Ir a Inicio
Ir a reyes de Castilla
Ir a Rey anterior en Castilla y León
Ir a Rey posterior

Fernando IV "el Emplazado"
Rey de Castilla y León (1285<1295-1312>1312)

Genealogía


Su reinado

Fernando IV nació en Sevilla en diciembre de 1285 y era hijo del rey de Castilla y León Sancho IV y de María de Molina, sobrina de Fernando III “el Santo”. El matrimonio de sus padres no había sido reconocido por la Santa Sede por razones de consanguineidad, lo que dio lugar a un problema de legitimidad que debilitó aquel reinado y el suyo propio.

El 25 de abril de 1295 murió Sancho IV. Al día siguiente, su esposa María de Molina, que había sido nombrada tutora de su hijo por el difunto rey poco antes de morir, llevó a Fernando a la catedral de Toledo para asistir a la ceremonia del enterramiento de su padre. Inmediatamente después de terminar el acto, fue proclamado rey con el apoyo de Nuño González de Lara y del infante Enrique “el Senador”, hermano de Alfonso X “el Sabio” que había regresado recientemente a Castilla después de años de luchas e intrigas por África y Europa que le costaron varios años de prisión en Italia. Antes de acabar la cuarentena por el luto, una parte considerable de la nobleza comenzó a maniobrar contra María de Molina para conseguir mayores cotas de poder y privilegios.

En mayo, la tutora tuvo que afrontar la invasión de un ejército, en su mayoría de musulmanes granadinos, al mando del infante Juan que quería ser proclamado rey de Castilla y de León. Este infante era hermano de Sancho IV y había estado refugiado en el reino de Granada después de haber sido el promotor de la muerte del hijo de Alonso Pérez de Guzmán “el Bueno” en el sitio de Tarifa. Había entrado en Castilla por Coria y pasado a Portugal, donde su rey Dionisio I le reconoció como rey. También en aquellos días, Diego López de Haro, hermano del conde muerto en 1288 por Sancho IV en Alfaro, se alzó en Vizcaya y recuperó por la fuerza aquel señorío.

Para apaciguar a Diego López de Haro, la reina le envió a los hermanos Juan Núñez y Nuño González de Lara, que habían prometido a Sancho IV defender el trono de su hijo. El intrigante infante Enrique, que era enemigo de los hermanos de Lara, intentó sublevar a las gentes de Sigüenza y Burgos para, seguramente, hacer valer su poder. Ante aquellos hechos, María de Molina decidió convocar cortes en Valladolid para, apoyándose en los concejos, proclamar solemnemente rey a Fernando IV y así afianzarlo en el trono. El infante Enrique intentó impedir que los procuradores acudiesen a la convocatoria. Cuando madre e hijo llegaron a Valladolid, sus habitantes tardaron varias horas en permitirles entrar en la ciudad. Una vez dentro, el infante pidió a la reina que le concediera en cortes la tutoría del rey. Aquella, para retrasar la respuesta, pidió a los nobles y prelados que dieran su opinión, pero nadie quiso significarse por temor al infante. Para apaciguarlo, la reina le ofreció la guarda de los reinos, pero no la del rey. La situación se agravó cuando los hermanos de Lara y Diego López de Haro se unieron para amenazar a la reina con apoyar a Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono desde el reinado de Sancho IV, si no aceptaba sus exigencias.

En junio comenzaron las sesiones de cortes en Valladolid. El primer acuerdo fue, aunque con la opinión en contra de muchos procuradores, arzobispo y obispos incluidos, que el infante Enrique compartiera con María de Molina la tutoría del rey (otros autores señalan al infante como tutor único), y que la reina criase y tuviese a su hijo. Conseguido el acuerdo, las cortes rindieron homenaje a Fernando IV. A continuación se aprobaron, entre otros, los siguientes asuntos: el acceso de los hombres buenos de las villas y ciudades a los altos cargos del reino; la recaudación de impuestos se realizaría por los hombres buenos en lugar de los judíos; los municipios de realengo no podrían ser cedidos a infantes, ricoshombres o magnates; los heredamientos o aldeas apropiados por reyes anteriores deberían ser devueltos a sus concejos; los merinos (jueces) mayores de los reinos serían hombres de probada rectitud; la confirmación y aprobación de la existencia de las hermandades concejiles; y la confirmación a los concejos de todos los privilegios, fueros, usos y costumbres que tenían de reinados anteriores. Para tratar este último asunto, los procuradores de los concejos, conscientes de su poder, pidieron a la reina que los prelados no asistieran a aquella sesión porque la injerencia administrativa del clero había sido muy notoria en el reinado anterior. María de Molina tuvo que convencer a los prelados para que, a pesar de que tenían derecho a asistir a todas las sesiones de las cortes, se retirasen. Así lo hicieron, pero con la protesta formal del arzobispo de Toledo.

A mediados de verano, María de Molina recibió a dos mensajeros portugueses que, en nombre de Dionisio I, declararon la guerra a Fernando IV. La reina reunió a los consejeros y acordaron que el infante Enrique fuera a Portugal para pactar una tregua con Dionisio I, y que ella se trasladara a Burgos para negociar con los Lara y con el de Haro. Para que estos nobles rebeldes fueran a Valladolid para besar la mano del rey en señal de acatamiento, la reina tuvo que entregarles trescientos mil maravedíes y confirmar el señorío de Vizcaya a Diego López de Haro. Por su parte, el infante consiguió la tregua al alto precio de ceder las villas de Serpia, Mora y Morón, y, además, devolver al infante Juan sus tierras de León.

A finales de noviembre, Muhammad II de Granada aprovechó la debilidad de Castilla para emprender una campaña que le proporcionó la conquista de Quesada (Jaén) y la de veintidós castillos más. El gran maestre de Calatrava, que dirigió el contrataque castellano, fue derrotado y mortalmente herido en la batalla de Iznalloz (Granada).

A principios de 1296, María de Molina se dirigió a Daroca para recoger a su hija Isabel, que había sido repudiada por Jaime II de Aragón. Pero tuvo que encargar al infante Enrique la recogida al tener que volver rápidamente a Burgos porque el infante Juan había convocado una especie de cortes en Palencia para postularse como rey de León. La reina no pudo impedir la asamblea, pero sí pudo coordinar a sus partidarios para que la causa de Fernando IV triunfara a pesar de las ofertas y amenazas del infante. La crisis y la guerra civil se extendieron por todo el reino. Así, mientras que muchos nobles se despedían del rey para cambiar de bando, el infante Juan, Juan Núñez de Lara y Alfonso de la Cerda tomaban varias villas. Además, los dos primeros se dispusieron a reconocer al de la Cerda como rey de Castilla y ceder el reino de Murcia, en pago de su apoyo, a Jaime II de Aragón.

En marzo, Jaime II también aprovechó la crisis de Castilla para romper el tratado de Almizra de 1244 sobre delimitación de zonas de conquista en tierras musulmanas. Para ello, envió a Cuéllar (Segovia) mensajeros para desafiar a Fernando IV en su nombre y en los de Felipe IV de Francia, Carlos II de Nápoles, Dionisio I, Muhammad II y Alfonso de la Cerda. El desafío se materializó con la entrada de un fuerte ejército en Castilla desde Aragón bajo el mando del infante Pedro, hermano de Jaime II, al que acompañaba Alfonso de la Cerda que fue declarado rey de Castilla en Sahagún. Días antes, el infante Juan había sido declarado rey de León. En su avance, el infante Pedro llegó a la ciudad de León a la que puso sitió. Mientras tanto, Dionisio I había llegado hasta Simancas dispuesto a cercar al rey en Valladolid, pero tuvo que regresar a su reino porque la reina, por medio de mensajeros, le amenazó con romper el pacto de matrimonio de 1291 entre Fernando IV y su hija Constanza si continuaba con sus ataques a Castilla. También Juan Núñez de Lara, el infante Juan y Alfonso de la Cerda desistieron de sitiar al rey en Valladolid. Por su parte, Jaime II inició en abril el ataque al reino de Murcia empezando con la conquista de Alicante y el asedió y conquista de Elche. A continuación conquistó Elda, Novelda, Aspe, Petrer, Crevillente, Callosa, Guardamar, Orihuela, Muntagut, Murcia y Cartagena.

En mayo, las villas del Cantábrico se unieron para fundar la hermandad de la marina de Castilla con Vitoria, también llamada la hermandad de las marismas. Tenía como finalidad la defensa de sus intereses y derechos frente al rey, y evitar los conflictos entre los puertos del Cantábrico en sus relaciones comerciales con Francia, Inglaterra y Flandes, pero siempre respetando los acuerdos internacionales de Castilla.

Cuando en agosto, Jaime II terminó la primera fase de su campaña en el reino de Murcia, Castilla solamente conservaba Alcalá, Lorca y Mula. En ese mes murió el infante Pedro a causa de la peste durante el sitio de Mayorga (Valladolid). Por ello, y porque esta se había extendido en el ejército, el sitio fue levantado y las tropas aragonesas regresaron a Aragón.

En octubre, María de Molina decidió atacar al infante Juan poniendo sitio a Paredes de Nava, donde se encontraba María Díaz de Haro, heredera del señorío de Vizcaya y esposa del infante Juan. Enterado el infante Enrique, que estaba en Granada intentando firmar una paz con Muhammad II a cambio de venderle la plaza de Tarifa, de que las tropas portuguesas y aragonesas habían salido de Castilla decidió regresar por temor a que se le despojara del título de tutor. Pero antes de partir, presionado por Alonso Pérez de Guzmán y por otros caballeros, se enfrentó a los granadinos en una batalla que se dio cerca de Arjona (Jaén). El infante Enrique fue derrotado, su campamento saqueado y no perdió la vida gracias a la actuación de Alonso Pérez.

En enero de 1297, ya de vuelta, el infante Enrique desaprobó el sitio de Paredes de Nava y consiguió poner de su lado a los sitiadores. Ante ello, la reina ordenó levantar el cerco, convocar cortes y volver a Valladolid.

A finales de febrero se celebraron cortes en Cuéllar con la asistencia de ricoshombres, maestres, prelados y hombres buenos de las villas de Castilla. En ellas, el infante Enrique solicitó de la asamblea el apoyo para un proyecto que salvaría la maltrecha hacienda castellana y les libraría de pagar tributos. La reina, conocedora de que el proyecto era vender al rey nazarí la plaza de Tarifa, llamó a los procuradores para convencerlos de la importancia estratégica de la plaza para el control del Estrecho de Gibraltar. Al ser rechazada su propuesta, el infante adoptó durante las sesiones una actitud de indiferencia ante las noticias que llegaban de las acometidas de los rebeldes. En aquellas sesiones se decidieron, entre otros, los siguientes asuntos: que donde residiera la corte hubiera un consejo permanente de doce hombres buenos que aconsejarían, en materia de justicia, hacienda y gobierno, a los reyes y al tutor; que los clérigos pagaran impuestos cuando adquiriesen propiedades situadas en tierras de realengo; que los enemigos del rey devolvieran los castillos y municipios que hubieran tomado; que los enemigos del rey y sus encubridores sufrieran las mismas penas; y que los judíos fueran obligados a vender antes de un año las heredades que hubieran adquirido.

En julio, María de Molina envió tropas a la villa fuerte de Ampudia (Palencia) para cercar a Juan Núñez de Lara que se encontraba en aquella plaza. Al tener noticias la reina de que los sitiadores permanecían pasivos, se trasladó al lugar para remediar la situación. Ante la llegada de la reina y el movimiento de tropas que se produjo, Juan Núñez decidió huir con diez de sus hombres.

En septiembre, María de Molina y Dionisio I, acompañados de sus respectivas cortes, se reunieron en la fronteriza villa de Alcañices (Zamora) para firmar una serie de acuerdos que se cimentaron, por segunda vez, con los compromisos de matrimonio de Fernando IV con Constanza y de Alfonso, heredero portugués, con Beatriz, hermana del rey castellano-leonés. Los acuerdos del llamado tratado de Alcañices fueron los siguientes: Dionisio I, a cambio de romper los acuerdos que tenía firmados con Jaime II de Aragón, Alfonso de la Cerda, el Infante Juan y Juan Núñez de Lara contra Castilla, recibiría varias plazas y villas; se delimitaría la frontera entre ambos reinos traspasando villas de un reino a otro; y las plazas de Campo Maior, Olivenza, Ouguela y San Felices de los Caballeros serían entregadas a Dinisio I en compensación por la pérdida de una serie de plazas conquistadas por Alfonso X de Castilla y León. Además, el rey portugués aportaría trescientos caballeros para luchar contra los enemigos de Fernando IV.

En enero de 1298, los partidarios de Alfonso de la Cerda consiguieron tomar Almazán (Soria). Después, acuñaron moneda falsa que quebrantó aún más la hacienda castellana. Puede que esta acción y las urgentes necesidades para continuar la guerra motivaran la celebración, a finales de aquel mes, de cortes en Valladolid. En sus sesiones se aprobaron subsidios para pagar las bulas de legitimación canónica del matrimonio de la reina con Sancho IV, y para sufragar a los nobles sus gastos de guerra contra los enemigos del rey. También, en aquella ocasión, el infante Enrique volvió a plantear la venta de Tarifa al rey nazarí de Granada, y nuevamente fracasó.

En junio, ante la grave situación por la que atravesaba el reino, María de Molina se reunió en Ciudad Rodrigo (Salamanca) con Dionisio I para pedir su ayuda contra los enemigos de Fernando IV. Después de varias excusas dilatorias del portugués, decidieron sitiar la Mota (probablemente la actual Benavente, Zamora). Durante el cerco, Dionisio I, que ya se había puesto de acuerdo con el infante Enrique, intentó convencer a la reina de la conveniencia, dado la corta edad de Fernando IV y para que conservara la corona de Castilla, de pactar con el infante Juan y reconocerlo como rey de León. La reina, para ganar tiempo, respondió que necesitaba consultar con el infante Enrique y con los hombres buenos que estaban en el cerco. Después de muchos razonamientos, la reina convenció a estos de lo improcedente de separar los reinos. La negativa a la propuesta provocó la retirada a su reino de Dionisio I, y la entrega de Écija, Roa y Medellín al infante Enrique para que continuase al lado de Fernando IV.

Durante los últimos meses de aquel año aumentaron las defecciones de los nobles, los excesos de los rebeldes y las traiciones de los ricoshombres. Para reprimirlos, el infante Enrique decidió, en contra de la opinión de la reina, hacer justicia en Zamora. Allí realizó unas pesquisas que dieron como resultado la inculpación de los hombres más ricos de la ciudad. La mayoría de estos, aconsejados por la reina a la que habían acudido para pedir protección, salieron de la ciudad para ir a Toro o a Valladolid donde serían protegidos. El infante, desairado, mandó matar a los que no habían huido y se apoderó de sus bienes. La reina, ante esta actitud y cercada por los enemigos de Fernando IV, convocó cortes en Valladolid para apoyarse nuevamente en los concejos.

Entre enero y febrero de 1299 dieron comienzo las sesiones sin la asistencia del estamento eclesiástico. El objetivo principal fue la de conseguir recursos para pagar a las mesnadas de los nobles y ricoshombres. Se acordaron varios asuntos, pero uno de los más importantes fue señalado en el primero de los capítulos generales. En él, el rey ofreció hacer justicia igual para todos, no matar a ninguna persona ni agraviarla sin haberla oído y condenada en juicio, ni apoderarse de los bienes de los presos. Fue una clara referencia a los abusos del infante en Zamora. Entre los asuntos tratados, hubo uno que no prosperó: la petición de que acabaran los abusos de los obispos, deanes y vicarios de los cabildos que excomulgaban a los concejos en materias temporales. Aunque la reina consideró justa la petición, prefirió no aceptarla para no indisponerse con el papa cuando estaba negociando la dispensa de su matrimonio.

En mayo, el señor de los Cameros Juan Alfonso de Haro derrotó e hizo prisionero a Juan Núñez de Lara, que asolaba las tierras riojanas. La reina aprovechó la situación enviando una hueste para sitiar Palenzuela (Palencia), una de las plazas que poseía el de Lara. Como el asedio se alargó demasiado, la reina decidió pactar con el prisionero. El infante Enrique, que se encontraba en Granada intentando pero no consiguiendo un acuerdo de paz, se presentó en el sitio e intervino en la negociación de la libertad de Juan Núñez de Lara. Para conseguirla, primero Juan Alfonso de Haro recibió una buena recompensa por entregar el reo a la reina, después se pactó con el de Lara que a cambio de su libertad entregaría al rey los castillos que le había tomado, y además daría en matrimonio a su joven hermana, Juana Núñez de Lara “la Palomilla” al anciano infante Enrique.

En las cortes de mayo de 1300, celebradas en Valladolid, se acordó conceder los subsidios solicitados por la reina para afrontar los gastos de legitimación de su matrimonio ante la Santa Sede. Durante las sesiones, un mensajero hizo saber a la reina que el infante Juan deponía su actitud y que quería volver a la obediencia de Fernando IV. Efectivamente, en junio, con gran solemnidad y ante la corte, el infante Juan besó la mano de su sobrino el rey y le juró lealtad. Poco después, el infante exigió el pago de sus soldadas apoyándose en que los demás ricoshombres ya las habían recibido. La reina le pagó con los subsidios de la legitimación.

En junio, María de Molina, aprovechando que contaba con la lealtad de los ricoshombres que habían recibido sus soldadas, mandó organizar huestes para ir contra Almazán (Soria) donde se encontraba la corte de Alfonso de la Cerda, que continuaba siendo apoyado por Jaime II. Durante el sitio, los infantes Enrique y Juan decidieron por su cuenta concertar una entrevista de conciliación con el rey aragonés en Ariza (Zaragoza). Jaime II, para aceptarla, exigió y consiguió que las tropas castellanas se retirasen. La entrevista fracasó por las exigencias que intentó imponer el rey aragonés.

Mientras tanto, el emir de Granada Muhammad II había invadido Castilla con ocho mil jinetes y había tomado Alcaudete (Jaén) tras cuatro días de lucha. Después, había cruzado el río Guadalquivir para devastar los alrededores de Andújar y Martos (ambas en Jaén). Los castellanos intentaron pactar una paz, pero no lo consiguieron. Fue el infante Juan el que, gracias a su amistad con Muhammad II, consiguió detener la ofensiva nazarí.

El primero de enero de 1301, María de Molina fue informada de que Jaime II estaba sitiando Lorca (Murcia). Rápidamente, con la renuencia del infante Enrique, salió con sus huestes para socorrer la plaza. Antes de llegar supo que el alcaide del castillo lo había entregado al rey aragonés después de haber sido sobornado. Ante ello, la reina dispuso que con aquellas tropas fueran a auxiliar las plazas de Mula y Alcalá, que también estaban sitiadas. Cuando se consiguió levantar los cercos, las tropas continuaron hasta Murcia, donde se encontraba Jaime II. La hubieran tomado, y quizás cogido prisionero al rey aragonés, si no fuera porque una maquinación de los infantes Enrique y Juan impidieron un ataque definitivo a la ciudad. En marzo, la reina, nuevamente engañada por los dos nobles más poderosos del reino, volvió a Burgos y convocó cortes.

En abril se iniciaron las cortes de Castilla en Burgos. En ellas, la reina consiguió subsidios para pagar los gastos de la guerra y para sufragar los de la legitimación de su matrimonio ante la Santa Sede, ya que los conseguidos en las cortes anteriores fueron utilizados para pagar las soldadas al infante Juan. Estos desembolsos fueron un gran sacrificio para Castilla, ya que se encontraba inmersa en una profunda hambruna que provocó una gran mortandad. Disueltas aquellas cortes de Castilla, los reyes se trasladaron a Zamora donde se celebraron las cortes de León. En ellas se convalidaron los subsidios y acuerdos de Burgos.

En noviembre llegaron a Burgos los mensajeros que traían la bula de legitimación que había expedido en septiembre el papa Bonifacio VIII. Con la consolidación en el trono de Fernando IV debido a la bula, comenzó una campaña en su contra de aquellos que se habían beneficiado de la inestabilidad del reino. El infante Enrique, que vio peligrar su poder con un rey legitimado y a pocos días de ser declarado mayor de edad, inició la campaña haciendo correr el rumor de que la bula era falsa. La reina se defendió haciendo que se leyera en la catedral el documento pontificio. Pero el anciano infante no cejó en sus intrigas, convenció a Juan Núñez de Lara de la conveniencia de separar al rey de su madre para poder manipularlo dada su juventud y su carácter indolente, antojadizo y de fácil halago. Para desarrollar su plan sin comprometerse, hicieron que un amigo del rey y protegido de la reina lo invitara a unas jornadas de caza en tierras de León. Allí, el infante Juan sería el encargado de sembrar la discordia entre madre e hijo. María de Molina, ignorante todavía de la intriga, dio su permiso para que su hijo marchara a León con la condición de que regresara a tiempo de ir juntos, y en compañía del infante Enrique y de Diego López de Haro, a una cita en Vitoria con el gobernador de Navarra para resolver una reclamación de Felipe IV sobre territorios fronterizos. Llegada la fecha del regreso, el rey, que ya se había creído todas las falsedades que le habían contado para desacreditar a su madre, no acudió a la cita a pesar de las llamadas de la reina. Después de resolver el asunto con Navarra, la reina, para desengañar a su hijo de los falsos amigos que lo rodeaban, marchó a Valladolid donde Fernando IV tendría que acudir para celebrar sus bodas.

En enero de 1302, antes de la celebración de las bodas del rey con Constanza de Portugal, de doce años de edad, se reunieron las dos delegaciones para plasmar los acuerdos matrimoniales. En la reunión se impidió a la reina exigir al representante portugués el cumplimiento de los compromisos acordados. Por su parte, el infante Juan, seguramente en pago de los favores recibidos de Doinisio I, no mostró ningún interés en defender los intereses de Fernando IV. Las bodas se celebraron en un ambiente de frialdad y sin alegría. El rey se había presentado en Valladolid sin mostrar ningún gesto de arrepentimiento o de amor filial hacia su madre. Llegó acompañado, ya como privados, de sus dos grandes enemigos durante su minoría: el infante Juan y Juan Núñez de Lara, que fue nombrado mayordomo mayor por el rey. El infante Enrique había sido apartado por sus cómplices del círculo de poder al negársele la guarda vitalicia del reino, como le habían prometido.

En abril murió el emir de Granada Muhammad II, y una de las primeras actuaciones de su sucesor Muhammad III fue la de continuar la guerra contra Castilla atacando y conquistando Bedmar (Jaén).

A finales de mayo, sin los concejos de Castilla que se habían negado a asistir, se celebraron en Medina del Campo (Valladolid) las cortes de León. En ellas se declaró la mayoría de edad de Fernando IV y se concedieron subsidios para el propio rey y para pagar a las mesnadas de los nobles y ricoshombres. Durante el tiempo de las sesiones, las intrigas contra la reina madre y las maniobras para desacreditarla ante su hijo no cesaron. En una de ellas convencieron al rey de que su madre había vendido las sortijas del rey Sancho. Cuando aquel se las pidió, María de Molina se las mostró sin ningún reproche. En otra, el infante Juan y Juan Núñez de Lara exigieron que la reina madre presentara las cuentas de los gastos durante la minoría acusándola de apropiación de las rentas. Acusación que el rey creyó. El canciller del reino demostró posteriormente a los acusadores la honradez de María de Molina. Ante la evidencia, aquellos decidieron no contar la verdad al rey. Las actuaciones de sus privados provocaron en el rey ciertas dudas y un ligero enfriamiento de sus relaciones.

Por aquel entonces ya se habían formado dos partidos antagónicos que se disputaban los favores del rey: por una parte, los seguidores del infante Juan y de Juan Núñez de Lara, y por la otra los partidarios del infante Enrique y de Diego López de Haro.

En julio los reyes acudieron a Burgos para celebrar cortes con los concejos de Castilla. En ellas, los procuradores obligaron al infante Enrique a abandonar la tutoría porque el rey ya podía gobernar por sí mismo. También en ellas, el rey reconoció el derecho de los concejos a reunir la hermandad general siempre que fuera necesario. Concluidas las sesiones Fernando IV marchó a Palencia donde volvió a apoyarse en el infante Juan y en Juan Núñez de Lara, olvidando así sus leves dudas. Este hecho provocó la irritación del infante Enrique, que planteó a la reina madre un pacto de unión contra los que dominaban al rey. María de Molina, temerosa de que el trato redundase en perjuicio del rey, le propuso, para apaciguarle, que intentase obtener de Fernando IV el cargo de mayordomo. El rey accedió con la condición de que se apartara del bando de Diego López de Haro. El infante viajó a Palencia y allí aceptó el cargo, pero pronto abandonó la ciudad descontento por no recibir los honores que creía merecer. El infante Juan y Juan Núñez de Lara aprovecharon el hecho para convencer al rey de que el infante Enrique era su enemigo y que nunca le serviría con lealtad. Para protegerlo de él, se ofrecieron a servirle y apoyarle mediante un pacto en el que el rey se pondría siempre al lado de ellos y en contra de María de Molina, del infante Enrique y de los seguidores de Diego López de Haro. Aunque el pacto fue secreto, la reina madre lo conoció inmediatamente pero lo ocultó al infante Enrique por temor a su reacción. Cuando se enteró el infante, manifestó muy airado a María de Molina que aquel pacto lo desligaba de cualquier compromiso con el rey y que levantaría a su gente para combatir al soberano. La amenaza de aquel hombre tan poderoso obligó a la reina, para proteger a su hijo, a aliarse con él, pero con la condición de que sólo podría sublevarse en el supuesto de que si después de haber sido despojado o perseguido y haberlo denunciado expresamente al rey, este no hiciera nada. A continuación, María de Molina reunió a sus consejeros para informarles que el pacto con el infante no suponía tomar partido contra el rey. Muchos nobles descontentos e inquietos por la situación, llegaron a Valladolid para reunirse y exponer sus quejas. Rápidamente, el infante Enrique procuró atraerlos a su bando. La reina madre, ante aquella atmósfera de discordia, llamó a varios de aquellos nobles descontentos que eran fieles a su causa, y los convenció de que para tomar cualquier acuerdo tuvieran siempre en cuenta el servicio al rey. Después, cuando se celebró la asamblea de descontentos con casi todos en su favor, hizo que sugirieran al infante Enrique la conveniencia de la presencia de María de Molina en la toma de decisiones.

En septiembre, Fernando IV, temeroso de las consecuencias de la asamblea, marchó a Valladolid para conseguir la conciliación con los descontentos y conocer las motivaciones que los llevaron a reunirse. Estos, para contestarle, le pidieron que marchara a Toledo y que no volviera hasta que hubieran deliberado, pero pusieron como condición que el rey se apartara de sus privados. Fernando IV aceptó la petición y se dispuso a marchar, pero antes se entrevistó con su madre que le pidió explicaciones sobre su pacto con los privados y le recriminó los agravios recibidos. Fue la primera vez que la reina madre le reprochó su actitud. El rey no encontró el modo de disculparse y se marchó a Toledo. Cuando regresó, el problema había sido resuelto por María de Molina. Había conseguido que los descontentos firmasen un acuerdo por el que sólo irían contra el rey si este, después de conocer el agravio a cualquier noble, no lo remediara. El compromiso hizo que el infante Enrique fracasara en su intento de hacerse con ellos para atacar al rey. Irritado por el triunfo de sus rivales, renunció a su cargo de mayordomo y no fue a una entrevista con Dionisio I en Ciudad Rodrigo concertada por sus enemigos el infante Juan y Juan Núñez de Lara. A ella sólo asistieron la reina Constanza y el infante Juan, ya que para no desairar al infante Enrique, Fernando IV no acudió, ni tampoco lo hizo María de Molina porque no se fiaba de Dionisio I.

En abril de 1303, mientras Fernando IV se entrevistaba en Badajoz con Dionisio I para tratar, sin conseguirlo, que Portugal devolviera unos territorios fronterizos, el infante Enrique y Diego López de Haro se pusieron en contacto con Jaime II y buscaron una alianza, para reforzar su posición, con don Juan Manuel, sobrino del infante y de Alfonso X “el Sabio” y autor de la obra literaria “El conde Lucanor”, que iba a casarse con Constanza, hija del rey aragonés.

Fruto de aquellos encuentros, en junio, el infante Enrique y Diego López de Haro ofrecieron en Ariza a Jaime II una solución para acabar la guerra. Consistía en casar a Pedro, hijo de María de Molina, con una hija de Jaime II, y a Isabel, también hija de la reina madre, con Alfonso de la Cerda. Al primer matrimonio se le daría Castilla, y al segundo León. Por ir en contra de Fernando IV, el acuerdo había sido rechazado anteriormente por María de Molina. Por ser necesario el beneplácito de esta para llegar a cualquier acuerdo, debido a su prestigio, le fueron presentando diversas propuestas, que no fueron de su agrado, en un sinfín de idas y venidas de mensajeros.

En julio, Fernando IV firmó en Córdoba un acuerdo de paz por tres años con Muhammad III. Por él, el nazarí se declaraba vasallo de Castilla, pagaba un importante tributo anual y conservaba las plazas conquistadas de Alcaudete, Quesada y Bedmar, y renunciaba a conquistar Tarifa.

En agosto murió el infante Enrique, y a pesar de haberse mostrado generoso con sus amigos no recibió honras funerarias por parte de ellos, teniendo que ser María de Molina la que las hiciera. Antes de su muerte, parece ser, que tuvo la intención de dejar sus posesiones a su sobrino don Juan Manuel, pero estas las tenía sólo de forma vitalicia. Por ello, la reina madre, al tener noticias de su enfermedad, advirtió a los privados del infante que aquellas posesiones pertenecían al rey. Seguramente convencido, el infante en su testamento restituyó a Fernando IV todas las villas y castillos que le habían cedido.

En agosto de 1304, en Torrellas (Zaragoza), una comisión arbitral formada por Dionisio I, el infante Juan y el arzobispo de Zaragoza Jimeno de Luna dictó sentencia para conseguir la paz entre Castilla y Aragón. El acuerdo de Torrellas, también llamado de Campillo o de Ágreda, fue aceptado por ambas partes y por Muhammad III de Granada. En él se dispuso que el reino de Murcia, en poder de Jaime II, se repartiese entre Castilla y Aragón sirviendo como frontera meridional de Aragón el curso del río Segura. Continuarían en poder de Aragón: Alicante, Cartagena, Elche, Orihuela, Monforte, Elda, Abanilla, Petrel, Crevillente y Sax; y en poder de Castilla quedaría el resto del reino de Murcia incluyendo Murcia, Monteagudo, Alhama, Lorca y Molina de Segura. Además, se otorgaba a Alfonso de la Cerda las villas y señoríos de Alba, Béjar, Valdecorneja, Monzón de Campos, Gastón, Ferrín, Moliellas, Gibraleón, la Algaba, Lemos y el Real de Manzanares (situadas de forma dispersa en el reino castellano-leonés para evitar la formación de un pequeño reino), a cambio de su renuncia al trono de Castilla y León y a la entrega de Almazán, Soria, Serón, Deza y Almenara. El señorío de Villena, a pesar de que quedaba en tierras aragonesas, seguiría en poder de don Juan Manuel. El acuerdo fue un triunfo para el infante Juan y un fracaso para María de Molina que tuvo que aceptarlo a pesar de ser muy gravoso para Castilla.

En enero de 1305, Fernando IV consiguió en Guadalajara que su madre se reconciliara con el infante Juan. A la reunión también acudieron Juan Núñez de Lara y don Juan Manuel.

En febrero, Fernando IV y Jaime II se reunieron en el monasterio de Santa María de Huerta (Soria) para tratar de solucionar algunos problemas surgidos en la aplicación del tratado de Torrellas sobre fronteras con Murcia. Uno de ellos fue el de la cesión de Cartagena a Castilla a cambio de que don Juan Manuel renunciara a los señoríos de Elche en favor de Aragón y de Hellín en favor de Castilla, recibiendo de Fernando IV, en compensación, el señorío de Alarcón (Cuenca y Albacete). Las negociaciones terminaron cuando los delegados de ambos reyes firmaron en mayo el acuerdo en Elche que fijó definitivamente la frontera entre los dos reinos en la zona del antiguo reino de Murcia.

A finales de mayo se celebraron cortes de Castilla y León en Medina del Campo. En una de las sesiones, Fernando IV, a petición de los procuradores, mandó que los merinos y alcaldes persiguieran con rigor a los bandidos que, protegidos por los nobles y ricoshombres, mataban y robaban sin que la justicia actuase contra ellos. En otra se volvió a prohibir, por incumplimiento de lo ordenado en las cortes de 1295, que los judíos recaudaran impuestos. También se planteó la demanda contra Diego López de Haro presentada por el infante Juan para hacer valer los derechos de su mujer María Díaz de Haro al señorío de Vizcaya. Ante una posible sentencia desfavorable, el señor de Haro abandonó las cortes, e incitado por Juan Núñez de Lara, que se había casado recientemente con su hija María, inició una nueva confrontación contra Fernando IV. El distanciamiento entre Juan Núñez y el infante Juan se debía a que aquel consideraba responsable al infante de la pérdida de su señorío de Albarracín a favor de Aragón.

En diciembre, Fernando IV intentó que su madre intercediera para lograr la amistad entre el infante Juan y Diego López de Haro, para así apartar a este de su ahora enemigo Juan Núñez de Lara. La maniobra no tuvo éxito.

Desde principios de 1306, la enemistad entre Fernando IV y Juan Núñez de Lara fue creciendo fomentada por el infante Juan, que desde la muerte del infante Enrique se había convertido en cabeza indiscutible de la nobleza. Este, para hacerse con el señorío de Vizcaya, consiguió, en contra de la opinión de María de Molina, que el rey atacara al de Lara y, por consiguiente, a su aliado Diego López de Haro. La guerra, que se inició cuando el rey sitió al de Lara en Aranda de Duero (Burgos), se fue generalizando por aquellas tierras durante la primavera. Pero después de varios reveses, Fernando IV decidió llamar a su madre para que negociara una paz. En junio, cerca de Pancorbo (Burgos), María de Molina se reunió con los dos nobles rebeldes y acordaron una conciliación. Pero el contencioso sobre el señorío de Vizcaya, origen de la guerra, quedó sin resolver.

En las cortes de Valladolid celebradas en la primavera de 1307, los procuradores de los concejos, como en cortes anteriores, volvieron a pedir al rey que mandara reprimir las acciones de los bandidos amparados casi siempre por los nobles. Pero en aquella ocasión, acusaron directamente a los privados del rey y a su séquito de pillaje en las villas por donde pasaba la comitiva real. En las mismas cortes, también se llegó a un acuerdo para resolver el pleito del señorío de Vizcaya. Diego López de Haro aceptó conservar el señorío hasta su muerte, momento en el que pasaría junto con Durango y las Encartaciones a su sobrina María Díaz de Haro, esposa del infante Juan. A Lope, hijo de Diego López, le corresponderían las villas de Orduña y Valmaseda, y además el señorío si María muriera sin descendencia. Cuando Juan Núñez de Lara conoció el pacto, cuya negociación se le había ocultado por su oposición a cualquier acuerdo, se sintió ofendido y, después de un grave enfrentamiento verbal con el rey, abandonó la corte. Debido a su actitud, Fernando IV decidió expulsarlo del reino, pero Juan Núñez, en un acto insólito en las reglas de la caballería, se negó a abandonarlo y se encastilló en Tordehumos (Valladolid). La respuesta del rey fue iniciar el asedio de la fortaleza.

En octubre, durante el cerco, llegaron mensajeros del papa Clemente V con una bula que obligaba a todos los reyes de la cristiandad a incautarse de castillos y propiedades de la orden del Temple, como había hecho Felipe IV de Francia. Este, para apropiarse de sus tesoros y propiedades, y con la complicidad del débil papa, había iniciado un proceso contra la orden acusándola falsamente de herejía, idolatría, blasfemia, canibalismo y sodomía. La bula provocó la protesta de muchos caballeros porque la orden tenía en Castilla un gran prestigio.

En febrero de 1308, las intrigas del infante Juan, que había vuelto a reconciliarse con Juan Núñez de Lara, consiguieron que Fernando IV levantara el cerco y pactara la vuelta del rebelde a su obediencia. La debilidad del rey dio alas a las ambiciones del infante Juan y de Juan Núñez de Lara, que, para conseguir más poder y privilegios, se coaligaron con un nutrido grupo de selectos ricoshombres con intereses comunes. En marzo, una delegación de nobles, encabezada por infante Juan y Juan Núñez de Lara, rogó al rey y a María de Molina que acudieran a Palencia para parlamentar. Cuando la pareja real llegó, hablaron primeramente y a solas con la reina madre a la que expusieron, entre otras quejas, que el rey los quería prender y matar. María de Molina intentó convencerlos de que no tenían motivos para sus temores. Al día siguiente hablaron con el rey, pero no llegaron a ningún acuerdo, por lo que pidieron una nueva entrevista con María de Molina en Grijota (Palencia). Allí se presentaron con unos mil quinientos hombres de a pie armados. El rey, que llevaba poca gente, los acompañó a la reunión con su madre. En ella, la reina madre volvió a escuchar las mismas quejas, pero esta vez acusaron al rey de tener la hacienda del reino en mala situación con el consiguiente malestar del pueblo y de tener a su lado deshonestos consejeros, y que mientras estos permanecieran con él, no podrían servirle. María de Molina pidió que presentaran pruebas en contra de los oficiales que servían al rey, pero los ricoshombres se retiraron ratificando sus exigencias. Fernando IV no resistió la presión y, con la oposición de la reina madre, se doblegó a las exigencias de los nobles sustituyendo a sus principales oficiales por personas designadas por los nobles. Fue un gran triunfo para la nobleza y un desprestigio para la autoridad del rey.

En primavera, el maestre de la orden del Temple Rodrigo Yáñez pidió en Valladolid a María de Molina que se hiciera cargo de los castillos de la orden hasta que el papa decidiera su destino. La reina madre declinó el encargo hasta que no recibiera la aprobación del rey. Entonces el maestre decidió entregar la fortaleza de Ponferrada (León) al infante Felipe, hermano del rey. Después de celebrarse en julio las cortes de Burgos, el infante Juan protestó ante Fernando IV de la ocupación de Ponferrada por el infante Felipe. Tuvo que ser María de Molina la que convenciera a su hijo para que entregara al rey todo lo recibido del maestre, porque no era conveniente tener tratos con una orden condenada por el papa.

En diciembre, Fernando IV y los embajadores de Jaime II, después de haberse entrevistado en el monasterio de Santa María de Huerta (Soria) y en Monreal de Ariza (Zaragoza), firmaron en Alcalá de Henares un tratado en el que se acordó el inicio para junio del año siguiente de la conquista del reino de Granada. Castilla iría contra Algeciras y Gibraltar mientras que Aragón lo haría contra el reino de Almería que suponía la sexta parte del reino de Granada, el resto quedaría para Castilla. Además, se acordó la petición de condición de cruzada al papa Clemente V, y la dispensa papal para celebrar el matrimonio de Leonor, heredera de Fernando IV, con Jaime, heredero de Jaime II. En la coalición también participaba el sultán benimerí Abú al-Rabí Sulayman.

En febrero de 1309 se celebraron cortes en Madrid donde Fernando IV pidió y consiguió un servicio para sufragar la guerra contra Granada. En marzo salió con sus huestes hacia Córdoba con la compañía de la reina Constanza, sin esperar a las de los ricoshombres. En abril, el papa otorgó a los reinos de Castilla y Aragón los beneficios de cruzada a aquella guerra contra los musulmanes.

A finales de julio, Fernando IV inició el asedio a Algeciras, y pocos días después Jaime II asediaba por mar y tierra a Almería. Casi inmediatamente el rey castellano envió a una parte de sus tropas a asediar Gibraltar. Por el istmo atacaron Juan Núñez de Lara y el arzobispo de Sevilla, y por el lado contrario desembarcó Alonso Pérez de Guzmán. A principios de septiembre, los musulmanes cogidos entre dos fuegos, se rindieron. Días después, durante una incursión por la serranía de Ronda, Guzmán “el Bueno“ cayó mortalmente herido.

En otoño, la guerra no se desarrollaba favorablemente a las tropas cristianas. Faltaban víveres y dinero, las lluvias eran constantes y torrenciales, Diego López de Haro cayó gravemente enfermo y murió, el infante Juan y don Juan Manuel, que habían acudido a la campaña sin ningún ánimo, se retiraron del cerco de Algeciras con un grupo de nobles sin ninguna explicación convincente con la consiguiente retirada de sus mesnadas, y un ejército benimerí llegó en auxilio de los granadinos como consecuencia de una nueva paz entre Granada y Fez. Todo ello hizo muy difícil seguir con el asedio. Tampoco en el campamento aragonés las cosas marchaban bien.

A finales de enero de 1310, Fernando IV levantó el sitio de Algeciras después de imponer un tratado de paz al nuevo emir de Granada Nasr por el que este se declaraba vasallo de Castilla, pagaría parias y entregaría las plazas de Quesada y Bedmar. Pero en mayo, antes de firmarse el tratado definitivamente, el infante Pedro conquistó el castillo de Tempul (Jerez). Por su parte, Jaime II, forzado por la retirada de los castellanos y por la llegada de los benimerines, firmó también la paz, levantó el cerco de Almería y se retiró.

En febrero, Fernando IV se instaló en Sevilla para, a pesar de tener firmada la paz, preparar una nueva guerra contra Granada. Mientras tanto, María de Molina recibió al infante Juan y a don Juan Manuel que solicitaban su intermediación para conseguir un arreglo con el rey, y preparó las bodas de sus hijos Pedro con María, hija de Jaime II, y de Isabel, la repudiada por este en 1296, con Juan, duque de Bretaña. Para celebrarlas, la reina madre llamó insistentemente a Fernando IV para que acudiera a Burgos.

En enero de 1311 llegó Fernando IV para asistir a los esponsales (compromisos de matrimonio) de sus hermanos y, además, con la intención de matar al infante Juan por su defección en el cerco de Algeciras. Cuando María de Molina tuvo constancia de la emboscada que había preparado su hijo, urgió al infante a que huyera de la ciudad. Cuando esto hacía, fue perseguido por el rey hasta que pudo refugiarse en Saldaña (Palencia). Por su parte, el mayordomo real don Juan Manuel, aunque no había sido amenazado, se marchó a su posesión de Peñafiel (Valladolid). También muchos ricoshombres se marcharon por tener amistad con el infante o por temor al rey. Ante este ambiente, Fernando IV, temiendo que se produjera un gran conflicto, pidió a su madre que mediara ante el infante Juan para llegar a un arreglo. La reina madre, aunque no se fiaba de las intenciones de su hijo, logró acordar para junio una entrevista en Grijota entre el rey y su tío. Pero unas fiebres cuartanas del rey y su urgente partida hacia Valladolid por el agravamiento de la tuberculosis que padecía, impidieron la entrevista y la avenencia. Esto, unido a que muchos ricoshombres eran hostiles al rey, y algunos de ellos también entre sí, provocó una situación muy confusa llena de recelos, odios y maquinaciones en Castilla y León. Cada magnate se posicionaba ante la muy probable pronta muerte del rey. Así, la reina Constanza tomó partido por Juan Núñez de Lara y por los enemigos de María de Molina, siendo la tutoría de la heredera, o del hijo que iba a nacer, fuente de conflictos, dado que la reina quería que fuese el infante Pedro, hermano del rey, y este había dispuesto que si era niño lo fuera María de Molina. También circuló en el entorno de Jaime II que los infantes Juan y Pedro proponían partir los reinos antes de que naciera el futuro rey. Pero asunto más grave, que la reina madre calificó de traición, fue el intento de proclamar rey al infante Pedro.

El nacimiento en agosto de un heredero, Alfonso, aclaró algo la situación, ya que el rey comenzó a negociar con sus vasallos y llegó al acuerdo de que el infante Pedro fuera el encargado de la guarda y crianza del heredero, como quería la reina Constanza. Después, Fernando IV y Jaime II se pusieron de acuerdo en fijar para diciembre la fecha de celebración de los matrimonios de Leonor, primogénita de Fernando IV, con Alfonso, heredero aragonés, y del infante Pedro con María, hija de Jaime II. Además, acordaron continuar la guerra contra Granada.

En enero de 1312 la guerra civil se desató en el reino de Granada cuando Abú Said Faray, tío y cuñado de Nasr, se declaró independiente en Málaga y proclamó emir de Granada a su hijo Ismail. Al ser vasallo de Castilla, Nasr pidió ayuda a Fernando IV. Este decidió aprovechar la situación de crisis para apoderarse de aquel reino y no dudó en violar el tratado de paz y en enviar por delante a su hermano el infante Pedro para que atacara la frontera nazarí.

En la primavera, las cortes de Valladolid, otorgaron a Fernando IV los subsidios necesarios para afrontar la guerra contra los nazaríes granadinos, y en julio se dirigió con sus huestes a la frontera del reino de Granada acompañado por las mesnadas de los ricoshombres. El infante Juan se excusó de ir a la campaña, seguramente por temor al rey.

En agosto, Fernando IV llegó al sitio de Alcaudete para reforzar a su hermano el infante Pedro que llevaba dos meses asediando la plaza. Allí llegaron por separado enviados de Nasr y de Abú Said Faray para negociar la paz, pero fueron los negociadores de Nasr los que consiguieron un acuerdo por el cual tropas castellanas y nazaríes atacarían Málaga. Pero el tratado no se pudo ejecutar porque Fernando IV se sintió enfermo y fue trasladado a Jaén donde murió de tuberculosis el día siete de septiembre, tres días antes de la toma de Alcaudete.

El sobrenombre de Emplazado con el que Fernando IV ha pasado a la historia procede de una leyenda fundada en unos hechos de los que no se han encontrado datos históricos que los confirmen. Según ella, la muerte del rey fue como consecuencia del emplazamiento que le hicieron los hermanos Carvajal, acusados injustamente del asesinato de un privado del rey, de comparecer ante el tribunal de Dios en el plazo de treinta días por haber ordenado su ejecución.

 

Sucesos contemporáneos

Ir a los sucesos

 

Reyes y gobernantes coetáneos

Aragón:

Rey de la Corona de Aragón.

Jaime II "el Justo" (1291-1327).

Navarra:

Reyes de Navarra.

Juana I (1274-1305) casada con Felipe I (1284-1305) (Felipe IV "el Hermoso" de Francia).
Luis I (1305-1316) (futuro Luis X "el Obstinado" de Francia).

Condados catalanes
no integrados en la
Corona de Aragón:

Conde de Ampurias.

Ponce V (1277-1313).

Condes de Pallars-Sobirá.

Sibila (1295-1297).
Sibila y Hugo de Mataplana (1297-1329).

Mallorca:

Reyes de Mallorca.

Jaime II (1276-1311).
Sancho I (1311-1324).

Al-Andalus:

Emires del reino nazarí de Granada.

Muhammad II (1273-1302).
Muhammad III (1302-1309).
Nasr (1309-1314).

Portugal:

Rey de Portugal.

Dionisio I "el Labrador" (1279-1325).

Francia:

Reyes de Francia.
(Dinastía Capeta).

Felipe IV "el Hermoso" (1285-1314) y I de Navarra (1284-1305)..

Alemania:

Reyes de Germania.
(Dinastía de Nassau-Weilburg).

Adolfo (1292-1298).

(Dinastía de Habsgurgo).

Alberto I (1298-1308).

(Dinastía de Luxemburgo).

Enrique VII (1308-1313).

Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.

------- Sin emperador desde 1250.

Reyes de Romanos.

Adolfo (1292-1298).
Alberto I (1298-1308).

Reiniciación de Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.

Enrique VII (1312-1313).

Italia:

Reyes de Italia (Norte).

------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962.

Dux de la República de Venecia.

Pietro Gradenigo (1289-1311).
Marino Zorzi (1311-1312).
Giovanni Soranzo (1312-1328).

Estados Pontificios (Papas).

Nicolás IV (1288-1292).

------- Vacante desde 1292 a 1294.

Celestino V (1294).
Bonifacio VIII (1294-1303).
Benedicto IX (1303- 1304).
Clemente V (1305-1314).

------- Vacante desde 1314 a 1316.

Juan XXII (1316-1334).

Reyes de Sicilia.

Jaime I de Sicilia y II de Aragón (1285-1295).
Federico III (1296-1337).

Reyes de Nápoles.

Carlos II (1289-1309).
Roberto I (1309-1343).

Britania:

Escocia:

Reyes de Escocia.

Juan Balliol (1292-1296).

------- Segundo interregno desde 1296 a 1306.

Roberto I (1306-1329).

Inglaterra:

Reyes de Inglaterra.

Eduardo I (1272-1307).
Eduardo II (1307-1327).

División del
Imperio bizantino. (Bizancio):

Imperio bizantino.
Emperador.
(Dinastía Paleóloga)

Andrónico II (1282-1328).

Imperio de Trebisonda.
Emperadores.

Juan II (1285-1297) 2ª vez.
Alejo II (1297-1330.

Despotado de Épiro.
Déspota.
(Dinastía Comneno)

Tomás I (1289-1318).

Imperios y sultanatos musulmanes: Califato árabe abbasí:

Califas abbasíes. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo).

Al-Hakim I (1262-1302).
Al-Mustakfi I (1302-1340).

Sultanato benimerín o meriní:

Sultanes.

Abú Yaqub Yusuf (1286-1306).
Abú Thabit Amir (1307-1308).
Abú al-Rabí Sulayman (1308-1310).
Abú Said Utman II (1310-1331).

Arriba