Pedro III "el Grande"
Rey
de la Corona de Aragón (1240<1276-1285>1285)
Rey de Sicilia (<1282-1285>)
Genealogía
Su reinado
Pedro III nació en Valencia en 1240 y era el hijo mayor de Jaime I, rey de la Corona de Aragón, y de su segunda esposa Violante de Hungría. En ese año, el primogénito era Alfonso, habido con su primera esposa Leonor de Castilla, que había sido jurado heredero en las cortes de Daroca de 1228. A pesar de ello, Jaime I había modificado su primer testamento en cuatro ocasiones, por imposición de su segunda esposa, para dar cabida a los sucesivos hijos de esta en un futuro reparto de la Corona. Después de la muerte de Violante, hizo una modificación más para ampliar con Valencia la herencia de Alfonso.
En 1262, el infante Pedro se casó en Montpellier con Constanza, hija del rey de Sicilia Manfredo y nieta del emperador de Alemania Federico II Hohenstaufen. En aquel tiempo, el reino de Sicilia abarcaba la mitad sur de la península italiana y la isla de su nombre; por el norte era fronterizo con los Estados Pontificios. El papa Urbano IV había condenado desde un principio el compromiso matrimonial porque con él se acrecentaba la ya gran influencia que los Hohenstaufen tenían en Italia, y, además, no reconocía como rey de Sicilia a Manfredo, al que consideraba su enemigo personal. Luis IX de Francia protestó por el matrimonio ante Jaime I y este le aseguró que Aragón permanecería neutral en un posible conflicto entre el reino de Sicilia y Roma, y que el infante Pedro no apoyaría a los rebeldes de la Provenza contra el gobierno del angevino (perteneciente a la casa de Anjou) Carlos, hermano del rey francés. Aunque de hecho, el infante había ofrecido su apoyo a Manfredo contra el papa y había acogido en territorios de la Corona a los líderes rebeldes provenzales que habían logrado escapar de la persecución del francés. También protestó Alfonso X de Castilla, porque veía peligrar su candidatura al trono imperial. La boda supuso la entrada de la Corona de Aragón en la complicada política italiana, ya que comenzó por ponerse en contra del papado y sus partidarios, los güelfos, y a favor de los gibelinos, partidarios del emperador.
En agosto de aquel año, ante las fuertes discusiones entre sus hijos Pedro y Jaime por el destino de la herencia de su hermanastro Alfonso, fallecido en 1260, Jaime I firmó un sexto y último reparto que supuso la partición definitiva de la Corona. Por él, a Pedro le correspondió Aragón, Valencia y Cataluña; y a Jaime el reino de Mallorca, incluido el vasallo reino taifa musulmán de Menorca, y los dispersos territorios continentales del Rosellón, Cerdaña, Conflent, Capsir, Vallespir, la fortaleza-puerto de Colliure, las villas de Perpiñán, Puigcerdá, Prades, Vilafranca de Conflent, Vinsá, el señorío y la villa de Montpellier y los vizcondados de Omeladés y Carladés.
En 1264, el angevino Carlos de Anjou aceptó la corona de Sicilia que le ofreció el papa Urbano IV, después de haber excomulgado y desposeído de su reino a Manfredo. El ofrecimiento llevaba consigo el mandato de expulsar de Italia a los Hohenstaufen e impedir la progresión de los gibelinos. Inmediatamente, el de Anjou inició una campaña militar que lo llevó a Roma donde fue coronado rey de Sicilia en junio de 1265.
En aquel mismo año, el infante Pedro, por mandato de su padre Jaime I, realizó dos cortas campañas en el reino taifa de Murcia, vasallo de Castilla, para ayudar a Alfonso X contra los mudéjares, que se habían sublevado en al-Andalus.
En febrero de 1266, Manfredo fue derrotado y muerto cuando se enfrentó al angevino Carlos de Anjou en la batalla de Benevento. A partir de esa fecha, su hija Constanza, esposa del infante Pedro, comenzó a titularse reina de Sicilia.
En 1268, Conrado I o Conradino, que había sido rey de Sicilia desde 1254 a 1258, hasta que su tío Manfredo le usurpó el trono, entró en el reino para recuperarlo apoyándose en los gibelinos, pero Carlos de Anjou lo derrotó y capturó en la batalla de Tagliacozzo. Luego ordenó su decapitación en Nápoles. La muerte de Conradino dejó a Constanza sin competidores legítimos que le disputaran el trono de Sicilia. Pero el infante Pedro no pudo hacer valer los derechos de su esposa porque no contaba con los medios necesarios ni con la autorización de su padre Jaime I. De todos modos, los sicilianos, en su mayor parte contrarios a Carlos de Anjou, no intentaron apoyarse en Pedro de Aragón, sino que buscaron a un nieto de Federico II, Federico de Turingia. Este, apoyado por un escaso número de lombardos y gibelinos, propuso una invasión de Italia en 1269 que nunca se efectuó, Los sicilianos dejaron de confiar en él. Mientras tanto, Carlos de Anjou iba aumentando su poder, pues además de ser rey de Sicilia y conde de Provenza, fue nombrado por el papa senador de la ciudad de Roma y se convirtió en la cabeza del partido güelfo, con lo que se aseguró el control de las ciudades güelfas del norte de Italia. También intentó hacerse con el imperio latino de Constantinopla, ya conquistado por el de Nicea, al casar a su hijo con la heredera del emperador latino en el exilio.
En 1271, el infante Pedro tuvo un enfrentamiento armado con su hermanastro Fernando Sánchez al que había acusado de intentar apoderarse del reino de Aragón con la ayuda del angevino Carlos de Anjou, que lo había armado caballero a su paso por Sicilia cuando regresaba de Tierra Santa en 1269. La nobleza aprovechó el enfrentamiento para levantarse contra Jaime I y poner al bastardo como símbolo de los excesos de la Corona. Para alcanzar la paz, el rey convocó una asamblea en Lérida y destituyó al infante Pedro del cargo de procurador general al decidir confiar en la lealtad de Fernando. En 1272, Jaime I, para contentar a la nobleza, volvió a ratificarse en su decisión sobre el infante Pedro en otra asamblea, esta vez en Alcira.
En 1272, Jaime I ratificó con un testamento el reparto de la Corona firmado en 1262.
En 1275 se generalizó la rebelión de la nobleza en Aragón y Cataluña. Los desórdenes y pillajes fueron difíciles de sofocar por la pasividad de las milicias concejiles y la escasez de fieles que tenía el rey. El cabecilla de la revuelta en Aragón fue Fernando Sánchez. Agotados los intentos negociadores de Jaime I para acabar con la rebelión, ordenó al infante Pedro el ataque sin piedad a todos sus enemigos, incluido Fernando Sánchez. En su ofensiva, el infante logró capturar a su hermanastro y ordenó su muerte por ahogamiento en el río Cinca. Los casi derrotados nobles intentaron imponer sus condiciones en una asamblea celebrada en Lérida, pero una nueva ofensiva del infante Pedro terminó con la revuelta.
En 1276, Jaime I acudió al reino de Valencia para sofocar una rebelión de musulmanes que había comenzado a finales del año anterior provocada por ataques indiscriminados de partidas de almogávares (mercenarios de a pie que en tiempos de paz vivían del bandolerismo). Durante la campaña, el rey se sintió enfermo y murió. El infante Pedro continuó las operaciones militares, y a finales del verano de aquel año logró casi dominar la sublevación. Pero tuvo que firmar con los rebeldes una tregua de tres meses para trasladarse a Zaragoza donde sería coronado rey. Una bula papal permitía a los reyes de Aragón ser coronados en Zaragoza por el arzobispo de Tarragona en lugar de hacerlo en Roma. Pedro III decidió que oficiara el arzobispo de Zaragoza y, además, ceñir la corona con sus propias manos; no en nombre de Roma, pero tampoco en contra de ella. Ello supuso un desafío al papa al rechazar cualquier injerencia pontificia y también la enfeudación que había realizado su abuelo Pedro II. Es decir, la Corona dejaba de ser vasalla de la Santa Sede. En la misma ceremonia, su esposa Constanza fue coronada reina de Aragón. Tras la coronación, el infante Alfonso fue jurado heredero de la Corona por los ricoshombres, caballeros y procuradores de las ciudades y villas del reino.
En 1277, Pedro III prosiguió la campaña contra los rebeldes musulmanes de Valencia. Gracias al bloqueo de la costa por su flota, que evitó el abastecimiento de los rebeldes por parte de los benimerines de África, consiguió que villas como Chelva, Serra, Paterna o Biar se rindieran sin lucha. Solamente el castillo de Montesa ofreció fuerte resistencia, necesitándose más de dos meses para rendirlo. Para sufragar la campaña, había recurrido a imponer como ordinarios ciertos impuestos que siempre habían sido extraordinarios y voluntarios. Con ello se ganó la hostilidad de los ricoshombres de Aragón y Cataluña.
En mayo de 1278, Pedro III trasladó los restos de su padre Jaime I al monasterio de Poblet (Tarragona). Al mismo tiempo, algunos condes, entre los que se encontraban los de Foix, Urgel, Cardona y Pallars, rompieron su vasallaje y encabezaron una revuelta nobiliaria en Cataluña. Jaime II de Mallorca, hermano de Pedro III, era ajeno al conflicto, pero se puso de parte de su cuñado el conde de Foix y firmó con él una alianza defensiva. La revuelta tuvo poco seguimiento, pero para sofocarla, Pedro III necesitó tomar por la fuerza varias plazas.
En aquel año, Alfonso X no se decidía a nombrar heredero. Por ello, la reina Violante de Castilla, hermana de Pedro III, temiendo por la seguridad sus nietos Alfonso y Fernando, infantes de la Cerda, huyó a Aragón acompañada de su nuera Blanca de Francia y de los infantes. Esta situación fue aprovechada por Pedro III como arma política, ya que le negó cortésmente la devolución de los infantes a Alfonso X, con lo que se aseguraba la amistad del infante Sancho de Castilla, y se negó también a entregarlos a su tío Felipe III de Francia, que estaba enemistado con Castilla por aquel asunto, aunque sí permitió la salida de Blanca hacia ese país.
En 1279, los mismos nobles del año anterior, todos del interior de Cataluña, volvieron a sublevarse con la excusa de defender los derechos del reino. Los rebeldes atacaron Barcelona, pero fueron rechazados por sus habitantes.
En ese mismo año, Pedro III, que no aceptaba la partición de la Corona y quería apoderarse del reino de Mallorca, encontró, posiblemente, una excusa en la alianza de Jaime II con el derrotado conde de Foix para arrancarle en Perpiñán un tratado de vasallaje. Tratado que Jaime II tuvo que firmar consciente de la debilidad de su desperdigado reino ante la amenaza de una posible guerra contra su hermano. En él se reconocía que Jaime II era vasallo de Pedro III y que el reino de Mallorca era un feudo del rey de Aragón, excepto el señorío de Montpellier que Jaime II lo poseía en feudo del obispo de Magalona, quien conservaba el dominio directo sobre Montpelleret, uno de los distritos periféricos de la ciudad de Montpellier. Además, entre otras disposiciones, se determinaba que las únicas cortes serían las de Barcelona, a las que Jaime II o sus descendientes deberían acudir anualmente o cuando se les citara; que la moneda catalana sería la única que circularía en el Rosellón y la Cerdaña; y que en estos territorios tendrían vigencia los usos, costumbres y constituciones de Barcelona. En contrapartida, Pedro III aceptaba el reparto hecho por su padre y prometía defender el reino de Mallorca. Para dar fe de lo que consideraba un atropello, Jaime II redactó un codicilo secreto denunciando la imposición del tratado y su nulidad por ser contrario al testamento de Jaime I.
También en ese año, Pedro III envió a Ifriqiya, en la costa norte de África, una pequeña flota, al mando de Conrado Lanza, con el propósito de obligar a su sultán residente en Túnez a pagar el tributo que le correspondía por ser su esposa heredera de los reyes de Sicilia. El sultán se lo estaba pagando a Carlos de Anjou. El apoyo que Conrado Lanza dio al tío del sultán para que lo destronara no dio resultado, pues aquel tampoco pagó cuando consiguió el trono. El almirante aragonés, aunque logró varias victorias y prestigio, sólo logró reabrir el consulado de Túnez y dotarlo con mercenarios cristianos.
En enero de 1280, un ejército de Pedro III sitió la ciudad de Balaguer, perteneciente al conde de Urgel, donde se habían refugiado los nobles rebeldes. Los habitantes de la plaza dieron la espalda a su señor y se pusieron de parte del rey. Esta acción precipitó la rendición de los sublevados, cuyos cabecillas fueron procesados y sus bienes incautados. Esta rebelión fue la última de las revueltas feudales en Cataluña.
En 1281, Pedro III y Alfonso X, con sus respectivos herederos, se reunieron en las plazas de Campillo y Ágreda para firmar un tratado de paz que fortaleciese su posición frente a Francia. En él se acordó la ocupación conjunta del reino de Navarra, el reconocimiento de la soberanía de Castilla sobre el señorío de Albarracín, y la cesión a Aragón del término de Pozuelo, del valle de Ayora y la de los castillos de Pueyo y Ferrón. El infante Sancho, por su cuenta y, seguramente, a espaldas de su padre, añadió la villa y castillo de Requena y la renuncia a sus derechos al reino de Navarra. A cambio Pedro III, en el mismo día, prometió su ayuda a Sancho en un tratado de amistad. Pocos días más tarde, Sancho se comprometió a entregar a su tío el castillo de Albarracín cuando reinase.
También en ese año, Pedro III se reunió con Felipe III en Tolosa (Francia) para establecer acuerdos de paz o de neutralidad. El rey aragonés necesitaba el acuerdo porque el rey francés aspiraba a llevar la frontera de su reino a los Pirineos; apoyaba a su tío Carlos de Anjou, rey de Sicilia, en su contencioso con Constanza, esposa de Pedro III, por los derechos de aquel reino; y porque dominaba Navarra por el compromiso matrimonial de la reina Juana con su hijo, el futuro Felipe IV. En la reunión no se llegó a ningún compromiso. Sólo se puso de manifiesto el deseo de Jaime II de Mallorca, asistente al encuentro, de no verse mezclado en ningún tipo de confrontación.
En 1282, Pedro III era consciente de la necesidad de expandirse hacia el Mediterráneo al tener cerrada, desde el reinado de Jaime I, su expansión peninsular a costa de los musulmanes. La incipiente burguesía mercantil y marinera de Cataluña se lo demandaban. Con su reino pacificado y salvaguardadas sus fronteras de posibles ataques gracias a sus alianzas con Castilla, a la boda de su hija Isabel con Dionisio de Portugal, y al compromiso matrimonial del infante Alfonso con Leonor, hija de Eduardo I de Inglaterra, Pedro III se dispuso a conquistar el reino de Sicilia sabiendo que tenía en contra al papa y al rey francés. Para llevarla a cabo, había construido una gran flota con la excusa de realizar una expedición contra Túnez, para la cual pidió al papa Martín IV (francés) los beneficios de cruzada, pero este se los denegó. Pedro III inició la conquista africana aprovechando la oferta del bey de Bugía (en la costa de la actual Argelia) que le ofrecía la entrega de la ciudad interior de Constantina y el puerto de Alcoll (hoy Collo, Argelia) para desembarcar, si le ayudaba contra su hermano el sultán de Túnez.
Para realizar la conquista, en abril de aquel año, unos ochocientos jinetes y tres mil infantes embarcaron en Port-Fangós (posteriormente San Carlos de la Rápita) en una flota de ciento cincuenta embarcaciones entre galeras, taridas y leños. Antes de embarcarse, Pedro III tuvo noticias de que el treinta y uno de marzo, se había iniciado en Palermo (Sicilia) una revolución que provocaría la muerte de casi todos los franceses de la isla en el plazo de un mes, en lo que se llamaría “Vísperas sicilianas”. A principios de junio, Pedro III, después de hacer testamento a favor del infante Alfonso y de donarle secretamente todos sus reinos en previsión de futuras excomuniones y destituciones papales, se embarcó y se dirigió a Mahón, en el reino taifa de Menorca, vasallo de la Corona de Aragón desde el reinado de Jaime I y ahora de Jaime II de Mallorca, para repostar agua. Desde allí se dirigió a Alcoll, como se había acordado, pero se encontró con la ciudad vacía porque el régulo de Menorca había avisado de la inminente llegada de la flota aragonesa. Con Alcoll en su poder, Pedro III realizó una serie de conquistas que le hicieron dueño de Túnez. A continuación, envió embajadores al papa para darle la noticia e insistir en la petición de los beneficios de cruzada, pero el papa volvió a negarse. Algunos de los embajadores se desviaron, por los vientos o intencionadamente, y llegaron a Palermo cuando el angevino Carlos de Anjou estaba sitiando Mesina y Sicilia estaba a punto de volver a su obediencia. Los embajadores informaron a los rebeldes sicilianos que Pedro III se encontraba en Túnez con una flota y un ejército dispuesto a socorrerlos y a reivindicar los derechos de su esposa Constanza. Ante aquella situación, los magnates sicilianos acordaron enviar una embajada a Pedro III para ofrecerle la corona si se convertía en defensor de Sicilia y juraba sus leyes. Aceptado el ofrecimiento, el rey aragonés desembarcó el treinta de agosto con sus tropas en Trápani, al oeste de Sicilia. Desde allí se dirigió a Palermo donde fue reconocido rey de Sicilia a principios de septiembre. A continuación exigió a Carlos de Anjou el abandono de la isla. Este, dándola por perdida, levantó el sitio de Mesina, que pudo haberla conservado si hubiera aceptado la petición de perdón de sus habitantes, y cruzó el estrecho de su nombre para situarse en Calabria, desde donde envió sus galeras a Nápoles, pero estas fueron derrotadas por las aragonesas en la batalla que se dio en el golfo de Nicotera a mediados de octubre. El sueño imperial de Carlos de Anjou se hundía a pesar de que conservaba Nápoles y el apoyo del papa Martín IV. Este no tardó más de un mes en excomulgar a Pedro III y ponerle un plazo de tres meses para que abandonara Sicilia con la amenaza de desposeerlo de su reino; además, comenzó casi inmediatamente a predicar una cruzada contra el rey aragonés.
A mediados de noviembre, Carlos de Anjou, para recuperar Sicilia, desafió a Pedro III a un combate a modo de “juicio de Dios”. El aragonés, aunque no tenía nada que ganar y mucho que perder, por su espíritu caballaresco aceptó, decidiéndose que el encuentro tuviese lugar el primero de junio del siguiente año en Burdeos, perteneciente a Inglaterra, y, además, puso la condición de que la guerra no se detuviese. En el palenque se enfrentarían ambos reyes con cien caballeros cada uno. El que faltase a la cita sin justificación sería considerado vencido, falso, traidor e indigno de ser rey. Pedro III sospechó que la intención de Carlos de Anjou era alejarlo de Sicilia a él y a sus mejores caballeros para arrebatársela en una fácil conquista militar al hacer creer a los sicilianos que el aragonés los abandonaba. Por ello, antes de acudir a la reunión mandó venir a Sicilia a su esposa Constanza y a los infantes Jaime, Fadrique (o Federico) y Violante para que los sicilianos vieran que no eran abandonados a los franceses.
En 1283, al mismo tiempo que el angevino Carlos de Anjou ponía a su hijo Carlos, príncipe de Salerno, al frente de su ejército para que él pudiera acudir a Burdeos, Pedro III hizo pasar a sus tropas a Calabria donde atacaron el fuerte de Catona y mataron al duque de Alençon. Ante este hecho, el de Salerno abandonó Reggio Calabria, que fue ocupada por el rey aragonés en febrero. En marzo, el papa dio un nuevo paso contra Pedro III al desposeerlo de su reino peninsular y entregarlo “a cualquier católico que lo pueda adquirir”. En abril llegó Constanza con sus hijos, y a los pocos días, ante el parlamento reunido en Mesina, Pedro III proclamó heredero de Sicilia al infante Jaime y, en su defecto a Fadrique, para hacer constar que Sicilia no sería incorporada a la Corona de Aragón.
En mayo, para que nadie lo impidiera, embarcó discretamente en Trápani y se dirigió al reino de Valencia. Lo hizo después de haber destituido, por no seguir sus instrucciones, a su hijo bastardo Jaime Pérez del mando de la flota y nombrado almirante a Roger de Llúria (Lauria), que había llegado a Aragón procedente del sur de la península italiana cuando tenía doce años acompañando a su madre, dama de Constanza. A continuación, después de atravesar su reino, cruzó los Pirineos y llegó a Burdeos disfrazado de sirviente de un tratante aragonés de ganado. Allí comprobó que las condiciones del encuentro no se habían cumplido; Eduardo I, presionado por el legado papal para que no asegurase el palenque, se había inhibido y había puesto la ciudad bajo el señorío momentáneo de Felipe III, rompiendo así la neutralidad; además, el gobernador francés de Navarra negó el paso a los caballeros que deberían participar en la justa. Ante lo cual, Pedro III recorrió a caballo el palenque y un notario dio constancia de su asistencia. Casi inmediatamente, Carlos de Anjou se presentó en el palenque e hizo lo mismo. Ambos reyes se adjudicaron la victoria. Cuando Pedro III regresaba a su reino, pasando por Fuenterrabía que pertenecía a Castilla, sufrió un intento de secuestro por parte de Juan Núñez de Albarracín que pretendía entregarlo a Felipe III.
Mientras tanto, por orden de Constanza, Manfredo Lanza conquistó la isla de Malta e inicio el sitio de su ciudadela. En junio, para levantar el asedio, Carlos de Anjou envió una flota que fue interceptada y derrotada por Roger de Lauria, con lo que consiguió la posesión de las islas de Malta, Gozzo y Lipari.
En julio, el papa envió un legado a Felipe III para que aceptase la corona de Aragón para su segundo hijo Carlos de Valois. Además, para incitarle a hacer la guerra a Pedro III, le ofreció las décimas de tres años y las gracias espirituales que se otorgaban a los que iban a Tierra Santa, dándole así el carácter de cruzada.
En agosto, el gobernador francés de Navarra invadió Aragón desde Sangüesa, pero, aunque consiguió algunos éxitos, fue rechazado por la resistencia de las villas fronterizas. También las tropas francesas ocuparon el valle de Arán, donde el obispo de Cominges leyó la bula de excomunión de Pedro III y mandó degollar a los clérigos que no hicieron caso de ella.
En septiembre, cuando Pedro III acudió a Tarazona para ponerse al frente del ejército que se opondría a la invasión, sólo encontró una escasísima asistencia de nobles que se negaban a participar en la guerra y le exigían que fueran consultados para aprobar o no los planes del rey. Ante la negativa de Pedro III, los nobles reclamaron la confirmación de los fueros al considerar que no habían sido respetados. También el rey se negó. Ante ello, los nobles se reunieron y redactaron un juramento de unión para la defensa de sus privilegios; en él se comprometían a destronar al rey si actuaba contra ellos sin sentencia del Justicia (mediador de las pugnas entre la nobleza y el rey). Al mes siguiente, el rey, incapaz de acabar con la incipiente rebelión, acudió a una nueva reunión celebrada en Zaragoza donde los nobles le presentaron unos pliegos con una serie de reivindicaciones, entre las que se encontraban, entre otras: el mantenimiento de los privilegios, la imposibilidad de exigir nuevos impuestos y la de participar en las decisiones de gobierno mediante la creación de una serie de instituciones. Pedro III, convencido de que así resolvería la situación, firmó lo que sería el Privilegio General de Aragón. Casi inmediatamente, setenta villas que se habían mantenido al margen, espoleadas por la debilidad del rey, se adhirieron al juramento de Tarazona, dando lugar así al nacimiento formal de la Unión. Pero en pocos meses, aquella organización perdió su fuerza al convertirse en un movimiento ilegal y violento sin conexión con los principios del Privilegio General. En diciembre, Pedro III convocó cortes en Barcelona para conseguir ayuda militar. Para obtenerla, tuvo también que hacer concesiones, como la confirmación de los usatges (usos y costumbres catalanas), la abolición del bovaje (impuesto de los bueyes) y la obligación de convocar cortes en Cataluña como mínimo una vez al año.
En febrero de 1284, Felipe III aceptó el ofrecimiento del papa y Carlos de Valois tomó los títulos de rey de Aragón, de Valencia y conde de Barcelona. Ello suponía la guerra contra Aragón.
En abril, Pedro III puso sitio a Albarracín porque su señor Juan Núñez de Lara, aliado de Navarra y Francia, había atacado a Teruel y su comarca. El rey pidió ayuda a los unionistas, pero estos se la negaron, prohibieron a las pocas villas que les quedaban que enviasen a sus milicias y enviaron al monarca nuevas reclamaciones. Este, necesitado de la ayuda de los nobles aragoneses, se trasladó en mayo a Zaragoza donde dio satisfacción a las peticiones de los unionistas. A pesar de ello, volvieron a oponerse al llamamiento de tropas para rematar el sitio de Albarracín y para ir contra Navarra.
En junio, una flota comandaba por el príncipe de Salerno fue derrotada en el golfo de Nápoles por la de Roger de Lauria, que había estado atacando las costas de Calabria y Nápoles después de su victoria en Malta. El príncipe fue apresado y llevado a Sicilia, donde el parlamento, reunido en Mesina, decidió decapitarlo aplicándole el mismo tratamiento que su padre había dado a Conradino, pero la mediación de Constanza impidió la ejecución. A continuación, el príncipe de Salerno renunció a Sicilia a favor del infante Jaime y fue llevado prisionero a Barcelona.
En septiembre, Pedro III con tropas procedentes de Cataluña consiguió rendir Albarracín. A continuación preparó el ataque contra Navarra. Para ello, contó con la ayuda de grandes ciudades como Zaragoza, que le proporcionó un servicio especial, y con la de Sancho IV, que le permitió convocar las milicias concejiles de muchas villas fronterizas de Castilla. La campaña fue de escasa importancia, pues se limitó a arrasar algunas villas de la región de Tudela.
En enero de 1285 murió el angevino Carlos de Anjou, pero los planes de invasión de Felipe III continuaron. El inminente ataque hizo que Pedro III convocara urgentemente a las tropas en todo el reino. Durante los preparativos, el rey se encontró con dos problemas: uno fue que la Unión, como en anteriores ocasiones, intentó oponerse al llamamiento, aunque con escaso éxito; el otro fue la rebelión popular que en marzo encabezó Berenguer Oller en Barcelona. Los rebeldes pretendían matar a los burgueses ricos y a los clérigos, asaltar la judería y entregar, según parece, la ciudad al rey francés. Pedro III se presentó en Barcelona y se entrevistó con un Oller interesado en demostrar su fidelidad al rey. El día de Pascua, Pedro III puso fin a la revuelta mandando ahorcar a Oller y a siete de sus seguidores.
En abril, Pedro III, con una pequeña fuerza, se apoderó del castillo de Perpiñán, capital del reino de Mallorca, donde su hermano Jaime II se encontraba enfermo. Este, que se había aliado con Felipe III y le permitiría cruzar el Rosellón para invadir Cataluña, consiguió huir. La población de Perpiñán, al creer que Jaime II había sido asesinado, se amotinó y logró que Pedro III se retirara rápidamente a su reino. Desde Figueras el rey aragonés emplazó sus tropas de almogávares en los altos del paso de Panisars en espera del ejército francés.
A principios de mayo, Felipe III y sus hijos Carlos y Felipe de Navarra penetraron con su ejército en el Rosellón y acamparon junto a Perpiñán, donde Jaime II hizo entrega a Felipe III de cien rehenes y de los castillos de Rosellón y Perpiñán. Los habitantes de algunas ciudades se rebelaron por no estar de acuerdo con aquella decisión, pero casi todos tuvieron que resignarse. Una de ellas, Elna, resistió y fue masacrada por las tropas francesas. Con el Rosellón dominado, el ejército de Felipe III intentó entrar en Cataluña por el paso de Panisars, pero quedó atascado durante casi un mes en su entrada porque los almogávares dominaban las alturas del paso. En esa situación, los franceses fueron seguramente informados de un paso desguarnecido llamado de la Maçana (manzana) sobre Perelada por el que pudieron entrar en el Ampurdán a mediados de junio. El éxito francés llevó a algunas poblaciones a rendirse, fue el caso de Castelló de Ampurias. En otras, sus habitantes huyeron y se refugiaron en Gerona. Perelada fue incendiada, según parece, por los almogávares. La desbandada propició la ocupación de casi todo el Ampurdán por las tropas francesas. Estas eran abastecidas por su flota, que ocupaba la costa desde Colliure (Rosellón) hasta Blanes. A finales de junio, comenzaron el sitio de Gerona que estaba defendida por el vizconde de Cardona Ramón Folch.
Mientras tanto, Pedro III, sin ningún tipo de ayuda por parte del indeciso Eduardo I de Inglaterra ni de Sancho IV de Castilla, que no quería enfrentarse con el papa, valedor de Felipe III, por su contencioso sobre la dispensa de su matrimonio, hizo frente a la invasión enviando a sus almirantes Ramón Marquet y Berenguer Mallol contra una flota francesa que estaba atracada en Rosas, a la que consiguieron destruir y con ello cortar la línea de abastecimiento francesa. Además, envió cartas a Roger de Lauria para que acudiera con urgencia a Barcelona con su flota. Cuando llegó el de Lauria el veinticinco de agosto, unió su flota a las de Marquet y Mallol, y se enfrentaron dos días después a la flota francesa junto a las islas Formigues, cerca de Palamós, consiguiendo nuevamente la victoria. Después, mientras los almirantes Marquet y Mallol regresaban a Barcelona con las presas tomadas, Roger de Lauria navegó hasta Rosas donde volvió a derrotar a los franceses y luego conquistar la ciudad.
A principios de septiembre, Felipe III, sin avituallamientos por la derrota de su flota y con su ejército diezmado por la disentería (también él contrajo la enfermedad), levantó el cerco de Gerona y emprendió el regreso a Francia tomando el camino del paso de Panisars. Allí, en los altos, le aguardaba Pedro III con sus tropas. Felipe, rey de Navarra, solicitó al rey aragonés la libre travesía por el puerto para su padre enfermo. Pedro III permitió el paso de la vanguardia con el rey y sus hijos, pero no pudo impedir, o no quiso, que su gente masacrara la retaguardia del ejército francés. Cuando Felipe III llegó a Perpiñán, murió. (El cronista coetáneo Ramón Muntaner sitúa el lugar del fallecimiento en el albergue del Sordo de Vilanova, cerca de Perelada).
A finales de septiembre, Pedro III se dirigió a Tarragona
para embarcarse con la intención de conquistar Mallorca, pero enfermó
y fue su hijo Alfonso el que tuvo que iniciar la conquista. El once de noviembre,
cuando lo trasladaban a Villafranca del Penedés, su enfermedad se agravó
y Pedro III murió. Fue enterrado en el monasterio de Santes Creus (Tarragona).
Sucesos contemporáneos
Reyes y gobernantes coetáneos
Castilla y León: | Reyes de Castilla y León. Alfonso X "el Sabio" (1252-1284). |
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Navarra: | Reyes de Navarra. Juana I (1274-1305) casada con Felipe I ( 1284-1305) (futuro Felipe IV "el Hermoso" de Francia). |
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Condados catalanes no integrados en la Corona de Aragón: |
Condes de Ampurias. Hugo V (1269-1277). |
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Conde de Pallars-Sobirá. Arnaldo Roger (1256-1288). |
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Al-Andalus: |
Terceros reinos de taifas. |
Régulos de la taifa de Menorca. Abú Said Utman ben Hakam (1229-1281). ------- Reino vasallo de la Corona de Aragón hasta 1276, y después del reino de Mallorca. |
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Emir del reino nazarí de Granada. Muhammad II (1273-1302). |
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Mallorca: | Rey de Mallorca. Jaime II (1276-1311). |
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Portugal: | Reyes de Portugal. Alfonso III (1247-1279). |
||||
Francia: | Reyes de Francia. Felipe III "el Atrevido" (1270-1285). |
||||
Alemania: | Rey de Germania. Rodolfo I (1273-1291). |
Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. ------- Sin emperador desde 1250. Rey de Romanos. Rodolfo I (1273-1291). |
|||
Italia: | Reyes de Italia (Norte). ------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962. |
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Dux de la República de Venecia. Jacopo Contarini (1275-1280). |
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Estados Pontificios (Papas). Gregorio X (1271-1276). |
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Rey de Sicilia. (Sicilia
y Nápoles). Carlos I de Anjou (1266-1282). ------- En 1282 se dividió el reino de Sicilia en dos: reino de Sicilia y reino de Nápoles. |
Rey de Sicilia. Pedro I de Sicilia y III de Aragón (1282-1285). |
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Reyes de Nápoles. Carlos de Anjou (1282-1285). |
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Britania: | Escocia: |
Rey de Escocia. Alejandro III (1249-1286). |
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Inglaterra: |
Rey de Inglaterra. Eduardo I (1272-1307). |
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Gales: | Rey de Gwynedd, Powys y Deheubarth. Llywelyn "el Último" (1246-1282). ------- Anexión del reino por Inglaterra en 1282. |
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División del Imperio bizantino. (Bizancio): | Imperio Bizantino. Miguel VIII (1261-1282) y Andrónico II (1272-1282). |
Imperio de Trebisonda. Jorge (1266-1280). |
Despotado de Épiro. Nicéforo I (1268-1289). |
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Imperios y sultanatos musulmanes: | Califato árabe abbasí: | Califa abbasí. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo). Al-Hakim I (1262-1302). |
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Sultanato benimerí o meriní: |
Sultán. Abú Yusuf Yaqub (1269-1286). |