Resumen

Cuando en 1013 el califa Sulayman al-Mustaín repartió el territorio de al-Andalus entre las diferentes familias bereberes que lo habían aupado al califato, concedió el gobierno de Arcila, Tánger y Ceuta, las tres únicas plazas que el califato de Córdoba conservaba desde tiempos del primer reinado de Hisham II en el litoral del norte de África, a los hermanos ben Hammud, generales bereberes que se habían unido a otros magnates bereberes partidarios de Sulayman al-Mustaín. Ceuta fue adjudicada como gobernador al hermano menor, Alí; y Tánger y Arcila al mayor, al-Qasim.

Estos hermanos, pertenecientes a la familia bereber de los hammudíes, se autoproclamaban descendientes de Idris II, emir árabe cuya familia procedía de Alí, yerno del profeta Mahoma, y era la fundadora del reino de Fez en el Magreb.

El nuevo gobernador de Ceuta afirmaba que Hisham II lo había designado heredero, y con el pretexto de liberarlo, se declaró independiente y decidió apoderarse del califato.

En la primavera de 1016, después de haber negociado la neutralidad o el apoyo de los jefes políticos del sur de al-Andalus, especialmente de Zawí ben Zirí de Granada y de Jayran de Almería, Alí ben Hammud atravesó el Estrecho de Gibraltar, se dirigió a Málaga, que le fue entregada por su gobernador, y luego marchó contra Córdoba.

El 1 de julio de aquel año, Alí ben Hammud, después de derrotar y ejecutar a Sulayman al-Mustaín, fue proclamado califa con el mismo título honorífico que utilizó Abd al-Rahman III: al-Nasir li-din Allah (el que combate victoriosamente por la religión de Allah). Con él, se introducía en Córdoba una nueva dinastía: la de los Hammudíes.

Al principio, todas las taifas reconocieron a Alí ben Hammud, excepto Muyahid de Denia. El nuevo califa era un hombre muy berberizado que hablaba el árabe con mucha dificultad. Además, no tenía la talla ni los medios para asentarse en el Poder. Durante los primeros meses de su reinado gobernó para congraciarse con sus vasallos y veló por la observancia estricta de ley coránica. Con el fin de evitar enfrentamientos, impidió que las milicias bereberes que lo habían ayudado a tomar el califato abusaran de los cordobeses. Estos, siempre dispuestos a criticar a sus dirigentes, comenzaron a murmurar y a censurar cualquier actuación del nuevo califa. No se sabe si por esto o por otra causa, Alí ben Hammud abandonó bruscamente la moderación y permitió que los bereberes volvieran a imponer el terror entre la población.

En Levante, zona no controlada por Alí ben Hammud, los régulos eslavos, y en particular Jayran, que habían apoyado al nuevo califa, dejaron de sostenerlo y se unieron en la primavera de 1018 para prestar apoyo a un nuevo pretendiente omeya. Este era Abd al-Rahman ben Muhammad ben Abd al-Malik, bisnieto de Abd al Rahman III que tomó el título honorífico de al-Murtada (el que goza de la satisfacción divina) cuando en abril de aquel año fue entronizado califa en una localidad situada entre Valencia y Zaragoza.

Abd al-Rahman al-Murtada levantó un modesto ejército de unos cuatro mil hombres, que contó con contingentes barceloneses aportados a la coalición por Mundhir de Zaragoza, y marchó contra Córdoba desde su concentración en la región valenciana.

Estos hechos fomentaron en Córdoba un movimiento pro omeya que Alí ben Hammud se esforzó en reprimir, provocando así la hostilidad de los cordobeses. El califa anunció su intención de salir al encuentro de al-Murtada, pero su asesinato por varios domésticos, en marzo de 1018, lo impidió.

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