inmediatamente se reanudó la guerra con resultado desfavorable para el bando aragonés. En esas circunstancias, Pedro IV y Carlos II consideraron que deberían hacer la paz con Castilla, y para ello era necesaria la desaparición del conde de Trastámara. Por ello citaron al conde a una reunión a celebrar en Sos con la intención de matarlo. Después de imponer una serie de condiciones para garantizar su seguridad, acudió Enrique de Trastámara a la cita donde volvieron los convocantes a hablar de repartos, pero les fue imposible actuar contra él.

En octubre, el conde de Trastámara, que había manifestado su intención de marchar a Francia con todas sus tropas porque temía que sus enemigos le asesinaran, se reunió cerca de Binéfar (Huesca) con Pedro IV, que no podía permitirse perder toda la caballería que aportaba el de Trastámara, para firmar los siguientes acuerdos: el aragonés pondría todo su poder en ayudar al conde a conseguir el trono de Castilla; para cumplirlo entregaría a su hijo Alfonso como rehén al conde y recibiría a Juan, primogénito de Enrique. También, el conde de Trastámara reconocía los derechos de Aragón al reino de Murcia y a las ciudades de Utiel (Valencia), Cuenca, Cañete (Cuenca), Soria, Almazán y Ágreda (ambas en Soria). Por último, Pedro IV se comprometía a hacer la guerra a Pedro I y abonar ciertas sumas de dinero para el sostenimiento de la causa de Enrique de Trastámara. Parte del dinero sería abonado por Carlos II.

A finales de otoño, Pedro I, que había tenido noticias de lo tratado en Uncastillo y Binéfar, inició un rapidísimo ataque por la frontera de Murcia que le llevó a conquistar: Alicante, Gandía (Valencia) y las alicantinas Elche, Crevillente, Denia, Elda y Jijona. Al finalizar el año, con la excepción de Orihuela que quedó aislada, la casi totalidad de la provincia de la actual Alicante y parte del reino de Valencia estaba en su poder.

En enero de 1364, Pedro I, apoyándose en Murviedro, llegó a Valencia y la asedió por tierra y mar. Además, realizó un avance que lo llevó hasta Tortosa (Tarragona). Mientras tanto, Pedro IV se encontraba en Monzón gestionando que la tesorería aragonesa facilitara al conde de Trastámara sesenta mil florines de oro para contratar en Francia tropas mercenarias.

En marzo, después de haber negociado durante varias semanas con Enrique de Trastámara sus nuevas exigencias para ayudarle en la lucha contra Pedro I, y de haber asistido a una entrevista en Almudévar (Huesca) con Carlos II y el conde, donde éste consiguió del rey navarro ser reconocido como futuro rey Castilla bajo el compromiso de ceder a Navarra los territorios que habían pertenecido a Sancho III “el Mayor”, Pedro IV salió con sus tropas de aquella villa.

En abril, Pedro IV se reunió con las tropas de Enrique de Trastámara en San Mateo (Zaragoza), y juntas marcharon para enfrentarse a Pedro I. Pero nuevamente el castellano-leonés evitó el choque. Las tropas aragonesas avanzaron por la costa y entraron en la ciudad de Valencia, después de que Pedro I hubiese levantado el cerco ante la llegada del considerable ejército aragonés y marchado a Murviedro.

En mayo, Pedro I salió desde Gandía con una numerosa flota, mayoritariamente portuguesa, para atacar a la pequeña flota aragonesa que había llevado alimentos a Valencia y estaba refugiada en la desembocadura del río Júcar en Cullera (Valencia). Enterado de la situación, Pedro IV acudió con sus tropas para impedir el ataque por tierra a aquella villa. Cuando Pedro I se disponía a atacar, un gran temporal lo impidió y su propia nave estuvo a punto de naufragar. Vuelto a Murviedro, emprendió el regreso a Sevilla por Segorbe, pero enviando a Orihuela para hostigarla tropas granadinas. La ausencia de Pedro I propició que las tropas castellanas comenzaran a replegarse hacia Alicante, Denia, Murviedro y Calatayud, por ser plazas donde mejor podrían defenderse.

Entre junio y julio, las tropas aragonesas reconquistaron Jijona, Ayora (Valencia), Almenara, Castielfabib y Liria, pero fracasaron en Alicante y en Murviedro, donde Pedro IV tuvo que levantar el cerco y volver a Barcelona. En julio Bernardo de Cabrera, que había caído en desgracia por las acusaciones de sus enemigos, fue ejecutado en Zaragoza.

En octubre, Pedro I salió de Sevilla hacia Calatayud desde donde partió para asediar y volver a tomar Castielfabib, que había vuelto a poder de Pedro IV porque sus moradores se habían sublevado y matado a su alcaide. Al día siguiente de la conquista firmó una alianza con Navarra. Después abasteció Murviedro y Alicante, tomó Elche y sitió Orihuela. Para socorrerla, Pedro IV llegó en diciembre e intentó batallar con Pedro I, que nuevamente rehusó, posiblemente porque no confiaba en la fidelidad de sus nobles. Durante pocos días, Pedro IV abasteció la guarnición de Orihuela, pero al regresar a Valencia sufrió graves pérdidas al ser perseguido por las tropas castellanas. Por su parte, Pedro I, sin olvidarse de Orihuela, fortificó Denia e intento conquistar Calpe (Alicante), pero no lo consiguió, aunque su flota tuvo una victoria sobre la aragonesa.

También en aquel mes, Pedro IV firmó una alianza militar con el nuevo rey Carlo V de Francia. Por ella, las “compañías blancas” de mercenarios, ociosas debido a las treguas de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia y que estaban causando saqueos en Francia, serían contratadas para que entrasen en la Península y combatieran contra las tropas castellanas.

En enero de 1365, el maestre de Alcántara fue derrotado y muerto en Alcublas (Valencia) cuando intentaba aprovisionar a Murviedro, que quedó aislada. Situación que aprovechó Pedro IV en marzo para sitiarla. En respuesta, Pedro I cercó Orihuela en mayo y la conquistó en junio. Mientras se cercaba Murviedro, Pedro IV ocupó, entre otras, las valencianas plazas de Torres y Serra, y las castellonenses Segorbe y Artana. En septiembre, con la caída de Murviedro se dio el último capítulo de la guerra entre Castilla y Aragón, con lo que se puede dar por acabada militarmente “la guerra de los dos Pedros”.

También en septiembre, las Cortes de Barcelona aprobaron la cuantía de cien mil florines que Aragón debería aportar para contratar a los mercenarios europeos. Igual cantidad pagarían Francia y el papado. En noviembre, las “compañías blancas” de mercenarios, mandadas por los franceses Bertrand Du Guesclin, conde de La Marche y Arnoul d´Audreheml y los ingleses Hugo de Calveley y Matthew de Gournay, comenzaron a concentrarse en Montpellier (Francia). Ante el cariz de los acontecimientos, en diciembre, el navarro Carlos II volvió a cambiar de bando abandonando a Pedro I y firmando un acuerdo secreto con Pedro IV. Por su parte, Pedro I solicitó a Eduardo III de Inglaterra que, en virtud de su alianza, diese órdenes para que sus súbditos componentes de las compañías mercenarias se abstuvieran de ayudar a Enrique de Trastámara. Las órdenes fueron dadas, pero no cumplidas por desconocidos motivos.

A principios de marzo de 1366 comenzó la invasión de Castilla por la frontera con Soria con la ocupación de Magallón, Borja y Tarazona por Hugo de Calveley. Unos días antes, ante la petición de caudales para pagar a sus tropas hecha desde Tamarite de Litera (Huesca) por Enrique de Trastámara para unirse a la ofensiva, Pedro IV y el conde firmaron en Zaragoza un nuevo acuerdo por el que, entre otros asuntos, se reconocía al de Trastámara el mando supremo de la invasión y se confirmaba todo lo suscrito en Binéfar en 1363. Además, se concertaba el matrimonio entre el primogénito del conde, el futuro Juan I, y Leonor, hija de Pedro IV. Conseguida su petición, Enrique de Trastámara entró en Castilla con sus tropas reforzadas por las de Du Guesclin y del conde de La Marche por Alfaro, que al no poderla conquistar, la rodeó y avanzó hacia Calahorra (La Rioja), que sí pudo tomar porque sus defensores, seguramente, se pasaron al conde de Trastámara. Allí, Bertrand Du Guesclin y los demás capitanes de las “compañías blancas” decidieron aceptar su capitanía y sugerirle que se proclamara rey de Castilla. Así lo hizo Enrique de Trastámara el día dieciséis de aquel mes. Después salió hacia Burgos y por el camino se le entregó Navarrete (La Rioja) y conquistó Briviesca.

A finales de marzo, Pedro I, que se encontraba en Burgos, presentó una débil defensa ante las “compañías blancas” que le obligó a tener que abandonar la ciudad acompañado de algunos fieles y de un reducido ejército, a pesar del ruego que le hicieron las burgaleses para que no lo hiciera. Por el camino ordenó a sus tropas que abandonaran sus posiciones y se replegaran hacia Andalucía. A primeros de abril, Du Guesclin con sus tropas entró en Burgos, que solamente había pedido la confirmación de sus fueros para entregarse, y Enrique II de Trastámara fue coronado en el monasterio de las Huelgas. Ello supuso la coexistencia de dos reyes en Castilla: Pedro I y Enrique II y como consecuencia el conflicto se había convertido en una guerra civil en Castilla. Las ciudades, la nobleza y los magnates fueron rápidamente tomando partido. Mientras Pedro I iba perdiendo adeptos, Enrique de Trastámara los ganaba, en parte debido al otorgamiento de gran número de mercedes y de títulos nobiliarios; entre ellos, el de conde de Trastámara para Du Guesclin y el de Carrión para Calveley.

A mediados de abril, Tello había dejado temporalmente a su hermano Enrique para intentar hacerse con el señorío de Vizcaya, que era un posible foco de resistencia favorable a Pedro I. Focos que iban disminuyendo rápidamente. Ya sólo le quedaban: parte de Andalucía, Galicia, parte de Guipúzcoa, Toledo, Murcia, Logroño, Molina, el alcázar de Zamora y algunos castillos fronterizos con Aragón.

También en abril, el emir de Granada Muhammad V comenzó una serie de campañas en las que conquistó Priego (Córdoba) y reconquistó El Burgo e Iznájar. Pero los acontecimientos que siguieron no le fueron favorables ya que las tropas de Enrique II continuaron avanzando por tierra y las naves aragonesas apresaban a las nazaríes. Por todo ello, y para mantener la paz en la frontera, Muhammad V se vio forzado a reconocer a Enrique II, rendirle vasallaje y firmar una tregua.

En mayo, las “compañías blancas” entraron en Toledo, y los nobles que tenían que defenderla reconocieron como rey a Enrique II después de haber obtenido un documento de garantías y mercedes. También se presentaron ante Enrique II los procuradores de las ciudades de Madrid, Ávila, Talavera, Segovia y Cuenca para prestarle homenaje. En aquella ocasión, los judíos no sufrieron saqueos, pero tuvieron que pagar un millón de maravedíes. Cuando Pedro I tuvo noticias de la llegada de Enrique II a Toledo, envió mensajeros a su tío Pedro I de Portugal para que le auxiliara firmando una alianza militar, ya que su ejército estaba prácticamente disuelto y no podía presentar batalla. La alianza se sellaría con el matrimonio, previamente acordado, entre su hija Beatriz y el heredero portugués Fernando. Poco después supo que Enrique II se había puesto en camino hacia Sevilla. Por ello, hizo que la mayor parte de sus tesoros, que estaban del castillo de Almodóvar del Río (Córdoba), fueran sacados y llevados en una galera hasta Tavira (costa sur de Portugal) donde le esperarían. Cuando los sevillanos supieron que los tesoros iban a ser sacados del reino intentaron impedirlo sublevándose, pero ya era tarde. Temeroso Pedro I de morir en el tumulto, salió de Sevilla para Portugal con sus hijas y unos pocos fieles. Antes de llegar, su tío le hizo saber que el infante Fernando no quería casarse con Beatriz y que él no podía salir a recibirle. Supo, además, que naves de Enrique II habían salido para interceptar la galera del tesoro. Ante todo aquello, la pequeña comitiva decidió refugiarse en Alburquerque, pero sus moradores se lo impidieron. A Pedro I no le quedó más remedio que entrar en Portugal y pedir amparo a su rey, pero éste solamente le dio protección para llegar a Galicia.

También en mayo, Sevilla recibió con gran alborozo la entrada de Enrique II. Durante los dos meses que permaneció en aquella ciudad recibió a su esposa Juana Manuel y a su hijo Juan enviados, según lo previamente pactado, por Pedro IV, que también envió a su hija Leonor; celebró conversaciones de amistad con Portugal; y despidió a gran parte de las “compañías blancas” conservando solamente las que mandaban Calveley y Du Guesclin.

En junio llegó Pedro I a Monterrey (Orense) donde le recibió Fernando de Castro y el arzobispo de Santiago. Allí recibió consejos opuestos de sus seguidores: unos opinaban que como Enrique II estaba en Sevilla debería acudir a Logroño y a Zamora para auxiliarlas con tropas leales que ellos aportarían; otros decían que debería embarcarse en La Coruña con sus hijas y dirigirse a Bayona (Francia), que pertenecía a Inglaterra, donde podría pedir ayuda al príncipe de Gales Eduardo, el llamado “Príncipe Negro” por el color de su armadura. Pedro I siguiendo este último consejo se embarcó en julio, y cuando pasó por San Sebastián fue informado de que la galera con el tesoro había sido atrapada y todo su cargamento entregado a Enrique II.

En agosto Pedro I llegó a Burdeos y, después de haber sido muy bien recibido, se dedicó a atraerse al séquito del príncipe de Gales haciéndoles regalos que le costaron los trescientos mil florines que llevada. A continuación, comenzó a negociar con el príncipe de Gales la ayuda que necesitaba para recuperar su reino. Previamente, el príncipe había recibido la autorización de su padre Eduardo III para intervenir en Castilla. En las negociaciones también participó Carlos II, que volvió a cambiar de bando, porque las tropas que se contratarían tendrían que pasar por Navarra. En septiembre se plasmó todo lo que habían hablado en tratados que se firmaron en Libourne (Francia). En ellos se estipulaba: que Pedro I pagaría el gasto total de la operación militar que se estimaba en quinientos mil florines y la misma cantidad pagaría al príncipe de Gales; que Carlos II recibiría en plazos doscientos mil florines en concepto de paso de las tropas, y también la anexión de Guipúzcoa y Álava, más Logroño, Calahorra y Navarrete; que el príncipe de Gales se anexionaría el señorío de Vizcaya con los puertos de Castro Urdiales, Bilbao, Bermeo y Lequeitio; y que los prisioneros que hubieran sido considerados como traidores a Pedro I le serían entregados si no pagaban rescate. Pedro I empezó a pagar los plazos malvendiendo las joyas que había traído. Tantas vendió, que los precios de éstas cayeron en toda la zona durante años.

En noviembre, Enrique II, que ya tenía noticias de las negociaciones que realizaba Pedro I con el príncipe de Gales, inició una campaña en Galicia para anular a los partidarios de su hermanastro. Después de varias conquistas sitió Lugo donde estaba refugiado Fernando de Castro, pero al no poder tomarla aceptó de éste un aplazamiento de cinco meses para rendirse si no llegaban auxilios. A continuación se dirigió a Burgos para celebrar unas Cortes en las que pidió que le proporcionaran diecinueve millones de maravedíes en concepto de alcabalas (impuestos a las ventas), y en donde se juró heredero al trono de Castilla a su primogénito Juan. Entre tanto, el de Castro no cumplió el acuerdo ya que cuando se retiró Enrique II recobró parte de los territorios perdidos y marchó a Zamora.

En febrero de 1367, el Príncipe Negro, Pedro I y Carlos II al frente de un ejército mercenario, que incluía las tropas que había despedido Enrique II, atravesó Navarra y se dirigió a Castilla. A su paso por Pamplona, Carlos II simuló ser hecho prisionero en Borja por tropas de Du Guesclin para no comprometerse demasiado en la invasión. Por su parte, Enrique II, al saber que su enemigo estaba ya en Navarra, se dirigió a Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) donde se situó con sus tropas muy mermadas por el abandono de las de Calveley que no quería luchar contra su antiguo señor el príncipe de Gales. Estando allí, Enrique II recibió cartas del rey de Francia en las que le aconsejaba que, si podía evitarlo, no se enfrentarse al gran ejército que llevaba el Príncipe Negro. Los jefes de las compañías estuvieron de acuerdo en que sólo hubiera combates en zonas angostas, pero los castellanos recomendaron dar la batalla para que sus partidarios no tuvieran la impresión de que actuaba con miedo y cobardía. Enrique II aceptó esto último y llevó a su tropas al paso de Zaldiarán, a unos diez kilómetros de Vitoria, para esperar a su enemigo. Cuando éstos llegaron, hubo un enfrentamiento parcial que se saldó con el triunfo de los de Enrique II. Por falta de víveres, el Príncipe Negro ordenó la retirada hacia Navarra.

El primero de abril, el Príncipe Negro entró en Logroño. Enrique II respondió trasladando sus tropas a las cercanías de Nájera. Dos días después, las tropas de ambos ejércitos se enfrentaron en una llanura cercana a esta ciudad. Aunque las fuerzas de Enrique II eran inferiores a las inglesas, en la primera carga superaron a éstas. Pero la batalla fue ganada por el Príncipe Negro que se aprovechó de una falsa maniobra cometida por el ala izquierda castellana que se replegó sin haber tomado contacto con el enemigo inglés. Parece ser que la causa del repliegue fue el pánico de Tello que la comandaba. Esto hizo que la vanguardia quedase desguarnecida y el grueso del ejército de Enrique II no pudiese ayudar al ser parados por los arqueros ingleses con sus lanzamientos. Un ataque final de la caballería hizo que se produjera la desbandada castellana y la huida de Enrique II, que con algunos de sus seguidores, pasó a Nájera para luego entrar en Aragón y a continuación, con la ayuda del futuro papa Benedicto XIII, cruzar la frontera con Francia y terminar instalándose cerca de Aviñón. Muchos de los fugitivos consiguieron pasar a Aragón y otros fueron hechos prisioneros, entre ellos Bertrand Du Guesclin, que pronto fue rescatado por el rey Carlos V de Francia.

Por su parte, el rey aragonés, debido al resultado de la batalla y ante la posibilidad de que la restauración de Pedro I produjera una invasión de su reino y de que Enrique II no había cumplido los compromisos de Binéfar, decidió enfriar sus relaciones con el derrotado. Como primera actuación, reclamó la vuelta de su hija Leonor y declaró nulas las capitulaciones matrimoniales. Casi por la misma razón, el emir de Granada Muhammad V restableció su alianza con Pedro I, pero aprovechó la debilidad de Castilla por la guerra civil para reconquistar Utrera (Sevilla), Jaén y Úbeda.

Después de la batalla los vencedores marcharon a Burgos y allí comenzaron los desencuentros entre Pedro I y el Príncipe Negro. A la negativa del inglés a entregarle al rey los prisioneros castellanos que consideraba traidores para matarlos aunque pudieran pagar el rescate, le siguió la gran dificultad que tenía Pedro I para pagar lo acordado que ya ascendía, y subiendo, a dos millones setecientos veinte mil florines de oro. Para avalar la deuda el Príncipe Negro pidió en rehén veinte castillos, pero Pedro I se negó por temor a la impopularidad. Además, los vizcaínos se negaron a aceptar como señor al Príncipe Negro.

A primeros de mayo, Pedro I juró en el monasterio de las Huelgas que pagaría la deuda. Después ambos aliados siguieron diferentes caminos: Pedro I emprendió un viaje a Sevilla pasando por Toledo y Córdoba, y en todos los lugares del recorrido dio órdenes para encarcelar, y en muchos casos ejecutar, a los partidarios de Enrique II; por su parte, el Príncipe Negro se instaló en su campamento de Amusco (Palencia) y envió mensajeros a Pedro IV para iniciar negociaciones de paz entre Aragón y Castilla, lo hizo porque tuvo el convencimiento de que no tenía ninguna posibilidades de cobrar lo adeudado, y por ello había decidido cambiar su alianza con Pedro I por la de Pedro IV.

A finales de aquel mes, Enrique II escribió a Pedro IV para anunciarle su pronta vuelta. Lo hacía porque tenía noticias de que muchos de sus partidarios se encontraban en abierta rebelión y que importantes fortalezas como las de Peñafiel y Curiel (ambas en Valladolid), Atienza (Guadalajara), Gormaz (Soria) y Segovia, entre otras, estaban bajo su obediencia. Además, el rey francés Carlos V había ordenado entregarle importantes cantidades de dinero para financiar su vuelta.

En agosto, después de varios encuentros entre las delegaciones de negociadores inglesas y aragonesas, se llegó a dos acuerdos en Ariza (Zaragoza) que fueron firmados por del Príncipe Negro y Pedro IV: en uno, que era público, se establecía la paz entre Castilla y Aragón y se marginaba a Enrique II; en el otro, que era secreto, se concertaba una tregua entre castellanos y aragoneses hasta abril del año siguiente con la condición de iniciar en octubre del presente año negociaciones para una paz definitiva entre ambos reinos; se reconocía que Aragón tenía derecho a una indemnización por haber sido Castilla la iniciadora de la guerra; y un posible plan para solucionar lo que llamaban problema ibérico, con la participación de Navarra y Portugal, para la conquista y el reparto de Castilla. Las negociaciones con los ingleses fueron calificadas de felonía por Francia a pesar de que el rey aragonés aseguraba que continuaba su alianza sin fisuras con el país vecino.

A finales de aquel mes, decepcionado y enfermo, el Príncipe Negro regresó a sus dominios de Gascuña (Francia). A su paso por Pamplona comunicó a Carlos II, nuevamente amigado con Pedro IV, los acuerdos tomados en Ariza.

A principios de septiembre, Enrique II, que había firmado con el duque de Anjou, hermano del rey Carlos V, un acuerdo de mutua ayuda contra Inglaterra y Navarra, pidió oficialmente a Pedro IV el paso por Aragón hacia Castilla. A pesar de la negativa por su paz con aquel reino, Enrique II entró con pocas tropas en Aragón y en pocos días llegó a Calahorra pasando por el valle de Arán (Lérida), Barbastro y Huesca. La marcha del ejército fue tan rápida que las tropas aragonesas no consiguieron darles alcance. Pronto, muchos partidarios engrosaron su pequeño ejército y Castilla se dividió de nuevo en dos bandos, con lo que la guerra civil volvía a empezar.

En noviembre, Enrique II entró en Burgos y se encontró con la resistencia de tropas de Pedro I situadas en el castillo y en la judería. Las rindió realizando cercos y minas, luego impuso a los judíos una contribución de un millón de maravedíes. Mientras tanto, Córdoba fue conquistada por sus partidarios y también otras ciudades, como: Guadalajara, Sepúlveda, Segovia, Ávila, Salamanca, Medina del Campo, Toro, Carrión (Palencia) y Valladolid, entre otras, le reconocieron. Casi todo el centro de Castilla se puso bajo su obediencia. Mientras tanto, Pedro I se encontraba en Sevilla dedicándose a la fortificación y abastecimiento de Carmona.

En ese mismo mes, en Tarbes (Francia) se reunían los representantes de Pedro I, Carlos II, Pedro IV y del Príncipe Negro para acordar una paz mediante el matrimonio de Juan, heredero de Pedro IV, con Constanza, hija de Pedro I, que recibiría como dote el reino de Murcia y sería jurada heredera de Castilla. No concurrieron los portugueses, aunque estaban invitados, ni los de Enrique II, porque no era reconocido como rey. Debido a la disconformidad del Príncipe Negro, y para satisfacer las reivindicaciones de todos los participantes de la reunión, se modificó el plan ofreciendo a Pedro I y a Enrique II ayuda o neutralidad a cambio de que cumpliesen todos los compromisos. A finales de año se dieron por concluidas las reuniones. Sus acuerdos fueron firmados por navarros e ingleses, pero no consta que los aragoneses lo hicieran. De hecho, dos embajadores aragoneses viajaron a Burdeos para proponer una entrevista entre Pedro IV y el Príncipe Negro, pero éste los remitió a su padre Eduardo III que tenía la potestad de firmar todos los acuerdos. Así lo hicieron, pero el rey inglés demoró su resolución.

En enero de 1368, Enrique II se apoderó de León sin que ofreciera mucha resistencia. A continuación tomó, por conquista o adhesión, las villas de la actual Asturias, Tordehumos (Valladolid), Buitrago (Madrid) y Madrid.

En abril, Enrique II puso sitio a Toledo y, al mismo tiempo, sus tropas se apoderaron de los castillos de Mora y Consuegra (ambos en Toledo) e Hita (Guadalajara), y también de las villas de Talavera y Villa-Real (antiguo nombre de Ciudad Real). Mientras tanto, Pedro I se aliaba con el emir Muhammad V para cercar Córdoba. La lucha fue muy dura y, aunque los aliados consiguieron apoderarse del castillo del puente del río Guadalquivir y abrir una brecha en la muralla, no pudieron tomar la ciudad y levantaron el cerco. Pedro I regresó a Sevilla y Muhammad V se dirigió a Granada.

En mayo, mientras Carlos II se anexionaba Logroño, sus tropas comenzaron el sitio de Vitoria, que poco después conquistaron, y, a continuación, se apoderaron, con gran resistencia por parte de sus habitantes, de las plazas alavesas de Santa Cruz de Campezo, Contrasta, Alegría de Álava y Salvatierra de Álava.

En el verano, Carlos V, con el propósito de apartar a Aragón de Inglaterra, envió plenipotenciarios a Barcelona con una propuesta de mediación de Francia para conseguir un acuerdo de amistad entre Pedro IV y Enrique II. En él se reconocerían las anexiones que pretendía el rey aragonés. El interés del rey francés radicaba en la necesidad que tenía de utilizar la potente flota castellana para enfrentarse a los ingleses en el Canal de la Mancha. A Pedro IV le pareció bien el acuerdo, pero no se comprometió. Casi inmediatamente concertó con los embajadores de Pedro I, que estaban en Barcelona, una prórroga de la tregua existente.

A mediados de noviembre, Enrique II, que permanecía en el sitio de Toledo, recibió embajadores de Carlos V para acordar un tratado de amistad. También le informaron que el rey francés le enviaba a Bertrand Du Guesclin con quinientas lanzas para ayudarle contra Pedro I.

A finales de diciembre, Du Guesclin atravesó Aragón, sin el permiso de Pedro IV, y entró en Castilla con un ejército con el propósito de reforzar a Enrique II y acabar la guerra. Mientras tanto, Pedro I se preparaba para acudir a la defensa de Toledo.

También en ese mes llegó la respuesta de Inglaterra a las aspiraciones de Aragón: dejar en manos del Príncipe Negro la solución de todos los asuntos sobre la península ibérica.

A primeros de enero de 1369, informado Pedro I de que su hermanastro recibía la ayuda del ejército de Du Guesclin, envió mensajeros a los ingleses para pedir auxilios. La respuesta del Príncipe Negro fue que sólo ayudaría cuando recibiera el dinero y el señorío de Vizcaya. Pero Pedro I no esperó la contestación y emprendió la marcha con sus tropas y las granadinas hacia Toledo. Antes de salir de Sevilla mandó encarcelar a Diego García de Padilla, porque se descubrió que negociaba con los partidarios de su hermanastro. A mediados de aquel mes atravesó Sierra Morena. Para hacerle frente, Enrique II envió órdenes a los jefes de Córdoba para que le enviasen refuerzos; también envió mensajeros a Du Gesclin para que acelerase la marcha. Después dejó tropas en el cerco de Toledo y fue al encuentro de su hermanastro. En marzo, el enfrentamiento entre los dos ejércitos se produjo en las cercanías de Montiel (Ciudad Real) y fue muy breve porque las tropas auxiliares de los granadinos emprendieron la fuga apenas comenzó el combate, que acabó con la victoria de Enrique II y la huida de Pedro I, que se refugió en el castillo de la cercana villa. Para poder escapar, el derrotado rey envió un mensajero para intentar comprar a Du Guesclin. Pero éste, en connivencia con Enrique II, atrajo con engaños a Pedro I a su tienda. En ella se produjo el encuentro y la posterior lucha entre los dos hermanastros con el resultado de la muerte de Pedro I.

(El origen de la frase “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, atribuida a Bertrand Du Guesclin durante el fratricidio, tiene un mínimo de tres versiones diferentes, y ninguna con fundamento histórico).

Así terminó el reinado de Pedro I, llamado “el Cruel” por unos y “el Justiciero“ por otros. Un rey que ordenó la muerte de muchos de sus enemigos, reales o imaginarios, como igualmente hicieron otros reyes de su época, pero que también fue compasivo perdonando a otros que le traicionaron. Fue el caso de su hermanastro Enrique que en cinco ocasiones fue perdonado tras sublevarse otras tantas veces. La Crónica de Pedro López de Ayala, noble al servicio primero de Pedro I y después al de Enrique II, junto con las acusaciones interesadas de sus enemigos, incluido su hermanastro, que lo hacía para legitimar su dinastía iniciada con un regicidio, fue determinante para consolidar la fama de crueldad del rey asesinado. Con aquella muerte acababa la dinastía de Borgoña, iniciada en 1126 con Alfonso VII de Castilla y León, y comenzaba la dinastía de Trastámara.


Sucesos contemporáneos

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Reyes y gobernantes coetáneos

Aragón:

Rey de la Corona de Aragón.

Pedro IV "el Ceremonioso" (1336-1387).

Navarra:

Rey de Navarra.

Carlos II "el Malo" (1349-1387).

Condado catalán
no integrado en la
Corona de Aragón:

Condes de Pallars-Sobirá.

Ramón Roger II (1343-1350).
Hugo Roger I (1350-1366).
Arnaldo Roger III (1366-1369).
Hugo Roger II (1369-1416).

Al-Andalus:

Emires del reino nazarí de Granada.

Yusuf I (1333- 1354).
Muhammad V (1354-1359) 1ª vez.
Ismail II (1359-1360).
Muhammad VI (1360-1362).
Muhammad V (1362-1391) 2ª vez.

Portugal:

Reyes de Portugal.

Alfonso IV (1325-1357).
Pedro I (1357-1367).
Fernando I (1367-1383).

Francia:

Reyes de Francia.
(Dinastía de Valois).

Felipe VI (1328-1350).
Juan II (1350-1364).
Carlos V (1364-1380).

Alemania:

Rey de Germania.
(Dinastía de Luxemburgo).

Carlos IV (1347-1378).

Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Carlos IV (1355-1378).

Italia:

Reyes de Italia (Norte).

------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962.

Dux de la República de Venecia.

Andrea Dandolo (1342-1354).
Marino Faliero (1354-1355).
Giovanni Granedigo (1355-1356).
Giovanni Dolfin (1356-1361).
Lorenzo Celsi (1361-1365).
Marco Cornaro (1365-1367).
Andrea Contarini (1367-1382).

Estados Pontificios (Papas).

Clemente VI (1342-1352).
Inocencio VI (1352-1362).
Urbano V (1362-1370).

Reyes de Sicilia.

Luis (1342-1355).
Federico IV (1355-1377).

Rey de Nápoles.

Juana I (1343-1381).

Britania:

Escocia:

Rey de Escocia.

David II (1329-1371).

Inglaterra:

Rey de Inglaterra.

Eduardo III (1327-1377).

División del
Imperio bizantino. (Bizancio):

Imperio bizantino.
Emperadores.
(Dinastía Cantacuzeno).

Juan VI (1347-1354).
Mateo (1354-1357).

(Dinastía Paleóloga).

Juan V (1357-1376) 2ª vez.

Imperio de Trebisonda.
Emperador.

Alejo III (1350-1390).

Despotado de Épiro.
Déspotas.

------- Bajo el dominio del Imperio bizantino hasta 1356.

(Dinastía Orsini).

Nicéforo II (1356-1359) 2ª vez.
Simeón Uros (1359-1366).
Tomás Preljubovic (1367-1384).

Imperios y sultanatos musulmanes: Califato árabe abbasí:

Califas abbasíes. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo).

Al-Hakim II (1341-1352).
Al-Mutadid I (1352-1362).
Al- Mutawakkil I (1362-1377).

Sultanato benimerín o meriní:

Sultanes.

Abú Inan Faris (1348-1358).
Abú Zayyán Muhammad II (1358).
Abú Bakr II (1358-1359).
Abú Salim I (1359-1361).
Abú Umar Tashfín (1361).
Abú Zayyán Muhammad III (1362-1366).
Abú Faris Abd ul-Aziz I (1366-1372).

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